
Por: Enrique R. Mirabal — 1 de octubre, 2005
Continuadora y heredera de una casta de francesas recias, brillantes y emancipadas, Sidonie-Gabrielle Claudine Colette (1873-1954) sigue los pasos de Madame de La Fayette, George Sand, Camille Claudel y ensancha la brecha por donde seguirÃan Marguerite Yourcenar, Françoise Sagan , Marguerite Duras, Nathalie Sarraute entroncando con europeas y norteamericanas (léase, las británicas Edih Sitwell y Virginia Woolf, las norteamericanas Gertrude Stein, Alice Toklas, Lillian Hellman et al)a las que mucho deben las creadoras de la actualidad.
Fue Colette una retadora de las buenas costumbres, la moral burguesa (pero enquistada en los privilegios de esta clase que, en definitivas, le permitió llevar su vida a su manera) y el papel tradicional de la mujer en la sociedad de fines del XIX y principios del XX. Tan libre como bon vivant, escribió novelas, obras de teatro y guiones de cine, actuó, cantó y bailó en el music-hall y sedujo a hombres y mujeres por igual ¿Podrá la ficción superar sus avatares? Eso es lo que intenta Ximena Escalante en su versión intimista de Colette que bajo la dirección de Manuel GarcÃa Lozano se presenta en el Foro Sor Juana del Centro Cultural de la UNAM.
Sin caer en la hagiografÃa ni agotar los vericuetos biográficos, Escalante se centra en los años que definirÃan artÃstica y humanamente a la mujer, su relación con su marido Willy , una caricatura de empresario y director teatral que suena, no sabemos por qué, tan familiar. Personajes reales y otros de la ficción se entrecruzan con la vida de Colette, a manera de viñetas casi minimalistas y también en escenas de mayor desarrollo dramático.
Alternando la frivolidad tópica de La Belle Epoque con instantes más intimistas y reflexivos, vemos desfilar, fotógrafos, divas y una futura estrella de la alta costura, Coco Chanel, otra francesa igualmente célebre por sus creaciones tanto como por su escandalosa vida social. La realidad le va dictando a la escritora los textos de sus obras, la sumerge en su mundo y la obliga a dar el gran salto, no al vacÃo sino a la gozosa plenitud que la acompañó hasta su muerte.
La puesta en escena de GarcÃa Lozano, un prolijo director en carrera ascendente, subraya los entretelones de vida y obra con una funcional y muy llamativa escenografÃa de Jorge Ballina, inspirada, a su vez, en los muchos diseños que en lienzos, fotos y pelÃculas han definido la época en cuestión. Paredes en brocado rojo sangre y grandes espejos al reverso y un piano al fondo con música en vivo son el marco espléndido para cobijar el spleen parisino que magnificaron Satie y Proust. Por el camino, ciertas composiciones que recuerdan a las púberes sensuales de Balthus. Con esta premisa visual y auditiva como punto de partida, la idoneidad del diseño de escenografÃa y el rico vestuario de la dupla Figueroa (Tolita y MarÃa) van ganándole a un devenir dramático que en sentido inverso, corre del crescendo inicial a un diminuendo final.
Emma Dib encarna con aplomo a una Colette a ratos depresiva y lánguida, alejándola de la imagen gozosa de amplia sonrisa en cara regordeta que ha quedado como emblemática de su joie de vivre. Dib es una actriz singular, arriesgada y con una sólida formación que le permite sortear los más diversos personajes ( y directores) con gran facilidad y excelentes resultados: de José Luis Ibáñez a Tavira, con escala en Margules.
Una nota final que no está relacionada exclusivamente con Colette y que refleja el cansancio que, como espectador, sufre quien esto escribe ¿ Por qué esas pausas infinitas entre una frase y otra para convencer al público de que los parlamentos son profundos y/o poéticos? ¿Por qué la falta de intención en los diálogos, la carencia de inflexiones, la ausencia de matices y el temor a decir de corridito lo que de tanto ralentarse lleva al bostezo? ¿Por qué pretender ser trascendente a cada palabra y, peor aún, confundir lo esencial con lo solemne? Este vicio de actuación-dirección ha invadido el teatro no comercial desde hace varios años como un tic más que como recurso o método. Ya es hora de sacudir el depresorama que nos legó Hiroshima mon amour y actuar con naturalidad y sincera convicción
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