Teatro

El paso de los sentenciados

Por: Oswaldo Valdovinos — 8 de mayo, 2007

El Método Gronholm cumplió 700 representaciones en la Sala Chopin Todo acto sádico tiene un trasfondo masoquista. De ahí que las fronteras entre ser víctima y victimario sean relativas y se pase de una condición a otra como en el vaivén de las conversaciones acaloradas o el flujo continuo de dos actores dialogando una obra interminable, situación que no ha cambiado con el paso del tiempo, sino que se agudizado y adaptado a los tiempos actuales, con las complejidades acordes a una época en la que se puede ser todo lo brutal que se desee, siempre y cuando no se pierda el estilo o el buen gusto.

Así pues, el paso más natural cuando se asume esta dualidad es fingir aquello que no se es para dejar velada en capas y capas de barreras defensivas la verdadera personalidad, cuyo fin último es convertirse, en resumidas cuentas, en un ente bizarro que se trasforma y adapta en función de las circunstancias del momento, por lo que lo mismo puede comportarse como una persona comprensiva y confiable, que ser el peor patán reaccionario e intolerante capaz de aplastar a quien sea con tal de conseguir lo que quiere. Y lo anterior se puede aplicar perfectamente a cualquier campo, sobre todo en aquellos en los que la competencia es una constante e indispensable.

El Método Gronholm bajo la dirección de Antonio Castro cumplió 700 representaciones en la Sala Chopin Bajo esta premisa es que se puede inscribir la puesta en escena El Método Gronholm, de Jordi Galcerán, la dirección en la versión mexicana de Antonio Castro, y las actuaciones de Anilú Pardo, Juan Carlos Barreto, Gerardo González, Rodrigo Cachero Gerardo González, y Flavio Medina, que el pasado 26 de abril e inció su tercer año en cartelera en la Sala Chopin.

La anécdota es simple: los últimos cuatro candidatos a obtener una plaza de alto ejecutivo en una importante empresa multinacional son reunidos para ser sometidos a las pruebas finales del proceso de selección. Unas pruebas que, rayando en lo absurdo, nada parecen tener que ver con el puesto de trabajo en sí. Las situaciones, que empiezan siendo cómicas, poco a poco van tomando un matiz diferente, hasta convertirse en una prueba de resistencia, dominio, poder y supervivencia, en la que ningún ser humano quiere perder.

Cabe mencionar que la idea de esta obra nació de una anécdota real: en un bote de basura en Barcelona se encontraron una serie de documentos en los que un empleado del departamento de personal de una cadena de supermercados había anotado sus impresiones sobre las aspirantes a un puesto de cajera. Los comentarios, totalmente ajenos al ámbito laboral, estaban llenos de frases machistas, xenófobas y crueles, como: “gorda, tetuda”, “naca, no sabe ni dar la mano”, “parece idiota”. El hecho de tener en sus manos el poder para darles o no un empleo parecía otorgar a ese ejecutivo el derecho de juzgar y calificar, en todos los aspectos, a las aspirantes.

Bajo el aspecto de una comedia, El Método Grönholm es una obra fuerte, llena de ironía y acidez en la que cuatro personajes se enfrentan sin piedad por derrotar a sus contrincantes.

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“Uno no debe permitirse salir al escenario sin estar preparado en cuanto al conocimiento del personaje que se interpreta, si el ballet tiene una historia hay que contarla y vivirla lo mas real posible. Como intérprete, el reto es hacer llegar y entender al público la historia solo con los movimientos del cuerpo”, Raúl Fernández, diciembre 2009.