
Por: Colaborador Invitado — 10 de septiembre, 2013
“La gente se muere a cada rato, deja irresponsablemente un fantasma de siÌ mismo por ahiÌ, y luego siguen viviendo el hombre original y su fantasma, cada uno por su cuenta. En ese mismo espiÌritu concibo la puesta en escena, adaptacioÌn teatral de la novela Los ingraÌvidos, un cuÌmulo de interpretaciones y reinterpretaciones. La obra es un fantasma de la novelaâ€, Fernando Bonilla.
En un escenario alto, con un gran librero y ante su mesa de trabajo, la protagonista de Los ingrávidos evoca y nos narra la historia de su juventud en Manhattan, su particular obsesión con el poeta sinaloense Gilberto Owen (de quien se encuentra escribiendo una biografÃa), y sus intentos por verlo publicada por la casa editorial en la que trabaja con la finalidad de darlo a conocer con mayor amplitud, al grado de falsificar una traducción y presentarla como el hallazgo de un texto inédito que sacudirá el mundo de las letras.
En Los ingravidos –que se presenta de jueves a domingos en el Teatro Orientación del Centro Cultural del Bosque hasta el próximo 15 de septiembre–, las historias de sus personajes se desdoblan simultáneamente en diversos “cronotopos” (para usar el término del crÃtico Mijail Bajtin): en las ciudades de Nueva York, México y Filadelfia, y en cuatro tiempos diferentes: el presente de la narradora, con dos hijos y un matrimonio que se rompe, su juventud en los Estados Unidos, los últimos dÃas de Owen, y la juventud de éste, trabajando como diplomático a principios del siglo XX.
Al final de la obra, los personajes convergen en una vorágine –en la que estos tiempos y espacios parecen unirse–, que podrÃa ser la muerte pero también un gran terremoto.
Bajo la dirección y dramaturgia de Fernando Bonilla, fundador del Colectivo ArtÃstico Puño de Tierra y egresado de la carrera de dirección en 2007, esta puesta en escena (una interpretación de la novela homónima de la escritora Valeria Luiselli) aparece cargada de significados y diversas lecturas. La actuación de JoaquÃn CosÃo en alternancia con Jorge Zárate, Haydeé Boetto y Cassandra Ciangherotti, dan vida a diversos personajes, que sin apenas cambios de vestuarios, en una mixtura de drama con toques de comedia en su abordaje de lo terrible y nostálgico de la existencia del poeta sinaloense y de su biógrafa.
El poeta Gilberto Owen nació en Sinaloa y formó parte del grupo de Los Contemporáneos: corriente de la poesÃa hispanoamericana del siglo XX que se definió a partir de su relación dialéctica con el movimiento modernista. Su figura define la obra que ideó Valeria Luiselli al combinar una proyección con realidad y ficción, presente y pasado.
El poeta sinaloense va dejando huella de su vida (¿por medio de sus múltiples fantasmas?) con resultados más o menos felices; reniega de su bajo peso en su juventud (teme estar desapareciendo), pero también de su gordura en los últimos años de su vida.
Divorciado y con dos hijos que frecuenta los fines de semana, el tiempo le deja las cataratas que ensombrecen su visión hasta la ceguera. Al final de su vida, la inocencia de la muerte parece presentársele bajo la forma de tres gatos (“tres pinches gatos yankis”) sin rabo, con los que convive a la fuerza en su casa de Filadelfia.
En las andanzas del joven Owen (o al menos, la recreación que de ellas hace su biógrafa) aparecen también otros poetas como el español Federico GarcÃa Lorca, andaluz por nacimiento y por vocación; Ezra Pound, quien se interroga sobre la función de la poesÃa y el arte en una época en que todo parece estar nuevamente en discusión; y Louis Zukofsky, quien habla del sueño de “un nuevo comienzo†y de la contradicción del sueño mismo.
Un detalle de la obra que merece mención especial es la referencia que se realiza al poeta y narrador chileno Roberto Bolaño. La referencia a este escritor podrÃa ser simplemente un guiño a cómo funcionan las modas en el mercado literario estadounidense, cómo se crean los mitos de los escritores malditos, pero también es, en cierto sentido, una forma de homenajear a Owen: una presencia constante en la obra es un famoso verso de Owen, “si he de vivir, que sea sin timón y en delirio”.
Este verso fue versionado por el poeta Mario Santiago Papasquiaro, el Ãntimo amigo de Bolaño a quien convirtió en el personaje de Ulises Lima en Los detectives salvajes, cuya celebridad ha hecho que muchos de los lectores actuales que lean este verso se lo atribuyan. Los ingrávidos hace justicia a su creador original.
“La obra no se trata de la materializacioÌn de la novela que escribioÌ Valeria, sino de la interpretacioÌn que le di yo como lector; de la particular historia que sucedioÌ en mi cabeza mientras leiÌ el libro. Del mismo modo en que la novela no encuentra su origen en la obra ni biografiÌa de Owen, sino en la interpretacioÌn que Valeria le dio a ciertos poemas, cartas y acontecimientos de la vida del poeta. Interpretaciones especiÌficas entre un infinito de interpretaciones posiblesâ€, Fernando Bonilla.
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