
Por: Miguel G. Calero — 16 de septiembre, 2016
“En el nombre de Dios, juro solemnemente hacer todo lo posible por la independencia de Irlanda”, fragmento de DublÃn, Digamos que el teatro es nuestra trinchera. escrita por el dramatugo Michael West.
¿Qué es el teatro?
Aquellos que tan sólo somos aficionados y nos llenamos la boca con frases como “amo el teatro” o “soy admirador del arte escénico” no tenemos una idea real de lo que es vivir intensamente (a veces sin escapatoria) lo que es el teatro. DublÃn es una gran confesión. Una confesión contrita de corazones sinceros que nos invita a repensar el espacio social que tiene el teatro en nuestro mundo. Confesión de aquellos que llevan el teatro a la mesa y a la cama, aquellos que han adentrado tanto que ya no pueden salir.
La compañÃa Petit Comité dirigida por Samuel Sosa y Laura Imperiale es la responsable de esta confesión hecha obra. En tres actos, Dublin nos expone a flor de piel las más Ãntimas fragilidades y motivaciones de los que producen este arte, de aquellos que le apuestan a hacer teatro, reconfigurando cualquier tipo de definición que tengamos sobre qué hacen. Su exposición es profunda, matizada y poderosa.
Plantea con toda seguridad más conflictos de los que podrá resolver, pero es una puesta en escena llena de esperanza, al menos para los que –como yo–, aún soñemos que con los esfuerzos de todos unidos habrá más fuerza social que con las flaquezas con las que nos hallemos solos. Tal vez sólo tengamos que unir nuestras actuaciones en el escenario correcto.
Bajo la dirección de Fernando Bonilla nos encontramos con la adaptación de un clásico europeo del teatro contemporáneo traducido al castellano y enfocado a la realidad mexicana, ya que es constante la referencia polÃtica que se tiene de la censura y del activismo dentro del marco imperialista y dictatorial.
“Aquà nadie tiene derecho a la frivolidad. No mientras este paÃs sufra” nos dice el personaje de una actriz envuelta en sus propias contradicciones porque hay que resaltarlo, DublÃn es la lucha por hacer teatro que el dramaturgo Willy Hayes enfrenta al abrir un nuevo espacio, el Teatro Nacional de Irlanda junto con su hermano Frank de mentalidad revolucionaria y sus amigos actores.
Contradicciones que arropan a todos, mismas que nos hacen pensar ¿existe el activista perfecto? El triste y amargo sorbo de realidad nos recuerda que el egoÃsmo (no necesariamente juzgable) actúa como el mayor enemigo frente al poder opresivo.
Los tintes polÃticos, las sonrisas amargas y la frustración que transmiten los sueños desmoronados de los personajes no recuerdan las bellas palabras del poeta árabe Mahmud Darwish: “Se puede amar o no a una patria, pero a una patria libre. Si está ocupada siempre la amarás”.
Y se nos presentan nuevamente las interrogantes que me parece rondan los cÃrculos de intelectuales hoy en dÃa, en nuestro paÃs y nuestra ciudad: ¿es posible hacer activismo hoy?, ¿es una pérdida de tiempo?, ¿son farsantes que buscan protagonismo?, ¿son parias en busca de atención?, ¿el activismo artÃstico?… ¿y el arte? ¡¿Y el Teatro?!…
Para que el teatro deje de ser visto como entretenimiento se debe vivir con toda intensidad, arriba y abajo del escenario, con y sin telón. Intensidad a la que nos invita DublÃn. Intensidad que ansiamos los mismos aficionados que hacemos posible cada puesta en escena, porque el mensaje siempre necesita un receptor.
Con las excelentes actuaciones de Omar Medina, Yuriria del Valle, Alejandro Morales, Juan Carlos MedellÃn, Mario Alberto Monroy y Sonia Couoh, que siendo solamente seis, dan vida genuina a más de 30 personajes. La escenografÃa de Auda Caraza y Atenea Chávez es dinámica, mientras que el maquillaje concebido por Brenda Castro es cautivador y cumple para darle un toque de comedia del arte a la puesta en escena.
El trabajo musical original de Leonardo Soqui hace fluir cada escena y la narrativa actoral es cómica y fluida. AsÃ, Fernando Bonilla muestra su maestrÃa dibujando claramente todas las personalidades que los actores construyen a lo largo de la trama, un trabajo técnico impecable por parte de todo el equipo, donde se aplaude incluso al trabajo preciso y sensible de la iluminación y del vestuario.
“Un niño irlandés sin zapatos vendÃa banderas inglesas”, dice el personaje de la actriz. DublÃn es una emotiva historia de combate por la libertad, la justicia y la nación. Una historia de teatro dentro de otra historia de teatro. Historia que no deja de tener claro-oscuros, porque todo ideal, por más puro que se muestre, está llevado por fragilidades humanas que le representan.
Si hay una moraleja de DublÃn es que el escenario debe ser un espacio de metamorfosis, de transfiguración, donde se dinamicen los sueños personales y los principios patrióticos.
¿Entonces, se hace teatro porque se quiere cambiar al mundo o porque es lo único que un grupo de personas sabe-puede hacer? Dice el director que ni ellos mismos saben, pero que lo harán y seguirán haciendo de todo corazón. Mientras tanto, para los que no vivimos la intensidad del teatro, al menos arriba de los escenarios, podemos pensar ya en la definición que esta obra nos muestra: el Teatro es nuestra trinchera.
DublÃn se presenta –hasta el 16 de octubre– en el Teatro Milán de viernes a domingos. Una cita obligada para los que aman y viven este arte aún fuera de escena y sin telón. Simplemente, no se la pueden perder, y si se la pierden, al menos pidan que se las cuenten. Fotos: Jesus Morales German.
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Amo al que escribió esto.
Pues gracias, 🙂