
Por: Enrique R. Mirabal — 1 de enero, 2007
Una reseña de Duda apareció en la edición anterior de nuestro blog y obviamente, entre ésta y otras muchas recomendaciones, no le quedó más remedio a este crÃtico de darse una vuelta por el Teatro Virginia Fábregas del Centro Teatral Manolo Fábregas.
HabÃa que ver lo que tan diversas reacciones levantaba entre los espectadores. Y ahà estuvimos un jueves, el dÃa en que precisamente, se abre una sesión de debate al final de la representación.
Comencemos por el autor de Duda (Doubt), John Patrick Shanley, un dramaturgo norteamericano nacido en 1950, de familia irlandesa y católica por más señas. El mismo deambuló, como niño rebelde, por varias instituciones educativas católicas de las que fue expulsado o a las que renunció con alarde contestatario. Desde hace años ha visto representadas sus obras en los escenarios norteamericanos y, en 2005, ganó el Premio Pulitzer como mejor autor dramático (en lengua inglesa, por supuesto) en los Estados Unidos de Norteamérica.
Duda también ganó como representación varios premios Tony. Un rasgo que define mejor a su autor es la exigencia o imperativo a quienes deciden acercarse a sus textos: no pueden cambiar ni una coma al original.
En México, esta producción de Ocesa es dirigida por Jaime Matarredona a partir de una traducción al castellano de Susana Moscatel y Erick Merino. La escenografÃa que conserva la esencia del diseño original es orgánicamente adaptada al V. Fábregas por Laura Rode con la maestrÃa de siempre y el vestuario es de Violeta Rojas. Los actores, Silvia Mariscal, Moisés Arizmendi, Jana Raluy, Ursula Pruneda y Bricia Orozco, estas tres últimas alternando funciones.
La acción transcurre en un colegio católico en New York en 1964, en una década de profundos cambios polÃticos y sociales en el panorama americano y mundial. En primer plano, el Concilio Vaticano, presidido por Juan XXIII y que modificó sustancialmente el devenir de la Iglesia Católica.
El asunto que provoca la dubitativa actitud del público antes de emitir un juicio de valor o moral, deriva de la relación entre el padre Flynn, profesor de la escuela, atlético y hasta cierto punto liberal, la hermana EloÃsa Bouvier, encargada de la institución, una joven monja, la hermana Carmen y la señora RodrÃguez, madre de uno de los alumnos, uno de los pocos latinoamericanos admitidos en este tipo de colegio y que logra entrar gracias a la hipócrita polÃtica de “cuotas†para satisfacer minorÃas.
Lo que sucederá, una vez establecidas las posiciones de las piezas del juego en el tablero/escenario, implica una deducción o toma de conciencia por parte del espectador y la aplicación de una escala de valores que podrán depender de las creencias religiosas o formación de cada quien. Al final de la obra, cada jueves, se levanta el debate al que son invitadas diferentes personalidades: comunicadores, psicólogos, juristas, religiosos, protagonistas o testigos de abuso infantil et al.
Al calor de los recientes casos y otros no tan recientes en los que se involucra al clero católico en México, Estados Unidos y otros paÃses, las tensiones y tomas de posición buscan su cauce en la discusión y enjuiciamiento de los aludidos. Las posturas, en general, buscan la condena aunque puede aparecer, sorpresivamente, la justificación.
Lo más importante, el material que da pie a la discusión, se mantiene, gracias a la pericia de Shanley en los terrenos de la incertidumbre, la ambigüedad…. Para formarse su opinión al respecto, no queda de otra, asistir al teatro y disipar las dudas.
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