Por: Enrique R. Mirabal — 6 de noviembre, 2019
La programación del Teatro de la Zarzuela se proyecta con las obras más populares y el rescate de otras que nos sorprenden por su inexplicable ausencia. El caserÃo del vasco Jesús Guridi (1886-1961) retoma el escenario de la calle Jovellanos por derecho propio y con nuevos brÃos que le imprimen a esta obra de 1926, tanto la puesta en escena de Pablo Viar como la dirección musical de Juanjo Mena. Ante todo, vale puntualizar que Guridi es un músico de sólida formación académica al que no le eran ajenas las diferentes corrientes artÃsticas que surgÃan en Europa a la vuelta del siglo XX. En El caserÃo, asoman algunos acentos veristas que lo confirman.
Al igual que cierto sector del público, Guridi no sintió una atracción especial por la zarzuela hasta que escuchó una que le inoculó el virus que muchos cargamos con orgullo y ostentación. El caserÃo parte de un libreto del sin par dúo Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, corresponsables del éxito de Luisa Fernanda y Doña Francisquita, nada menos.
La conjunción entre libretistas y compositor es armoniosa. El uso del lenguaje vernáculo y los juegos de palabras tienen una atinada correspondencia en el ritmo de los momentos más alegres y vivarachos, con la diferencia de que aquà no aparecen chulos ni chulapas ni, mucho menos, verbenas ni mantones de Manila. En El caserÃo no sólo se muestran intrigas románticas, la picardÃa de los personajes populares y la vida consuetudinaria a principios del siglo XX en un caserÃo vasco, Sasibil, situado en la aldea de Arrigorri que, inamovible en el tiempo, tiene su equivalente en la escocesa Brigadoon.
También están retratados aquellos hombres que fueron a hacer las Américas, más conocidos como los indianos que regresan a su patria chica con una fortuna que los distingue del resto de sus paisanos y los convierten en atractivos pretendientes matrimoniales. En este punto, la trama se acerca, (Mi aldea… incluida) a la de Los gavilanes de Jacinto Guerrero, estrenada tres años antes de El caserÃo. No es fortuita coincidencia, la historia pone su huella en la ficción y en el lenguaje.
El libreto está salpicado de palabras y giros sintácticos que reflejan el habla cotidiana en el paÃs vasco más la influencia de los paÃses a los que viajaron los indianos, la cadencia de la lengua de las lejanas tierras, el vocabulario importado (destacado en bastardillas en el libreto) y la peculiar pronunciación que no distingue el sonido de la z y la s.
A veces, no se trata más que del retorno de algunas palabras y locuciones que regresan a su lugar de origen cuando en éste han sido olvidadas. Recordemos la cuantiosa migración hacia América al finalizar la guerra hispano-cubanoamericana. Valle Inclán retrata, en clave esperpento, esos años, pero no se trata de hacer antropologÃa de la zarzuela sino celebración del género.
Del montaje de cada zarzuela, en nuestros dÃas, surgen los detractores de las puestas cargadas de anacronismos snobs y, en otros, el rechazo a cualquier alteración espacio-temporal. El caserÃo queda en la lÃnea divisoria entre ambas corrientes, con mayor inclinación a lo clásico, una coherencia que no se debe romper, a riesgo de caer en el ridÃculo. Quien escribe estas lÃneas, lo corrobora con el aggiornamento de La Traviata en Garnier (Violeta adicta al móvil). El precepto es tan válido para la ópera como para la zarzuela.
La escenografÃa de Daniel Bianco, funcional y sencilla en el primer acto, guarda su gran sorpresa para los dos últimos actos de los tres que componen la obra. De la fachada del caserÃo inicial al escalonado set multifuncional que le sucede, podemos ver a los aficionados a la pelota vasca convertirse en feligreses que acuden a misa y, para concluir, a todo un pueblo en el ágora donde se dirimen entramados del libreto. Un ingenioso acierto que aún nos guarda una escena crepuscular con reminiscencias de los grandes pintores y de imágenes icónicas del cine. Cada cual escogerá a su preferido para compararlo.
Otro elemento indispensable, cuando asà lo requiere la obra, es la participación de un cuerpo de baile que realce lo festivo y lúdico dentro de la trama y alrededor de ella. En El caserÃo, por la exaltación de los usos y costumbres del paÃs vasco, no podÃa faltar un conjunto que se uniera al sabor regional. Con mucho tino, Eduardo Murruamendiaraz guÃa a su Aukeran Dantza Konpainia en coloridas y alegres estampas que se integran al drama con absoluta coherencia, como debe ser en toda zarzuela.
Con dos repartos que alternan, la función vista y escuchada por este crÃtico con el segundo reparto, fue muy satisfactoria. Repartidas las voces según la tesitura ideal para cada personaje, imperativo del teatro lÃrico, el resultado fue muy homogéneo, tal vez, demasiado. EL balance indispensable entre el desempeño vocal y el actoral no desmereció. Como siempre sucede, Txomin, un caricato tenor, encuentra una rápida identificación con el público. Da gusto recordar al primer Txomin, Don Antonio Palacios, otro español que hizo las Américas y promovió la zarzuela, primero en México y, esencialmente, en Cuba.
Un ejemplo del toma y daca en la historia de la música entre España y Latinoamérica se mostrará en el Teatro de la Zarzuela en el mes de enero cuando Cecilia Valdés, zarzuela del cubano Gonzalo Roig, subirá a escena con la espléndida Elizabeth Caballero en el papel titular.
Cuba fue el único paÃs de América Latina en el que la zarzuela prendió con fuerza tal que produjo una trÃada de compositores (nótese el origen de los apellidos) que cultivaron el género con sello propio y compusieron obras de gran vuelo siguiendo todos sus cánones: Gonzalo Roig (Cecilia Valdés), Ernesto Lecuona (MarÃa La O y El cafetal, grabadas por Montilla) y Rodrigo Prats (Amalia Batista).
De vuelta a Guridi, en El caserÃo no se detiene la revisión que, de su catálogo lÃrico, el Teatro de la Zarzuela le ha dedicado en este 2019: una versión en concierto de su ópera Mirentxu, cantada en euskera y con la participación de la sobresaliente soprano, también vasca, Ainhoa Arteta, se podrá escuchar en noviembre. El año Guridi, sin duda alguna. Honor a quien lo merece.
P.S: Entre el público incondicional y muy entendido que llena el Teatro de la Zarzuela, da gusto escuchar los bravi de un bienvenido grupo de jóvenes que garantizan el relevo de zarzueleros y sarsueleros.
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