Por: Enrique R. Mirabal — 9 de marzo, 2007
Mujeres transgresoras por excelencia, una emanada de la ficción y la otra, personaje de carne y hueso, ambas rehenes de una ansiedad quebrada por la fragilidad de su condición humana. Hablamos de la señorita Julia concebida en 1888 por el sueco August Strindberg (1849-1912) como personaje rector de la obra del mismo nombre. La otra transgresora es la escritora norteamericana Sylvia Plath (1932- 1963), pábulo para un texto de la mexicana Silvia Peláez. Los lÃmites entre la realidad y la fabulación, en ósmosis latente, contaminan el naturalismo con lo poético y la geografÃa con la dimensión escenográfica en dos obras que se han representado en el Centro Cultural del Bosque desde fines del 2006 hasta este mes de marzo: Fiebre 107 grados y Después de ti, señorita Julia, esta última aún en cartelera. La primera formó parte del proyecto Mural: tres siglos de teatro mexicano.
Fiebre 107 grados, en tanto texto dramático, forma parte de una tendencia, valga la expresión, febril, de retratar, recrear y/o mitificar a la norteamericana Sylvia Plath, siempre, a partir del vórtice pasional en su relación con el escritor británico Ted Hughes. Innumerables son las creaciones (de variable intensidad y trascendencia) acerca de los tormentosos reclamos y desencuentros entre ambos: ballets o drama-danza como el realizado en los 80 por Johann Kresnik o los poemas bailados por Robert Sund hasta la pelÃcula Sylvia (2003) de Christine Jeffs. La Plath ha devenido en una especie de santa patrona de la posmodernidad y más allá, febril iniciativa del mundo anglosajón que nos alcanza años o décadas más tarde. Estamos a la espera de los textos y espectáculos multimedia en cascada por el efecto mariposa de los recientes acercamientos a Truman Capote en la pantalla grande.
Fiebre 107 grados es un texto de Silvia Peláez puesto en escena por Silvia Ortega con escenografÃa de Auda Caraza y Atenea Chávez, iluminación de VÃctor Zapatero y excelente vestuario de Cordelia Dvorak. Como Sylvia, una intensa actriz que busca los retos en su carrera con el mismo fervor con que otras los evitan: Erika de la Llave quien ha transitado por las griegas Fedra y Andrómaca, pasando por las shakespearianas Cordelia e Hipólita hasta amarizar en la Plath, por sólo mencionar lo más reciente de su trabajo. En Erika y su introspección del personaje y la lectura que del mismo ha hecho concienzudamente descansa en gran medida el mérito principal de la puesta. En la misma proporción pero en sentido inverso, la caracterización que de Ted Hughes hace Carlos Aragón convierte en interminables los eternos parlamentos que le corresponden emitir. Lo que en él es fórmula aplicada, derivada de otros personajes similares, en de la Llave se transforma en sincera aproximación.
La obra ilustra momentos, casi dirÃamos los highlights más vistosos para la escena, los más conocidos por un público enterado de los avatares de la pareja Plath-Hughes. Los instantes del proceso creativo son una calca con pretensiones poéticas de las clásicas escenas de arrebato inspiracional que Hollywood nos ha mostrado tanto en un Chopin babeante por la Sand (otra pareja socorrida en la ficción) como en un Van Gogh lascerante, oreja en mano o Edison a la hora en que se le prende el foco, literalmente dicho.
La señorita Julia ha sido objeto de análisis freudiano a la par que materia prima para ilustrar la lucha de clases según Marx o la herencia feudal en sociedades de incipiente capitalismo. Cuánta palabrerÃa para encubrir el deleite de la ficción literaria y el retrato de las pasiones humanas tan desbordadas como catárticas desde los griegos. El traslado del paÃs de origen, Suecia, a Inglaterra, de la Noche de San Juan al término de la Segunda Guerra Mundial en dÃa de elecciones con triunfo laborista, lejos de la teorÃa de la directora Sandra Félix sobre la puesta al dÃa en lenguaje accesible para las nuevas generaciones, evitando las cursilerÃas decimonónicas no son más que una nube de humo para abordar el texto de Patrick Marber y su ocurrente adaptación, algo asà como las orquestaciones de piezas de los siglos XVIII y XIX para cobrar derechos por las obras de quienes no alcanzaron este beneficio.
Sin quitar los méritos propios del británico Marber, hábil y ágil dialoguista, las acertadas imágenes y el ritmo ralentado de la directora Félix enriquecen y complementan el trabajo de los actores, todos ellos en perfecta interrelación: Marina de Tavira (Julia), Antonio Rojas (Juan) y Mileth Gómez (Cristina), en un nivel parejo, a ratos con destellos individuales alternos.
Recientemente, se celebró a Ibsen a cien años de su muerte. Hay que reconocer en éste un envejecimiento que puede haber alcanzado a Strindberg pero no habrá mejor comprobación que reponer sus obras, sin aspavientos ni temores, sólo con creatividad y conocimiento de causa. Fotos Fiebre 107 grados José Jorge Carreón
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