
Por: Enrique R. Mirabal — 1 de junio, 2006
Si algo puede aseverarse de la dramaturgia contemporánea es su carácter proteico envuelto muchas veces en un eclecticismo evidente, a manera de reacción a los juicios crÃticos acerca del agotamiento formal, de temas y de propósitos. Al igual que su pariente cercana, la ficción narrativa, el teatro occidental de hoy, se lanza sin tapujos a lo deconstructivo, al minimalismo tardÃo, a la reelaboración de una mitologÃa prefigurada y a una marcada inclinación por la trasgresión de géneros y disciplinas.
Un factor unificador en medio de la diversidad es la complejidad formal, con primer lugar en las preferencias de los autores de las últimas generaciones. El catalán Sergi Belbel (Tarrasa, 1963) no podÃa quedarse atrás y desde la década de los 80 puja por ocupar un lugar entre los autores de su comunidad y, por ende, entre los españoles. Con más de una decena de obras estrenadas en España y muchos paÃses más (algunas también en México: El tiempo de Planck, p. ej.) y otra vista aquà a través de su versión cinematográfica (CarÃces, Ventura Pons, 1998), la atracción por Belbel alcanzó a la actriz mexicana Pilar Padilla quien, con una fuerza de voluntad más que plausible, llevó a término, después de dos años de batallar, su proyecto de Elsa Schneider, escrita en 1987.
Por fortuna, el texto vino a dar en manos de Claudia RÃos, una directora (también autora y actriz, en todos los casos, excelente) con la sensibilidad y la inteligencia necesarias para dar cohesión dramática a los tres monólogos que integran la obra del catalán. Y aunque la idea inicial del escritor fuera plasmar el mundo interior de tres mujeres de diferente época, formación y estilos de vida a través de tres circunstancias definitorias de su existencia, el tratamiento y el tono escogidos por la directora realzan y engrandecen con mucho la disparidad del texto original: a saber, el primer personaje, extraÃdo de La señorita Elsa de Schnitzler evoca los años de entreguerras del pasado siglo, con un decadente Imperio Austro-Húngaro ocultando sus miserias y miles de artistas y creadores asoleándose en balnearios del Mediterráneo y spas junto a lagos y montañas.
Indefectiblemente, esta Europa definÃa la modernidad, las vanguardias y las conductas, actitudes y modas de la sociedad burguesa y la intelectualidad. La señorita Elsa alcanza la madurez emocional y la conciencia de su propia y patética existencia gracias a un imperativo familiar a manera de tabla de salvación de sus padres. El texto original, reescrito por Belbel, conserva su esencia y destaca por la riqueza de matices del personaje, antecesora de las ninfetas balthusianas, envuelta en un look que Diaghilev explotó en sus ballets de avant-garde (Jeux, Le train bleu), virtudes que, sin duda alguna, se deben a la creatividad de la directora y a la muy loable apropiación que Pilar Padilla hace de Elsa.
De manera similar, el segundo monólogo, Schneider, goza de un valor agregado con la identidad dual del personaje, en este caso, la singular actriz Romy Schneider(Jana Raluy) y su emblemática Sissi, emperatriz del Imperio Austro-Húngaro(Jacqueline Solórzano, una aparición de increÃble resemblanza de la Romy actriz convertida en Sissi ). Las similitudes entre la vida de ambos seres de carne y hueso convergen, precisamente a través de la literatura y el cine: Romy fue la niña hermosa que comenzó su carrera como tal y evolucionó en el cine hacia papeles más complejos, asà como su vida se fue convirtiendo en una pesadilla sin deslindes de realidad y ficción. Sissi fue la muñequita de porcelana convertida en icono de santidad para los súbditos del imperio y, en la vida real, una mujer con altibajos emocionales, apasionada amante, fanática del ocultismo y tildada de loca en sus años finales. Jana Raluy encarna con intensidad y convencimiento a Romy en su faceta de reclusión, afectada por sus relaciones amorosas y por la muerte trágica de su hijo.
Como colofón, una mujer de carne y hueso irrumpe en la escena, se trata de Elsa Schneider (Pilar Ixquic Mata), vital, enojada con la cotidianeidad y harta de no ser una Sissi o una señorita Elsa. Ella es alguien que podrÃamos encontrar en el supermercado… o en el teatro. Dentro del hiperrealismo dotado a su aparición, este personaje es, en contraste, el que se siente más teatral en el sentido brechtiano del extrañamiento pero cumple una función catártica que no rompe con la atmósfera creada y a la que, gracias a una dirección rica en aciertos y matices estilÃsticos y unas actuaciones contundentes a flor de piel, hacen de esta Elsa Schneider una de las puestas que nadie debe perderse si busca un teatro de adeveras.
Sissi en la literatura (sin agotar las posibilidades): Jean Cocteau en El águila de dos cabezas envuelve a la emperatriz entre giros poéticos y apuntes polÃticos. Este drama ha sido llevado al cine en dos ocasiones: la primera, por el propio Cocteau y la segunda, por Antonioni. La catalana Ana MarÃa Moix recrea a otra Sissi más oscura, valga el pleonasmo, en su novela Vals Negro. Existe un film más o menos reciente de la TV belga con Arielle Dombasle como Sissi en sus dÃas finales y varias series televisivas con el mismo personaje.
Elsa Schneider puede verse los lunes en La Gruta del Teatro Helénico.
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