Por: Claudia Magun — 15 de junio, 2019
Los vestigios del cacao datan de siglos atrás. A lo largo de su historia, esta semilla no es conocida como referencia degustativa, pero como chocolate se le reconoce como uno de los festines más apreciados por los paladares más exquisitos y refinados.
Desde los Olmecas de la Venta que fueron de las primeras civilizaciones en cultivarla; el culto de los mayas y los aztecas que la consideraban como parte fundamental de sus ceremonias; su llegada en el siglo XVII a Europa donde la nobleza designó al chocolate como una de las bebidas más refinadas de la época; hasta el movimiento trendi de “bean to bar” en el siglo XXI, el disfrute del cacao como chocolate es universal, su aceptación no distingue raza, religión, condición social o género.
Sin embargo, esta sugestiva sustancia que se le reconoce como uno de los placeres en la vida, encierra varios cuestionamientos que la desvaloran, como puede ser su composición nutricional, en tiempos de obesidad se le ataca por perjudicar la salud. Pero más allá de que engorda, lo que sucede en los cultivos es el principal lastre que acarrea el cacao.
Las plantaciones en todos los paÃses donde se cosecha esta semilla tan apreciada a nivel empresarial, son campos de barbaries. Un ejemplo es Ãfrica, donde en varias de sus regiones -como Costa de Marfil y Ghana- se ponderan miles de hectáreas de tierras productivas que se dedican al cultivo de esta semilla regalo de la naturaleza, sacrificando áreas enormes de bosque, lo que conlleva un catastrófico problema ecológico.
Además, como negocio, el cacao se sustenta en una crisis de humanidad, en sus raÃces existe el terrible conflicto de la esclavitud infantil donde niños entre siete y catorce años son manejados como rebaños de explotación para trabajar extenuantes jornadas de trabajo. Sin alimentación, atención médica, educación y una existencia basada en maltratos fÃsicos, los pequeños trabajadores se enfrentan a una larga lista de abusos a sus derechos humanos. Sin duda, la tragedia del cacao es el cimiento de una industria que en su aroma encierra dolor.
Esta es la parte sensitiva que le atañe a Jaime Chabaud, quien a través de Niños chocolates nos muestra el lado oscuro de esta semilla que es sinónimo del más exquisito placer… esta obra infantil –Jaime dice que para mayores de 10 años– nos lleva por la aventura de un periodista británico que arriesga su vida con el fin de liberar a los infantes de la esclavitud que pondera en los territorios del cacao.
Thomas, como héroe de la historia, se lanza al rescate de esa triste realidad que los pequeños viven en las plantaciones, donde son tratados como esclavos al servicio de un mundo en el que el hombre abusa de la inocencia para saciar su ambición, obligándolos a trabajar en las tierras del cacao.
Para contar esta aventura, la excelente dirección escénica de Alberto Lomnitz, juega con momentos realmente oscuros –que se denotan en la iluminación de la escena– que nos son del todo agradables, pero que de alguna manera se matizan en un colorido juego escenográfico, donde el manejo de la palabra, alguna que otra tesitura festiva y la musicalidad, en vivo, revelan un FINAL FELIZ para estos pequeños que fueron robados, vendidos y totalmente sometidos a esta mÃsera existencia. Una realidad que los atrapó desde su llegada al Emporio del Cacao.
AsÃ, los personajes de Jaime Chabaud, que desde el principio se ven sin esperanza, nos descubren a los esclavos de las grandes corporaciones que comercializan el chocolate, tres pequeños que al concluir su tan terrible historia encuentran un rayo de luz que les significa el camino tan anhelado para regresar a casa.
Con el diseño de iluminación de Patricia Gutierrez, la escenografÃa de Edyta Rzewuska, el vestuario de Estela Fagoaga y la música original de Leonardo Soqui, interpretada en vivo por Guillermo Siliceo y Eduardo Castellanos “Lalo Jaranas”, Niños chocolates, una producción de Mulato Teatro que se estrenó en el 2017 en el Foro Sor Juana de la UNAM, termina una temporada más, este fin de semana, en el Teatro Sergio Magaña.
Un texto nada fácil que cuenta con la actuación de Marisol Castillo, Fabrina Melón, Cecilia de los Santos y Ricardo Zárraga, quienes nos llevan por la triste existencia de Niabba, Fatao y Kuwame, tres menores secuestrados y explotados para cultivar y cosechar esa tan valiosa semilla que en su esencia lleva lágrimas, sangre y muerte.
Niños chocolates es amarga y dulce como el cacao mismo, pero como bien se dice, una historia no tiene que ser bella para que nos conquiste, en eso radica el poder del teatro.
El hecho escénico nos lleva a la reflexión y nos permite reconciliarnos con nuestra condición humana. Si no llegan a verla cáchenla en el circuito de teatros donde esperamos pronto tenga una nueva temporada…
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