El jardín de los cerezos, esa perfecta inmovilidad en la cual todos podemos caer

Por: Josué Romero — 2 de enero, 2018

Lo admito. Soy de esos amantes del teatro que gozan al descubrir aquellos personajes perturbadores y extraños que existen arriba de un escenario. Esos protagonistas que sin prisas mezclan realidad y espiritualidad para describir con lujo de detalle la miseria y la existencia humana, ya sea a través de la tragedia o, en el mejor de los casos, de la comedia.

En este sentido, cuando se habla de la condición del ser humano en el teatro es imprescindible voltear a ver a Antón Chejov, el gran literato ruso que más allá del tiempo supo entender el origen del proceder del hombre y con gran maestría antepuso la anécdota individual a la gran hazaña colectiva y anticipó –antes que nadie– de una manera sutil buscar e introducirse en el miedo a lo desconocido.

Por estas razones es que celebro la puesta en escena de El jardín de los cerezos –esa obra atemporal que a pesar de que fue estrenada el 17 de enero de 1904 en el Teatro de Arte de Moscú–, en la adaptación y dirección de Angélica Roel que retrata a esa aristocracia en decadencia que vive esa perfecta inmovilidad a la cual todos podemos caer, al sentirnos presos de un destino inesperado.

Así, en esta dolorosa comedia, la llegada de un nuevo siglo se dibuja a la vuelta de la esquina, es aquella transición del XIX al XX que observa la caída de una rancia aristocracia rusa que se sostiene con alfileres. Y Chejov, como buen visionario lo plantea a partir de una serie de personajes que bailan, cantan y se divierten sin importar hasta cuando la desagracia los enfrentará.

Madre e hija, son dos mujeres que como consecuencia de su decadencia económica tuvieron que dejar la sofisticación de París, para llegar a la hacienda familiar, esa que en estos momentos está en ruinas y a punto de ser subastada. En este espacio icónico, Andrea (una admirable Blanca Guerra) como cabeza de familia, sufre como una más de esas ricas féminas acostumbradas a la buena vida que a raíz de la mala administración de sus bienes, han perdido todo. Sin embargo, ella sin querer olvidar su posición social despilfarra el dinero que no tiene y se niega a renunciar a una vida que ya quedó en el pasado.

Por su parte, Ana (Adriana Llabrés) es la hija que trata de infundirle ánimos a su madre, es la esperanza de una juventud que enfrenta y trata de recuperarse ante la inminente caída. Al contrario de ella, está Varia (Ana Beatríz Martínez) la hermana adoptada cuya inflexibilidad y amargura por un amor no realizado se ve impedida de poder salir adelante.

También, está Leonardo (Carlos Aragón), el hermano de Andrea, el hombre de la casa, que transita entre la frivolidad y el desconsuelo, sin poder tomar decisión alguna. Otro de los personajes creados en forma brillante por Chejov, es Aleks (Alejandro Morales), él como nuevo rico se cuece aparte, sin embargo, en memoria a aquellos años en que su familia sirvió en la casa rica y el hecho de que sólo necesita disfrutar su triunfo, les concede la gracia de ayudar. Una ayuda que significará la tala del jardín y con eso la caída de sus orígenes frente a los eslabones sociales. Finalmente, está Pedro (Nacho Tahhan) el eterno estudiante que no concreta sus acciones para ese mundo mejor que él visualiza.

La decadencia del sistema está representado por la vieja sirvienta Duna (Concepción Márquez) que no tiene más remedio que la muerte, al igual que la destrucción de la hacienda; es decir, el derrumbe de las tradiciones frente a los nuevos eslabones sociales.

Es en El jardín de los cerezos, donde como espectadores descubrimos con lujo de detalle el transitar de las emociones de cada uno de los personajes y entenderemos sus motivaciones, sus formas de actuar y el dolor, o el rencor, que se anida en sus entrañas.

“Más allá de la época, Antón Chejov entendía el origen del proceder humano. Es por eso que sus obras se representarán por siempre porque son un espejo que refleja algo que es familiar y nos aterra. Si vamos más allá de la anécdota central y profundizamos en la naturaleza de los personajes como el motor de la dramaturgia, nos encontraremos con un universo cercano: el miedo a lo desconocido. Los tiempos cambian y arrasan con todo lo que no se adapta a ese cambio”, Angélica Rogel.

Con una producción de BH5, La Rama de Teatro y Óscar Uriel, El jardín de los cerezos reúne un equipo creativo respaldado por el trabajo de Aldo Vázquez en la escenografía y vestuario, la iluminación de Félix Arroyo y la música de Hans Warner, un colectivo que en mancuerna con el gran elenco y la dirección de Angélica Rogel conforman el universo de Antón Chejov, un autor que sin duda con sus obras antecede el tiempo y el espacio para hacer una relectura del presente más que acertada.

Y ustedes, ¿cómo describirían la miseria de la existencia humana? ¿a través de la tragedia? ¿de la comedia? No importa cuál sea el camino que elijan para entender la reflexión que nos otorga El jardín de los cerezos, pero anótenlo como una tarea inmediata para este año que inicia, ya que el Foro Shakespeare nos la presenta, hasta el 10 de enero, como una obra fuera de la realidad cotidiana, pero eso sí, con una visión que puede ir hacia un hipotético futuro. Nuestros mejores deseos para este 2018, que este sea un buen año donde veamos y gocemos el buen teatro…. Y por supuesto que desde este espacio les deseamos Felicidades!!!