
Por: Colaborador Invitado — 14 de junio, 2007
Todo acto de venganza debe estar sustentado en el hecho objetivo de que la ira es el peor camino para el escarnio; que los impulsos entorpecen, obstaculizan y en gran medida echan por tierra cualquier plan, y sobre todo que el temor a la constancia y la perseverancia de los horrores mentales es uno de los primeros enemigos a vencer, pues bien puede ser que se pierda la emoción primaria que propicia el acto de venganza. Es decir, no basta sentir odio para tomar tal determinación; hay que cultivarlo por el tiempo que sea necesario para no caer en la tentación del perdón y mucho menos del arrepentimiento y los remordimientos.
Asà pues, una vez sorteado ese primer obstáculo —el más difÃcil, sin duda— lo demás viene por sà solo.
Pero, ¿qué pasa cuando se pierde de vista ese objetivo y se da paso a un aparato circense para tratar de sustentar en las apariencias y la forma algo que por principio debe responder a una pulsión primaria, libre de todo artificio?
Puede haber varios caminos, pero quizás el menos afortunado sea el de la autocomplacencia y el divertimento basados en una consecución de actos gratuitos, hilvanados con tal fragilidad que pueden tener como “sustento†la cuestión de la “adrenalina†o el simple pasatiempo.
Quien haya visto la primera versión de Vencer al Sensei, de Richard Viqueira, en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico, estrenada más o menos en febrero del año pasado y, hay que decirlo, en cartelera por algo más de un año, sabrá que si bien habÃa una propuesta escénica en la que las artes marciales tenÃan la intención de rendir un tributo al cine de Bruce Lee (o al menos eso decÃa el programa de mano de ese entonces, aunque el resultado fuera más cercano al cine de Jackie Chan), habÃa también una dramaturgia que sustentaba la trama de la obra en la idea central de la venganza como el motivo de esa relación entre sensei y discÃpulo, pues mientras el primero en su pasado habÃa sido parte de un ejército que arrasó aldeas y asesinó a sus habitantes, el segundo era uno de los tantos huérfanos que quedaron a consecuencia de esa acción.
De ahà que el sentido de la puesta en escena —más allá de lo divertido y lo eficaz desde el punto de vista del entretenimiento, y de ver “combates escénicos†a corta distancia— tuviera ese trasfondo que la hacÃa atractiva y sostenÃa de buena manera la construcción de ambos personajes.
En el caso de Vencer al Sensei Turbo, en temporada del 26 de mayo al 23 de septiembre en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz del CCU, a pesar de ser una versión corregida y aumentada (o tal vez por eso), con “tres nuevas escenas omitidas en la anterior puesta en escena y que para ésta fueron recuperadasâ€, de ser anunciada como “más rápida y más furiosaâ€, y de transcurrir en una “X†en vez de un solo pasillo, hay muchas dudas respecto a si en realidad hay una revisión a fondo del montaje original, y hasta dónde se beneficia con los cambios y las adiciones de esta versión.
Si bien es cierto que todo replanteamiento —sobre todo en teatro— implica un cambio (radical o superficial), que puede tener un sentido distinto al propuesto inicialmente, y más que nada tiene la ventaja que sólo da el paso del tiempo y la recepción del público (lo cual en teorÃa propiciarÃa una autocrÃtica), también es verdad que la tentación de caer en la complacencia es casi inevitable y se pueden tomar decisiones que de una u otra manera afectarán el sentido original de la puesta en escena.
Si bien en la primera versión habÃa segmentos de una comicidad bien llevada, basada en lo ridÃculo y lo absurdo de las situaciones (una pelea con palillos chinos, una parodia de combate con abanicos y sombrillas), con elipsis e hipérboles escénicas resueltas correctamente, habÃa una lÃnea narrativa que cohesionaba a la historia en general y daba pie al desenlace (la muerte del discÃpulo a manos del sensei). En cambio, en esta versión “turbo†las adiciones le restan efectividad al acercarse más a una sucesión de “eskeches†—que además de falta de unidad hacen más lento el ritmo de la obra— que a una historia de mayor amplitud. De hecho, la complejidad que tenÃa con la cuestión de la venganza se diluye a través gags y una serie de escenas que más bien debilitan la trama en sÃ, que muy bien pudieron seguir desarrollándose en un solo pasillo en vez de una “Xâ€.
De los aspectos rescatables está la intervención de la Geisha, personaje que adquiere un matiz distinto al ser interpretado por Rossana Vega en vez de Iliana Muñoz, pues mientras Vega interpreta una geisha carismática que se involucra con el público asistente y soluciona cuestiones actorales sin grandes aspavientos, la de Muñoz resultaba desdibujada y tibia, y en ocasiones fuera de lugar al tener incursiones forzadas en la trama y un desempeño actoral pasable, más cercano al nivel de los alumnos de recién ingreso de cualquier escuela de teatro que a un profesional como tal.
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