
Por: Colaborador Invitado — 12 de noviembre, 2011
“El lugar común para todo ser humano es el dolor, el dolor que nos explica nuestras acciones. Kant viaja a América para curarse un glaucoma, porque tiene miedo de perder la vista, y con ello la luz de su miradaâ€. Un filósofo que pierde la vista, “ahà comienza la poesÃaâ€, David Hevia.
Kant en alta mar, tragicomedia escrita y dirigida por David Hevia, concluyó temporada el pasado 30 de octubre en el Teatro Casa de la Paz de la Universidad Autónoma Metropolitana con una develación de placa a cargo del maestro Mauricio Pimentel y del maestro Mario Espinosa.
Un Kant expuesto a la mirada del espectador a través del anacronismo como elemento magistral para abolir un realismo infructuoso, nos habla detrás la carcajada del estremecimiento fatÃdico de un hombre consciente del más risible de los intentos: encomiar el mundo de las ideas ante una humanidad que navega a toda máquina, exactamente, en dirección opuesta.
¿Qué hacÃa Immanuel Kant fuera de Königsberg, su ciudad natal, cuando en vida no viajó más de un centenar de kilómetros y eso para mantenerse a la muerte de su padre? ¿Por qué va en barco, acompañado de su esposa, un criado y un papagayo, cuándo de todos es sabido que nunca se casó, de seguro tuvo servidumbre, pero quien sabe si tuvo una mascota?
¿Por qué aparece un Immanuel Kant en escena obsesivo, difÃcil y maniaco cuando llevó una vida que se caracterizó por su sencillez, regularidad, y ausencia de perturbaciones? y finalmente ¿Cuál fue el motivo de que perdiera la cordura cuando Kant es conocido como el hombre de la razón pública?
Estos cuestionamientos de la sin razón se observan en la puesta en escena Kant en Alta Mar basada en un texto del escritor y dramaturgo austrÃaco Thomas Bernhard: El Papagayo en Alta Mar. Una obra catalogada como una “comedia†por su autor, llena de simbolismos y metáforas que muy pocas veces funcionan ante el planteamiento siguiente: El viaje de Kant en trasatlántico —acompañado de su mujer, su criado y un papagayo— hacia los Estados Unidos en busca de una cura para sus ojos.
Un viaje que significa, sin más ni menos, el fin de la civilización de las ideas ante una civilización que navega a toda máquina en sentido contrario rumbo al pragmatismo, la frivolidad, lo despiadado y grotesco representado por el mismÃsimo paÃs del norte.
Esta propuesta es, tal vez, como lo señala su director David Hevia, la metáfora del ocaso de la razón, de los doscientos años de pensamiento ilustrado, de la creencia en el progreso de la humanidad, de la utopÃa racionalista ante el triunfo definitivo del pragmatismo de Estados Unidos, de la reaparición de la iglesia en sustitución de ideologÃas en retirada.
En este punto, el personaje de Kant está atrapado en la tragicomedia de sus manÃas, de discursos inacabados, inconexos, solemnes y ridÃculos en los que nada explica. Este contraste entre la grandeza que se admira de él y el absurdo imaginario en el que se ve inmerso culmina con la figura del papagayo, alter ego del filósofo y repetidor mecánico de su pensamiento.
En Kant en alta mar, estamos obligados a preguntarnos si todo está en nuestra cabeza, o si todo pensamiento busca una representación, pero también hay que pensar qué puede pasarnos si nos hundimos o tocamos fondo. Este no es un pensamiento agradable. Y como dice Hevia: “Yo también tengo miedo del fin como tantos otros seres humanos, en este lugar común que me inspira llevar a escena esta comedia; cuando ésta queda desgarrada, aparece la comediaâ€.
Construir esta farsa no fue nada fácil, por eso es de destacar el trabajo teatral de Miguel Cooper (Kant), Ana Cervantes (Frau Kant), JoaquÃn RodrÃguez (Ernst Ludwig), Emmanuel Varela (Señor Sonnenschela), Miguel Angel López (Cardenal), y Elia Domenzain (Millonaria) cuyo personaje estrafalario rompe con la comedia tal y como la conocemos adentrándose en otros recursos convirtiéndose en uno de los pilares centrales de la obra.
“El aspecto que más le agrada del trabajo de David Hevia es su audacia para emprender travesÃas a las que no todo mundo se atreve a imaginar. Por ello, quiero reconocer el espÃritu de aventura que tiene David sobre el escenario con esta propuesta que escapa al realismo y establece comunicaciones frescas que a veces rozan lo grotesco y lo traviesoâ€, Mario Espinosa.
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