Por: Enrique R. Mirabal — 21 de febrero, 2019
La leyenda del doctor Fausto se origina en la Baja Edad Media y se populariza en el Renacimiento: el hombre que vende su alma al Diablo para recuperar la juventud ida, no es más que la puesta en papel de los deseos reprimidos de tantos humanos que no se resignan a envejecer, por muy sabios y ricos que puedan ser (se dirÃa que a mayor sabidurÃa, más difÃcil es el trance).
De leyenda con tufo de azufre medieval a alegorÃa renacentista con coros de ángeles, el mito se enquistó en el imaginario colectivo y pasó a ser uno de los arquetipos preferidos, por lo que no es de extrañar la extensa lista de obras literarias (poemas, dramas, ensayos), musicales (canciones, lieder, óperas, la mayorÃa) y obras orquestales entre las que destaca la SinfonÃa Fausto de Liszt. Las artes visuales también acogieron al Doctor Fausto (Rembrandt, por ejemplo) y del sicoanálisis y estudios similares, las tesis suman miles.
Con varios antecedentes, hoy olvidados, Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) se apropia por derecho propio y genial escritura del Doktor y lo eleva a la categorÃa de personaje arquetÃpico (aquel que sirve de modelo y nomina a todos los que comparten sus caracterÃsticas). Fausto compite, en popularidad, con Hamlet, Otelo, Romeo y Julieta, Don Quijote, Don Juan, Judas…
La tragedia de Fausto no se publicó, tal y como la conocemos hoy: una primera parte publicada en 1808 y la segunda (póstuma) que data de 1833. En realidad, esta obra dramática (dialogada) escrita en verso, no está pensada para ser representada sino para ser leÃda. Comparte asà esta preferencia con obras renacentistas como La Celestina (en castellano), atribuida a Fernando de Rojas.
En contraste con sus pares del parnaso literario como Tartufo, el personaje Fausto ha recibido, antes y después de Goethe, innumerables versiones, desde la de Christopher Marlowe en la Inglaterra isabelina hasta el siglo XX con Thomas Mann a la cabeza de la mejor aproximación contemporánea.
El cine se ha encargado de sacarle partido a la transformación del viejo doctor en un joven apuesto (y sabio), al icónico personaje de Mefistófeles, una advocación del Diablo, a la tierna Margarita, también conocida como Gretchen, y a los convulsos años de guerras y variantes inquisitoriales que se dieron en Europa. Fausto (pelÃcula silente), dirigida por el alemán F.W. Murnau en 1926, continúa en su sitio privilegiado en la historia del cine.
La ópera más famosa inspirada en Fausto es la del mismo nombre del francés Charles Gounod, cantada en francés, por supuesto. Esta ópera romántica, de orquestación maestra y plagada de hermosas melodÃas es la más representada en los escenarios lÃricos del mundo.
En el Palacio de Bellas Artes, se ha podido ver en muchas temporadas y con diversos directores de escena, Ludwig Margules entre ellos; sin embargo, La condenación de Fausto de Hector Berlioz no ha logrado convencer a muchos directores musicales ni a cantantes para darle la oportunidad de medirse con la de Gounod. La otra ópera, tercera en la escala faustina, es Mefistofele (sin acento y sin s final, en italiano) de Arrigo Boito, músico que también fuera libretista. Consultar las óperas de Verdi.
Para comenzar el 2019 con ópera, la compañÃa oficial mexicana de este género, perteneciente a Bellas Artes, presenta en dos fechas (jueves 21 y domingo 24 de febrero) la ópera de Berlioz, La condenación de Fausto, con la participación del tenor Arturo Chacón como Fausto, el bajo Denis Sedov como Mefistófeles, la mezzosopano Nora Sourouzian como Margarita y el barÃtono Ricardo López como Brander.
La música a cargo de la Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes, dirigida por el maestro Srba Dinic, y el coro infantil Schola Cantorum de México. Respecto a la manera de presentarla sin atributos escénicos, esta versión en concierto no se sale de la media de las puestas de esta ópera en el mundo.
Al igual que el poema de Goethe, la ópera de Berlioz descansa mucho más en el deleite de la partitura que en los artificios teatrales. El libreto y la música no permiten una fluidez teatral al uso ni fue tampoco la intención de Berlioz. Escúchese más como una cantata escénica, al estilo de la SinfonÃa dramática Romeo y Julieta del mismo compositor. Después de todo, el francés está alineado con la premisa de la obra literaria de Goethe, escrita para ser leÃda más que para verla en escena, compuesta para ser oÃda.
Con sólo dos oportunidades para ser escuchada y calibrada o descubierta para quienes no la conozcan, La condenación de Fausto es una partitura que se sostiene por una robusta orquestación, por momentos corales de gran vuelo y por melodÃas a la altura de las grandes arias del siglo XIX como D’amour l’ardente flamme que canta Margarita.
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