Por: Oswaldo Valdovinos — 4 de septiembre, 2005
“Está loco el que está soloâ€, dirÃa Miguel de Unamuno en su Vida de Don Quijote y Sancho, escrito exactamente hace un siglo. Y qué mayor soledad que la causada por el desencanto de descubrir que el Más Allá no es el lugar donde se encontrará el descanso eterno y mucho menos la liberación de los vicios del hombre, sino todo lo contrario: el abismo de la perpetuidad de los terrores que aquejan la conciencia y dan mayor sinsentido a una existencia que al final optó por la reconciliación con la cordura para integrarse al mundo como buen cristiano, que seguir la brecha de la locura y abjurar de la razón y la tibieza de espÃritu para seguir cabalgando por páramos infinitos, lejos de la estupidez humana y sus reacios prejuicios a todo aquello que escape de la lógica y lo cotidiano.
Por supuesto tal destino sólo puede ser el de un personaje que ha superado las fronteras de la inmortalidad, Don Quijote de la Mancha, quien visto desde la perspectiva desmitificadora de Alberto Villarreal DÃaz en su obra Réquiem de cuerpo presente para Alonso Quijano, adquiere una personalidad bastante arriesgada que puede ser interpretada como una blasfemia a un Ãcono literario si sólo se hace una lectura superficial del texto y el montaje escénicos.
A primera vista la obra pude ser —de hecho lo es— un montaje más para conmemorar el IV Centenario del Quijote. Sin embargo, desde el principio se asientan las directrices que han de regir la puesta (y apuesta) en escena: el riesgo y la ruptura de los cánones teatrales en pos de una búsqueda discursiva libérrima que cuente lo que puede haber pasado más allá del final de la segunda parte del Quijote, justo en el instante en que el Caballero de la Triste Figura deja de existir y Alonso Quijano muere.
A partir de la escena en que Cervantes deja la pluma, Alberto Villarreal la retoma, con 400 años de diferencia, para continuar desde su particular punto de vista la historia del Ingenioso Hidalgo. Y por supuesto el primero en hablar, desde las entrañas y con el alma al desnudo, es Sancho Panza: como si no fuera suficiente morir, Don Quijote se atreve hacerlo de una de las maneras más viles para quien ha ejercido en noble oficio de la caballerÃa andante, es decir, morir cuerdo.
Esa perorata inicial de Sancho —un verdadero reclamo airado que en mucho recuerda la voz unamunesca de Vida de Don Quijote— es el punto de partida para que el mito empiece a ser desentrañado en acciones que puede ir desde lo absurdo (mediante varias acotaciones de los actores hacia el público), lo fársico (esa constancia de querer matar al autor de la obra), lo metafórico (el encuentro muy dantesco en el Más Allá entre Alonso Quijano y un Borges ya ciego), lo patético (la muerte, ahora sÃ, de Alonso Quijano como si fuese un mendigo), hasta momentos de un verdadero cuestionamiento rÃspido (muy al estilo del teatro de Ionesco), no sólo de la obra en sà misma, sino de todos los implicados en ella: director, dramaturgo, actores y por supuesto público en general.
Todo lo anterior lleva a que en un momento determinado el público no sólo sea espectador sino partÃcipe activo de un torbellino de emociones contradictorias que conmueven de una manera muy inteligente y sensible.
Réquiem de cuerpo presente para Alonso Quijano (coproducción de la UNAM y ArtillerÃa Producciones) se presenta en el Teatro Santa Catarina de viernes a domingos.
Todo abismo implica siempre un riesgo: la cima no siempre es final del camino.
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