
Por: Josué Romero — 20 de enero, 2013
¿Quién tiene la verdad?
Después de la Segunda Guerra Mundial, una frÃa mañana de febrero de 1946, en la zona americana de BerlÃn, el mayor Steve Arnold investiga e intenta inculpar ante la Comisión Antinazi al famoso y legendario director de la Orquesta de BerlÃn, Wilhelm Furtwängler quien decidió quedarse en la Alemania Nazi.
Asà empieza Tomar partido, una puesta en escena aguda, inteligente y sarcástica del dramaturgo sudafricano Ronald Harwood, quien a través de un gran texto cuestiona, y nos obliga a reflexionar, entre otras cosas, sobre ¿cuál debe ser el papel del artista ante una situación social como aquella o cualquier otra?, ¿puede existir la independencia entre el artista y la polÃtica?, ¿cuál es el compromiso del creador con su público? y, sobre todo, a enfrenarnos a las acciones redentoras llenas de bondad versus las acciones dolorosas e irreparables.
En Tomar partido no existen las concesiones. Ante la avalancha de preguntas y acciones, el también ganador del Óscar en 2002 por el guión de El Pianista, nos obliga y desafÃa, desde nuestra butaca, a través de un cúmulo de emociones que transitan entre la ira y la indignación, a buscar la verdad entre dos posiciones, dos actitudes y dos maneras de enfrentar la terrible realidad de aquellos años. En suma nos incita a tomar partido.
Los argumentos son presentados de manera descarnada. Por un lado, Humberto Zurita se mete en los zapatos de un vulgar, agresivo, irritante, y mal educado Steve Arnold, un persistente mayor del ejército norteamericano que de alguna manera quiere contribuir a los cimientos de una nueva sociedad alemana donde prevalezcan la verdad, la responsabilidad y la justicia.
Por el otro lado, se encuentra la seductora fascinación de un interesante personaje ante la belleza de la música, personificado magistralmente por Rafael Sánchez Navarro, quien interpreta con energÃa y carisma al genial compositor y director de orquesta Wilheim Furtwängler, un hombre capaz de revelar la grandeza de la música con la convicción total de que “el arte debe estar por encima de cualquier posición personalâ€.
“Algo que me parece maravilloso del texto original es que no toma partido ni tendencia de si el personaje fue nazi o fue aliado,culpable o inocente. Nada más te expone los dos puntos de vista y hace que como público tú decidasâ€, Rafael Sánchez Navarro.
Para completar el cuadro aparecen: Marina de Tavira (Emmi Straube), llevando el papel de la secretaria del mayor, hija del general que trató de asesinar a Hitler; Sergio Bonilla (teniente David Wills), un hombre sensible que respeta la calidad artÃstica y moral de Wilheim Furtwängler.
También se suma MartÃn Altomaro (Helmuth Rode) como el segundo violÃn de la Orquesta de BerlÃn, un hombre que es vÃctima de la codicia artÃstica; y por último, Stefanie Weiss (Tamara Sachs) una confundida sobreviviente de la guerra y esposa de un judÃo pianista que Furtwängler salvó de las violentas decisiones del nazismo.
Todos estos personajes llevados por la dirección de Antonio Crestani, contribuyen al veredicto y nos involucran en un juicio donde desde la butaca nos convertimos en juez y parte.
El texto es tan perfecto que no hay veredicto. De pronto nos convertimos, como espectadores, en esa parte acusadora o en vÃctima de una acusación, y nos sitúa en la posición de los personajes: ¿Por qué tomar partido? ¿Qué tendrÃa que haber hecho Fürwangler? ¿Debió quedarse? ¿TendrÃa que haber huido? ¿Estuvó en lo correctoal haber colaborado con el nazismo? ¿TendrÃa que haber denunciado? ¿Por qué ayudar a otras personas?
Se trata de un debate que confieso, como espectador y amante del teatro, que aún no me atrevo a dar una respuesta, pues parte de la discusión se situa sobre la relación entre el arte y la polÃtica; sobre el hombre y el artista-creador; y sobre la miseria y grandeza del ser humano.
Aquà en InterEscena te invitamos a asistir cualquier viernes, sábado o domingo al Foro Cultural Chapultepec (Mariano Escobedo No.665) a tomar partido y ser parte ante dos posiciones con gran sentido moral pero totalmente contrapuestas, lo que implica, y nos obliga una vez más como sociedad, a examinarnos respecto a cómo enfrentar moral y socialmente nuestra historia.
“Lo ideal serÃa que el público diera el veredicto y no nada más eso, sino que salgan peleados con el ‘sà lo era’ (culpable) o ‘no lo era’, que las parejas se vayan discutiendo al respecto y eso los haga regresar a ver la obra una segunda o tercera vez, le pongan más atención y descubran cosas nuevasâ€, Humberto Zurita.
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