Danza

La Giselle de Anton Dolin se incorpora al repertorio de la Compañía Nacional de Danza

Por: Enrique R. Mirabal — 3 de mayo, 2019

Blanca Rios en Giselle de la Compania Nacional de Danza. Palacio de Bellas Artes, mayo 2019. Foto Paulo Garcia En toda compañía de ballet clásico, la integración de un repertorio que represente la evolución de la danza académica es un obligado… si se quiere llegar al grado profesional óptimo. Giselle, el ballet romántico por excelencia, ha permanecido en el repertorio de la Compañía Nacional de Danza en las últimas cuatro décadas.

La versión que bailaron Susana Benavides, Laura Morelos y toda la compañía procede de un montaje del Ballet Nacional de Cuba que, en realidad y de manera fácilmente reconocible, es una adaptación (sin el crédito correspondiente) que la señora Alicia Alonso hiciera de la original de Anton Dolin, la misma que se bailó por muchos años en el que hoy conocemos como American Ballet Theater. En el Ballet Theater de entonces, la inglesa Alicia Markova devino en la máxima intérprete del personaje de Giselle acompañada siempre por Anton Dolin como Albrecht.

Blanca Rios en Giselle de la Compania Nacional de Danza. Palacio de Bellas Artes, mayo 2019. Foto Alfredo Millan La Fundación Sir Anton Dolin, encargada de preservar el acervo del creador británico y a la que pertenece Elisa Carrillo, codirectora de la CND, es la responsable de este montaje en México. Volver a las raíces es necesario, aporta elementos para entender las intenciones de origen, tal es el caso de Dolin quien perteneció a Les Ballets Russes de Diaghilev, tuvo a maestros de la talla de la Nijinska y, de compañera en sus inicios como bailarín, a una artista imprescindible para entender históricamente al ballet Giselle, Olga Spessivtseva.

A ella, le debemos la interpretación de la variación o solo del primer acto que ha quedado como canon y reto para las bailarinas que arriesgan en lugar de acomodarse a lo trillado. Éste y muchos detalles más que sí cuentan para acercarse a la excelencia, nos ponen en deuda con Dolin.

Blanca Rios en Giselle de la Compania Nacional de Danza. Palacio de Bellas Artes, mayo 2019. Foto Alfredo Millan Más allá de los pasos que devinieron en evolución del lenguaje del ballet, no podemos obviar las particularidades del estilo romántico, de la importancia que en esta etapa se le daba al trabajo de los pies en los que la velocidad de una petite batterie acentúa lo etéreo e inalcanzable del espectro de Giselle en el segundo acto y contrasta con lo terrenal y vivaz de la ingenua campesina del primer acto; sin embargo, no hay que pasar por alto pormenores que arrojan luz sobre la trayectoria del ballet Giselle.

Los créditos habituales de los programas de mano atribuyen de manera exclusiva al ítalofrancés Jean Coralli y al francés Jules Perrot como los creadores de este ballet. Por derecho propio e inalienable, a ellos les debemos el éxito de Giselle y su paso por las principales ciudades europeas en el siglo XIX, a partir de 1841.

Blanca Rios en Giselle de la Compania Nacional de Danza. Palacio de Bellas Artes, mayo 2019. Foto Alfredo Millan Jules Perrot emigró a Rusia y, en el Ballet Imperial de San Petersburgo, montó su Giselle pero otro francés llegaría en la segunda mitad de ese siglo para cambiar el destino del ballet ruso y la escuela que lo representa. Marius Petipa supo combinar la escuela francesa del romanticismo, la elegancia de sus adagios y el mencionado trabajo de los pies con el virtuosismo de los giros que aportaron los italianos. Petipa, amo y señor artístico de los Ballets Imperiales, marcó su impronta en sus coreografías originales y también en las de sus predecesores, Perrot incluido.

La Giselle que se dio a conocer en Europa por los integrantes de Les Ballets Russes en las primeras décadas del siglo XX viene en línea directa de los montajes de Petipa. Así se ha bailado hasta la fecha, incluida la Ópera de París. En el primer acto de Giselle, se identifica el sello de Petipa por algunos desplazamientos en las danzas de conjunto de los campesinos, en el Pas (de deux) de paysans (en el que se basó la Alonso para su pas de dix, cambiando el número de integrantes de dos a diez) y, sobre todo, en la mencionada variación que popularizó la Spessitseva. No sólo es identificable por la coreografía con suficientes giros sino también por la música.

Compania Nacional de Danza presenta Giselle. Palacio de Bellas Artes, mayo 2019. Foto Alfredo Millan Apartándose de la partitura original de Adolphe Adam, Petipa insertó este solo compuesto probablemente por Pugni para otra ocasión aunque también es atribuido a Minkus. Hasta el mismísimo Tchaikovski padeció en El lago de los cisnes de estas mutilaciones e interpolaciones.

La puesta en escena de esta Giselle de la Compañía Nacional de Danza fue responsabilidad compartida entre Valentina Savina, Stanislav Feco y Mikhail Kaniskin para garantizar la fidelidad a los principios artísticos de Dolin y tuvo una gratificante respuesta en la apropiación que de ella se hicieron cargo los integrantes de la CND. Disciplina, coordinación, enjundia y gusto por el trabajo que realizaron fueron aspectos que percibimos muchos en las funciones que ofreciron en el palacio de Bellas Artes. Se veían motivados y bien entrenados los bailarines. Como debe ser.

Punto y aparte, la condición sine qua non para que el ballet Giselle pueda ser valorado como una obra maestra, depende de la interpretación de la bailarina que encarne el personaje epónimo. De nada vale que todo lo demás funcione bien si no hay una Giselle sensible y candorosa en el primer acto, que pueda trasmitir la tensión del engaño convertido en decepción y deriva en locura, primero, y muerte, después.

Blanca Rios en Giselle de la Compania Nacional d e Danza. Palacio de Bellas Artes, mayo 2019. Foto Alfredo Millan La primera bailarina Blanca Ríos que no estaba programada para la función que le tocó ver a quien esto escribe, fue consecuente de principio a fin, segura en sus pasos y entregada con toda autenticidad en lo dramático, con madurez y aplomo. Respetó el estilo romántico hasta el mínimo detalle, sus transiciones fueron sutiles, sin grandilocuencia, en una escena de la locura que puede tomarse como ejemplo de buen gusto e interiorización para futuras intérpretes del personaje.

Como una willi incorpórea, sobrenatural que, sin embargo, conserva sus sentimientos, los equilibró con la frialdad que todo espectro debe trasmitir. Blanca Ríos se apropió de Giselle, lo convirtió en su personaje, sin parecerse a ninguna de sus antecesoras y brilló con todos los atributos que definen a una primera bailarina. Es todo lo que se necesita para bailar Giselle. Fotos: Alfredo Millan y Paulo García.

2 respuestas a “La Giselle de Anton Dolin se incorpora al repertorio de la Compañía Nacional de Danza”

  1. Gail CLIFFORD dice:

    Muy bueno el artículo y el hecho de que regresaron a la creación de Dolin , Blanca si destacó completamente y comprobó que es un primer solista y más

  2. Angel Rios dice:

    Esta reseña historica me ilustra mucho maestro y agradezco su apunte artistico para comprender mas profundamente esta hermosa Obra que en lo personal me es de las mas finas y talentosa en su repertorio romantica y artistica, gracias

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“Uno no debe permitirse salir al escenario sin estar preparado en cuanto al conocimiento del personaje que se interpreta, si el ballet tiene una historia hay que contarla y vivirla lo mas real posible. Como intérprete, el reto es hacer llegar y entender al público la historia solo con los movimientos del cuerpo”, Raúl Fernández, diciembre 2009.