
Por: Antonio Riestra — 13 de septiembre, 2014
No recuerdo si leà o escuché que Jean Cocteau decÃa –cito de memoria– “La poesÃa sirve para algo, pero me gustarÃa saber para quéâ€.
Apenas termino de redactar lo anterior y me dispongo a liar un cigarro. Son casi las seis de la mañana. La única luz que hay en la estancia, la emite mi computadora. Como a lo cerca oigo transitar los primeros carros del Metrobús. Asimismo, al paso de éstos, siento que el edificio de modo entero se mueve.
Quien ha estado aquÃ, comenta que el dÃa menos pensado terminaré bajo los escombros. Yo siempre contesto lo mismo. Que antes de que eso suceda, saltaré desde este quinto piso hacia los árboles de la avenida.
Porque, no sé, seguramente un cientÃfico pueda refutarlo, pienso que al caer de semejante altura, lo que te mata es la fuerza de gravedad. En el cuarto contiguo, casi a pierna suelta, duerme mi novia, quien hace poco tiempo se ha comprado la ¿última versión? de un iPhone, al cual le entiende muy bien.
Es sorprendente que ahora, con un teléfono de estos, se comunique menos conmigo, con la gente en general. Sucede, estimado lector, lo vengo asimilando, que los medios de comunicación terminarán dejándonos en absoluta incomunicación.
Siempre he razonado que el arte se trata de comunicar y no de informar, que es bien distinto. PodrÃamos afinarlo. En arte no importa qué tanto estés diciendo. Importa lo poquito que no estés diciendo. Y sólo los verdaderos artistas pueden develarnos esta lógica tan ilógica.
La jornada de la vÃspera la concluà viendo La voz humana, de Jean Cocteau, justamente; traducida, adaptada y dirigida por Antonio Castro (se presentará todos los lunes hasta el 24 de diciembre en el Teatro Helénico).
Algo de gravedad, caÃda libre, temblor y comunicación, tiene dicha obra; ahà dejémoslo, para no argumentar, todavÃa, sobre la mixtura de tales fenómenos que bien maniobra la única actriz de la puesta, Karina Gidi.
Conocà a la actriz Karina Gidi antes que a la persona Karina Gidi. Prejuicioso de los proyectos populares, me limitaba a aquellos que salieran del ámbito comercial. Mas el poeta joven José MarÃa Ferrant, un domingo, me habló de la protagonista de Abel, cinta que dirigió Diego Luna.
Ojo, no me habló de la pelÃcula, me habló de la actriz que en pantalla se robaba la pantalla, gracias a su muy indiscutible calidad. El azar, yo digo que fue el azar, fortuito, sabe qué dÃa, me presentó en un café de la colonia Roma a la persona Karina Gidi.
Karina –ya es tiempo–, dueña de un lenguaje, ase el Lenguaje y lo convierte en voz, en voces: alegre, maravillosa, deja que los personajes cobren vida cuando personajes. O sea, jamás he visto a Karina actuando de Karina. Tampoco, luego, a un personaje de Karina actuando como un personaje de Karina.
Mi escenografÃa se ha vuelto un tanto la escenografÃa de La Voz Humana: son más de las seis, y un solo resplandor me comunica –no su luz, sino su claridad– a través de la ventana; hace que gravite ante tantÃsimo gris que no, nada, se siente. Fotos ARL/Conaculta.
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