
Por: Oswaldo Valdovinos — 2 de mayo, 2007
“Cuando estás mucho tiempo mirando hacia un abismo, éste termina mirando también tu interiorâ€,
Más allá del bien y del mal, Nietzsche.
El desapego es el primer paso al abismo. Una vez que se ha decidido sumergirme en el cieno no hay vuelta atrás ni lugar para el arrepentimiento o la culpa; se entra a lo profundo de la miseria para saberse miserable, pero también para caer en lo más bajo y por supuesto olvidarse de albergar alguna esperanza en el porvenir (al fin y al cabo es lo de menos cuando se ha optado por ser parte de la escoria, eso sÃ, sin remordimiento alguno), lo cual sólo da paso a conformarse como un ser lleno de resentimiento y una fascinación por la desgracia rayana en lo morboso. De ahà que todo sentimiento carezca de sentido si no es encausado a la conmiseración, el odio o la venganza, a través de un humor negro oscilante en las fronteras de la crueldad y lo inhumano.
Asà pues, cada paso que se da es sólo para adentrarse más y más en esa madeja de angustia (carente de sacrificios, pues de antemano se sabe que el camino es sinuoso y terrible), en la que finalmente se ha de abismarse de buen grado con la intención de desintegrarse por completo y dejar como único testimonio del paso por la vida un montón de harapos nauseabundos.
En este sentido es que puede inscribirse Un torso, mierda y el secreto del carnicero, de Alejandro Ricaño y la dirección de Bryant Caballero, obra situada en los suburbios de la Europa industrial de finales del siglo XIX, cuya trama gira en torno Marcel, un malogrado dramaturgo, quien a partir de haber matado a una prostituta y destazarla en un muelle del Sena encuentra en el asesinato su fuente de inspiración para consumar su siempre inconclusa obra.
Sin embargo, luego de asistir al estreno de Ubú Rey, del joven Alfred Jarry, se percata que todo cuanto pueda escribir resulta bochornoso y falaz en tanto no logre captar la esencia misma del alma desnuda del ser humano, por lo que a partir de ese momento toda su existencia girará alrededor de encontrar a Felicia, la hija de la prostituta asesinada, para llevarla a vivir con él, con el único objetivo de matarla lentamente e ir recopilando frase a frase cada una de las sensaciones propias del verdugo que han de conformar la urdimbre de su anhelado drama.
En el intervalo entre ungirse como victimario y consolidarse como verdugo, Marcel ha de recorrer un camino que lo lleva al “Cajón de las putas deprimentes†(un prostÃbulo que acoge a aquellas prostitutas demasiado golpeadas o demasiado viejas), a tener tratos un tanto sórdidos con un deforme carnicero que realiza abortos en secreto (quien recibe pagos y merca en “especieâ€, de preferencia), asà como con Joseph, un violador a sueldo y futuro “rival de amoresâ€, quien tras violar a Felicia (a instancias de Marcel) y embarazarla, logra convencerla de que viva con él para que cuide de su malformada hija (aunque posteriormente lo deje para regresar con Marcel).
En este laberinto de homúnculos y seres a medias —a excepción de Marcel y Felicia casi todos los demás personajes tienen alguna insuficiencia que los obliga a desplazarse mediante sillas de ruedas, jaulas herrumbrosas como andaderas muy sui géneris, e incluso sobre sus propios muñones a manera de ruedas— no hay lugar para el melodrama o la pena, pues parte de la fuerza de la obra misma radica en la agudeza de sus textos, ya sean narrativos o dialogados, y ese humor negro que linda los senderos de lo grotesco y lo absurdo.
Cabe mencionar el trabajo plástico de Edgar Cano, escenográfo y vestuarista, y la iluminación de Rubén Reyes, quienes logran conjuntar ambos elementos para crear las atmósferas propicias de los bajos mundos, dando como resultado una sordidez y un agobio asfixiante que marcará la tónica de toda la obra desde el principio.
Un torso, mierda y el secreto del carnicero forma parte del Ciclo Dramaturgos del Premio Mancebo, y se presenta los martes a las 20:30 horas en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico.
Asà pues, todo acto atroz ha de mirarse con la objetividad, no de la vÃctima, sino del victimario.
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