
Por: Miguel G. Calero — 6 de abril, 2017
“[…] El arte llega más lejos al imitar la obra razonable y la más excelente de la naturaleza: el hombre.
Es el arte, en efecto, el que crea ese gran LEVIATÃN, llamado REPÚBLICA o ESTADO (Common-wealth) (CIVITAS en latÃn) que no es sino un hombre artificial, aunque de estatura y de fuerza mayores que las del hombre natural, para cuya defensa y protección ha sido concebido”, Thomas Hobbes.
¿Cuáles son los espacios que le son permitidos al arte?, ¿qué es lo que una obra de teatro debe representar?… ¿Acaso no es el teatro el espejo en que toda sociedad debe verse?
Las lágrimas de Edipo nos pone en una profunda reflexión sobre la realidad de la violencia e injusticia que se vive en nuestro paÃs. Es el enfrentamiento ante una problemática que como una ola continua trasciende fronteras y tiempos. Es la dirección de escena de Hugo Arrevillaga sobre el texto de Wajdi Mouawad, en una visión actual sobre la tragedia griega Edipo en Colono de Sófocles en el contexto del caso Ayotzinapa, donde tuvo lugar el asesinato de Julio César Mondragón, joven de 22 año que al igual que Edipo sufrió laceraciones e incluso sus ojos fueron sacados.
¿Qué es una tragedia, sino el referente griego para decir que nadie puede huir de la fatalidad del destino y sus designios? Por eso, a manera de tragedia, el ciclo de violencia que se hace realidad en nuestro presente parece recobrar en los mexicanos el desanimo de los poetas griegos. Ante el desmoronamiento de nuestra civilización, el individuo y sus fuerzas quedan reducidos a la impotencia y a la triste declaración de no tener ninguna respuesta. “No sé” es la respuesta del individuo frente a la nueva Esfinge, ante el Leviatán, que nos interroga, nos burla y nos asesina.
En un solo acto, Las lágrimas de Edipo se sostiene en un diseño de iluminación y sombras que otorgan volumen y relieve al juego de movimiento y fuerza de tres histriones, un cÃrculo de arena, seis piedras y unas simples barras de metal suficientes para transportar al público a la Grecia clásica, a la Grecia de hoy que dibuja el drama de Ayotzinapa.
El teatro es ese “Espacio sagrado… Sólo pueden meterse aquellos que conocen los huecos” [Corifeo] que sirve como refugio, donde cantar y contar historias son el bálsamo para la tristeza que nos deja nuestro entorno. Este espacio sagrado no es para la escena de olvido y escape, no es un camino cobarde y cómodo, todo lo contrario “Es destino de este lugar detallar las peores tragedias del hombre” [Edipo], detallar para dar testimonio, contar historias para denunciar desde la escena la maldad, la injusticia, la violencia que se apodera de nuestras vidas.
Tanto el texto como la dirección hacen enfático el poder del arte y de las sensibilidades estéticas como fuente de poder y espacio a la subversión y rebeldÃa. No es tiempo de escapar de nuestros problemas, es necesario que cada acto arriba o abajo del escenario sume fuerzas para luchar. Las Lágrimas de Edipo no es una tragedia canónica, en ella hay una luz, un pequeño lugar en el que uno puede tomar fuerza: es la esperanza.
La trama gira en una fusión de los pesares de Edipo (Ulises MartÃnez) y su hija AntÃgona (Vicky Araico) vagan hasta donde el viento ha dejado de soplar, el final de la vida del griego; junto con la violencia sufrida en Ayotzinapa donde Julio César Mondragón ha sido mutilado y le han quitado el rostro. La amalgama de estas historias es Corifeo (Mitzi Mabel Cadena) quien se cuestiona, se duele y se convence de que aquello que vive es el clÃmax de la distorsión del mundo. “¿Para qué contar una historia que termina en fracaso?”. “La existencia trunca de un joven es algo que el mundo no puede permitir” [Edipo].
Además, de un texto rico en matices, cada diálogo es un argumento sólido que sustenta los tiempos violentos que hoy se viven en nuestro paÃs… palabras profundas que en boca de los histriones hacen del silencio una delación sobre la vida… Es la denuncia de Las lágrimas de Edipo, una obra conmovedora que encierra valientemente la tiranÃa, la ignorancia, la injusticia y sobre todo el cÃrculo vicioso que gesta la violencia de una generación a otra.
Padres maldiciendo a los hijos, hijos asesinando a los padres, poderosos aplastando a los débiles, violentos destrozando a los mansos… “Hay un monstruo a la entrada de esta cuidad que se come todo lo que tiene vida. Come todos los sueños, toda la felicidad, incluso la esperanza” [AntÃgona].
Las Lágrimas de Edipo, una obra que por su contenido llega al Festival del Centro Histórico como expresión del acontecer de una sociedad en busca de la verdad. Sólo cuatro funciones, los dÃas 6, 7, 8 y 9 de abril, en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, un poderoso texto que de manera valiente responde ante el dolor: “El ser humano sigue siento la respuesta ante el horror”.
¿Ofrece esperanza esta obra? Sà para quien la busca. La respuesta, al igual que en la antigua Grecia, sigue siendo la misma. Cada dÃa es más difÃcil de creer, pero asà como el ser humano es artÃfice de sus males, también es la esperanza que tiene de su salvación. El historiador ha visto al hombre derrumbar imperios, lo ha visto caer y corromperse, pero también ha visto al hombre construir y luchar por lo que cree, ha visto lo grande y maravilloso que puede llegar a ser. Al igual que puede ser el teatro como refugio de aquellos los comprometidos con sus semejantes. Fotos: Daniel González.
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