Por: Enrique R. Mirabal — 15 de julio, 2013
Tangram de Hugo Wirth se presenta lunes, martes y miércoles –hasta el 24 de julio– en el Teatro Julio Castillo, una obra donde el espectador tiene que hacer un ejercicio más allá de sentarse en una butaca y ver un espectáculo…
Si desde el tÃtulo de la obra, Tangram, su autor, Hugo Wirth, nos adelanta el recurso de mostrar variables en la resolución de un argumento siguiendo el esquema del viejo juego chino, el director Ernesto Ãlvarez desarrolla en su montaje la posibilidad de incorporar al público como árbitro de lo que acontezca en escena.
Al comienzo, vemos sobre el escenario un trÃptico escenográfico en el que se repiten de manera semejante, los elementos que sugieren una casa. Aparecerán tres parejas de actores (A, B y C) con idéntica vestimenta y similar apariencia.
Ellos representan a los hermanos Olivia y Alfonso. La acción y los diálogos nos condicionan a ver una sola trama hilvanada con soluciones de continuidad de un espacio al otro, los mismos personajes, alternancia de diálogos y situaciones.
Se presenta el tema que en un momento dado será susceptible de admitir diversas variaciones acerca de la relación familiar: Él y Ella sugerirán soluciones para decidir el futuro de la madre que, en estado vegetativo, ¿vive? una eterna agonÃa en la habitación contigua ¿Qué deberán hacer los hermanos? El público tiene la última palabra con sólo alzar su programa de mano y mostrar la iniciativa elegida: A, B ó C.
Lo que, a simple vista, podrÃa sugerir un teatro interactivo con fines didácticos o terapéuticos, no es más que un juego escénico en el que, connotaciones sicoanalÃticas aparte, afloran viejos preceptos y prejuicios. El Hijo ausente que regresa después de años, la Hija sacrificada, el parricidio latente, el incesto sugerido…
Inobjetablemente, el autor ha abrevado en los griegos y no intenta ocultarlo, más bien lo presume. Los dilemas morales, la carga religiosa y el temor al castigo divino o al peso de la justicia no son impedimentos para que Olivia y Alfonso, en esta noche de los asesinos, como José Triana planteara cincuenta años atrás, se conviertan en los jueces de los padres terribles.
Los juegos literarios y las posibilidades múltiples de decidir una lectura o, en este caso, el desarrollo de una obra teatral, tienen un antecedente ilustre en la literatura latinoamericana en la novela Rayuela de Julio Cortázar.
En el teatro más lúdico que intimista, han aparecido varias obras en las que el público puede decidir quién es el culpable en una trama de suspenso y crimen.
En Tangram, Wirth no señala culpables ni pide un juicio de valor sino simplemente deja a cada espectador tomar decisiones sobre el devenir de sus personajes. Lo que cada quien determine es su propia responsabilidad. Después de todo, la ida al teatro no es más que una simple catarsis (Otra vez los griegos).
“Quisimos atacar esta historia de una manera lúdica respetando la esencia del dramaturgo, rescatamos la dinámica del juego para que el público a través de sus decisiones elija las historias. Se trata de una obra de teatro con una estructura arriesgada y diferente en la que se juega con la curiosidad a través de escenas llenas de suspenso, ira, enojo y humor ácidoâ€, Ernesto Ãlvarez. Fotos: Luis Limón y Roberto Blenda.
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