Por: Miguel G. Calero — 25 de octubre, 2019
Si valoramos una obra por la cantidad de cuestionamientos, enigmas y preguntas que nos deja al terminar, Un acto de comunión serÃa una de las mejores presentaciones en materia de actualidad. Las distintas lÃneas que teje a lo largo de su historia amplÃan nuestra inquietud sobre las muchas y muy extrañas cosas que suceden en el mundo.
El extrañamiento que la obra ejerce sobre nosotros tiene una doble consecuencia: el inevitable desfiguramiento, la mueca necesaria ante lo horripilante, el repudio; pero además, la identificación, la comezón de ver, oÃr o simplemente imaginar más y más.
Henrik es un hombre solitario lleno de deseos frustrados. Las cualidades del mundo contemporáneo le permiten tener una relación cibernética particular, que en su medio y fin le hará accesible el desfogue de pulsión, la salida a toda represión vivida y el cumplimiento de una macabra fantasÃa compartida.
Como buena sociedad ritual, la hora de comer será el hecho compartido, el acto de comunión que, a la manera cristiana, redimirá a los dos implicados en esta fantasÃa realizada. Este irrepetible acto determinará una situación lÃmite que abre el escenario a toda interrogante y vereda ética.
El escenario es austero. Nada hay que nos distraiga de la narración del único actor que está en un escenario de penumbras. La luz golpea el cuerpo con intensidad, el ojo sólo presta atención para el hombre que, sentado en una silla, nos cuenta su historia.
De principio a fin se abren puertas, se dejan pistas, se encienden luces que muestran destellos de una vida extraña, silenciosa, casi insignificante… Empero esa vida será la que osadamente cruzará una frontera que cualquiera de nosotros pensarÃa insuperable.
Se trata de una obra del dramaturgo argentino Lautaro Vilo, cuyo conocido trabajo siempre ronda entre lo macabro, lo shakesperiano y el humor negro. Dirigida espléndidamente por el experimentado actor y director Julio César Luna, quien tras haberse nacionalizado colombiano, dirige al mexicano Antón Araiza en Un acto de comunión.
En este monólogo, Araiza asume un mensaje crudo y envolvente. Inserto en una realización psiconarrativa, el público queda absorto ante lo complejo de la realidad humana.
El sufrimiento, el trauma y la represión llevan a un individuo a situaciones lÃmite, donde las fronteras de lo bueno y malo quedan atrás para llegar a lo medular, a lo más Ãntimo de los placeres, deseos y dolores.
Un acto de comunión se presenta en funciones dominicales hasta el 3 de noviembre en el Foro Bellescene, un teatro explosivo, denso y lleno de perversión a flor de piel es lo que le espera al público de este acto de comunión. La acción es el lÃmite, los bordes son donde Antón Araiza ha puesto toda la fuerza actoral para llevar a cabo este trabajo.
Un listado de enlaces a centros culturales, música, teatro, danza, infantiles, festivales y medios y más.
Deja un comentario