
Por: Arturo Carrasco — 5 de agosto, 2009
El teatro –en mi humilde opinión– es una oportunidad de expresión, una buena forma de poder decir lo que del mundo se ve y se entiende. Esto puede ser desde el espasmo que nos produce la vida o la idea más común y metafÃsica como la que nos muestra La magia del amor razonado dirigida por José Solé, que se presentó en el Teatro Julio Jiménez Rueda.
Esta puesta escénica llama la atención por la propuesta que del amor presenta y sobre todo el trato que le da. El montaje nos acerca al amor y la poesÃa utilizando como pretexto la idea de la magia para hacer todo un viaje en una sola noche que nos lleva junto a Lyz –representada por Althair Naholy quien no sólo actúa sino también escribió la obra– por las estaciones del año y las voces de cuatro personajes, tan alejados uno del otro, cuya única relación parece ser la palabra y su idea amorosa: Nezahualcóyotl, Sor Juana Inés de la Cruz, William Shakespeare y MarÃa Sabina.
De esta conjugación de personajes y momentos que van de lo prehispánico a lo ritualistico es rescatable el hecho de que en cada uno de los momentos con estos personajes se busca conservar la presencia original de su lengua, asà podemos escuchar la lengua indÃgena, español e inglés antiguo y también el español contemporáneo por nosotros empleado.
Otra cuestión importante a destacar es la música, interpretada en vivo por el grupo Tribu, -agrupación mexicana fundada por el músico AgustÃn Pimentel– con la cual La magia del amor razonado se ve nutrida por los sonidos de esta agrupación que con instrumentos prehispánicos como el palo de sonajas, el teponaztlile o las ocarinas dan un toque de misticismo, vigor y exaltación sonora que irrumpe en los momentos precisos para darle a la obra mayor vida y fuerza de expresión.
Aun cuando podrÃa decir más sobre la obra y su contenido, quiero hablar de ella a partir de lo que observé el dÃa que tuve la oportunidad de verla. Aquel dÃa, el Teatro Julio Jiménez Rueda no tenÃa uno de sus mejores dÃas, quizás la lluvia, la hora o que se yo y, sin embargo, los actores –Manuel López como el Espiritu de Nezahualcóyotl, Cristina Cepeda interpretando al Espiritu de Sor Juana Inés de la Cruz y Felipe Lara en el papel del Espiritu de William Shakespeare- fueron capaces de romper no sólo el natural miedo del público sino también el provocado por un teatro en esas condiciones.
Esto a mi parecer te deja un buen sabor de boca pues más allá de buscar cumplir con objetivos o complejas explicaciones, los actores demuestran su gusto por el oficio y responder en escena con lo que saben hacer: actuar. Por eso, como sea que califique a la obra, después de salir del teatro pense que no es el fin del mundo y que –citando a Françoise Sagan- “al fin y al cabo hemos pasado un buen rato juntosâ€.
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