
Por: Oswaldo Valdovinos — 18 de febrero, 2008
El ciclo de la palabra puede tener una infinidad de vertientes: puede ser directo, mordaz, irreverente, inverosÃmil; caer en una serie de urdimbres que pueden conducir a un mismo lado por diferentes caminos (por supuesto ninguno es el mismo y por lo tanto todos y cada uno de ellos son únicos), o en realidad ser una trampa sin un sentido en especÃfico porque ése también puede ser el propósito de enunciar frases consecutivas.
Por otro lado también está la insaciable necesidad de nombrar todo aquello que es posible nombrar, aunque en la realidad (o en la cotidianidad o en la vida diaria o en el continuo transcurso del tiempo) no existan referentes sólidos a los cuales asirse, o haya un significado preciso que explique lo que se habla. Porque también puede ser que esa necesidad de recrear la existencia a través de las palabras responda únicamente al vacÃo aterrador y desesperante que produce la ausencia de palabras; de ahà que en muchas ocasiones se estructuren discursos donde lo importante no es ni lo que se dice ni cómo se dice, sino el hecho mismo de decir, de llenar esos espacios subterráneos de la conciencia para no desprenderse de la piel y caer en pedazos, o desgarrarse la garganta (o las manos, o los dedos, el cuerpo mismo) por la abandono del acto creador del discurso verbal.
De ahà que se pueda explicar que una persona —una mujer de mediana edad, de profesión (si es que la tiene) un tanto indefinida, más o menos joven, más o menos al borde del desquiciamiento, de la ruptura emocional, por ejemplo— se vea en la inexorable necesidad de reafirmar su presencia en los otros a través de la palabra, para lo cual ha de crear una estructura discursiva efÃmera sustentada en la fragilidad de las emociones a punto de explotar en la actitud pero desbordadas en torrente verbal. Tal es la premisa del más reciente montaje Para satisfacción de los que han disparado con salva…o de las palabras como marsupiales, de Alberto Villarreal, que el pasado 9 de febrero inició temporada en el foro La Madriguera.
La trama puede resumirse a una aparente plática de una también aparente conferencista que por algún motivo (“El que se preocupa por ustedes me dijo que les hablara de cualquier cosaâ€) está en un lugar determinado y tiene que cumplir con un compromiso pactado de antemano. Por supuesto, al no haber un tema especÃfico tampoco hay un discurso preparado, y mucho menos una ilación congruente en términos discursivos; de ahà que la conferencia-monólogo-plática-frustrada vaya de un tópico a otro y regrese sobre sus pasos para volver y regresar nuevamente al principio y desviarse en digresiones que llevan a otras tantas y se retome el hilo conductor inicial. Eso sÃ, siempre con una actitud al borde de la histeria pero sin lograr transgredir los lÃmites de la cordura.
Asà pues, a través de un monólogo divergente, la búsqueda del equilibro pende de unos patines (que también son la causa de las constantes caÃdas), de una serie de desplazamientos (¿para encontrar “su lugar†en algún lado?) y elementos incidentales (el paso de una bola de boliche, el cambio de patines), además de actitudes que muestran a una mujer siempre al borde de la ruptura, muy bien lograda en general, pero por ser una constante, un tanto lineal que limita hasta cierto punto la gama emocional que pudiera tener el personaje.
Cierto que hay una evolución emocional y un discurso que difÃcilmente es captado en su totalidad en una primera lectura, pero también existe el inconveniente de perderse en una complejidad más cercana a lo literario que a lo dramático, lo cual puede llevar a un galimatÃas.
Para satisfacción de los que han disparado con salva…o de las palabras como marsupiales, de y bajo la dirección de Alberto Villarreal, con la actuación de Irela de Villers, se presenta en La Madriguera (Alvaro Obregón 291) los sábados a las 20:30 horas.
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