
Por: Colaborador Invitado — 3 de septiembre, 2007
Dentro de la creación artÃstica se da el caso de las obras que trascienden a sus creadores para instaurarse en el imaginario colectivo y sobrevivir como entes autónomos más allá de la época que las vio nacer. En la literatura, quizás los mejores ejemplos sean Don Quijote de la Mancha, Romeo y Julieta, Edipo, La odisea, Los tres mosqueteros, Drácula…
Con esto queda de manifiesto que llega un momento en que el autor puede quedar indisolublemente ligado a un tÃtulo (cuando tiene la fortuna de trascender junto con el), y poco importa que su bibliografÃa abarque muchos más, asequible sólo para quienes se muestran interesados en la obra en su conjunto y no únicamente en el tÃtulo que lo ha llevado a ser un “escritor de cultoâ€.
En el caso de la literatura de horror, Bram Stoker es uno de los mejores casos de lo anterior. Su fama se circunscribe sólo a Drácula, por lo que prácticamente se ignoran sus otras diez novelas, entre las que se encuentran El desfiladero de la serpiente, Crooked Sands, Miss Betty, La joya de las siete estrellas, La Dama del Sudario o La madriguera del gusano blanco, y toda su producción breve, entre la que destacan piezas como El entierro de las ratas.
Asà pues, con miras a “narrar la historia detrás de la historiaâ€, Roberto Coria, especialista en literatura y cine de horror, escribe El hombre que fue Drácula, que después de un año de trabajo de dramaturgia se estrenó el pasado 23 de agosto en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario en versión teatral con la compañÃa Teatro Gótico, bajo la dirección de Eduardo Ruiz Saviñón y la edición literaria de Vicente Quirarte.
La dramaturgia está planteada desde la visión del “hombre que inspiró a Bram Stoker para concebir este personaje terrible que, por una parte, está basado en una figura histórica, llamado Vlad Tepes, y, por otra parte, en su patrón, Henry Irving. Alude al proceso creativo que tiene que ver con las inspiraciones y los hechos que lo movieron para poder fraguar una obra de tal envergadura… La premisa de la obra es la imaginación y la forma en que la capacidad de soñar se puede convertir en una manera de exorcizar los demonios personales. Se trata de un drama conjetural sobre todos los acontecimientos que llevaron a Stoker a concebir su novela más conocida, pues queremos exponer todo lo que hay detrás de un mito”, explica Coria.
Dividida en dos actos, la puesta en escena aborda una serie de elementos imaginarios combinados con sucesos comprobables sobre la vida del escritor irlandés. La historia transcurre en los años 1878 y 1879 en la ciudad de Londres, teniendo como escenario el mÃtico Teatro Lyceum, donde se fraguaron muchas creaciones literarias de Stoker, quien abandonó su natal Irlanda debido a que obtuvo un nuevo empleo como gerente de ese famoso teatro como representante y secretario del actor Henry Irving.
A partir de este hecho se “conjetura†una serie de sucesos que, se supone, serán la base para la creación de “Dráculaâ€. Sin embargo, una de las dificultades de la puesta en escena no es el hecho de la especulación en sà –al fin y al cabo la licencia literaria es un recurso que cuando es bien empleado es mucho más interesante y creativa que la realidad en sà misma- sino la estructura dramática. Si lo que se busca es “narrar la historia detrás de la historia†resulta un tanto extraño que, de entrada, los personajes respondan más a estereotipos que entes de carne y hueso con conflictos personales.
AsÃ, por ejemplo, se tiene a un Stoker un tanto plano, carente de complejidades emocionales, salvo en los casos en que el texto lo pide, como es el caso de una escena en la que recrimina a la esposa su infidelidad; un Henry Irving, egocéntrico en su papel de tirano pero “bueno†y “reivindicado†cuando muestra su “lado humano†al final de la obra; una Florence Balcombe como una esposa frÃvola y “malaâ€, interesada sólo en los placeres mundanos y la superficialidad; una Ellen Ferry como la tÃpica actriz nacida sólo y para el teatro, quien aun tras bambalinas no puede dejar de actuar; o un Armenius Vámbéry, profesor extranjero de voz grave, pausada y cavernosa, “caracterÃsticas propias†de los versados en asuntos oscuros, quien introducirá a Stoker al estudio de los Nosferatu y los vampiros.
A esto habrá que agregar una serie de escenas que remiten a fórmulas probadas (otra vez la discusión de Stoker con su esposa: los gritos, las recriminaciones de manera melodramática; la escena que cierra el primer acto en la que Stoker dice, a la manera de quien sabe emprenderá una gran odisea: “Escribiré una novela de vampirosâ€; la muerte “inesperada†de Henry Irving, poco después de que accede a terminar de leer, a instancias de Ellen Ferry, y representar la versión teatral de Drácula), o parlamentos completos que son propios del melodrama telenovelero, amén de aquellos otros (en la escena de la discusión de Stoker e Irving respecto a la validez de abordar temas como el horror) con más tintes de crÃtica literaria contemporánea que a ideas afines a la época.
Y no es que se espere una recreación fidedigna de los acontecimientos (para eso mejor se recurre a las fuentes primarias, a los estudios de especialistas en el tema, etc.), ni tampoco ver una biografÃa sobre el escenario (¿cuál serÃa el interés en ello?), sino una propuesta acorde con lo que se plantea. Si lo que se busca es desmitificar a los personajes y dotarlos de humanidad, ¿por qué recurrir al estereotipo y a una estructura dramática limitada? Cierto, la puesta en escena y el texto mismo tocan puntos poco conocidos de Stoker (el resto de su obra literaria, la admiración por Henry Irving, su labor como administrador teatral, su faceta de crÃtico teatral), pero son opacados precisamente por esa insuficiencia emocional que lo lleva a ser un personaje, casi casi de telenovela.
A pesar de lo anterior hay varios aspectos rescatables de la puesta en escena, como el efecto muy bien logrado de crear el teatro dentro del teatro mediante la escenografÃa de un escenario en el escenario, el trabajo de iluminación, la recreación de ciertos pasajes de la novela de Drácula como imágenes mentales de Stoker, y el humor de algunas escenas que muestran, efectivamente, el lado humano de los personajes.
El hombre que fue Drácula permanecerá en escena hasta el 14 de octubre en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón del CCU, los viernes, sábados y domingos. Integran el elenco los actores Nicolás Núñez, Eduardo Von, Elena de Haro, Priscilla Pomeroy, Guillermo Henry y Antonio Monroi. Asà pues, El hombre que fue Drácula, no es una puesta en escena de terror, sino una visión a Bram Stoker y su obra más conocida. Fotos: Lorena Alcaraz.
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