
Por: Oswaldo Valdovinos — 1 de abril, 2007
Toda competencia empieza desde el momento mismo de la fecundación. Cada espermatozoide de esa vastÃsima “camada†debe recorrer un largo camino en una carrera desquiciante por llegar al óvulo si es que quiere sobrevivir: empujones, tropezones, patadas, golpes bajos, intrigas, corruptelas… todo es válido para llegar primero a la meta. Por supuesto y ante tal ferocidad de esa lucha encarnizada muchos quedan en el camino y sólo el “mejor†consigue en éxito deseado. Aunque dados los resultados y el número de aberraciones andantes, cabrÃa preguntarse si esto ocurre en realidad o se trata de una turbia maquinación para favorecer a los más allegados. De ahà el continuo conflicto entre las diversas esferas de quienes detentan el poder y quienes quieren el poder.
Bajo tal perspectiva es que se puede inscribir la puesta en escena Croll (todos los lunes en el Centro Cultural Helénico), de Ernesto Anaya, bajo la dirección de José Antonio Cordero y las actuaciones de Enrique Arreola, Mónica Dionne, Diego Jáuregui y Aurora Cano, obra en la que cuatro singulares personajes: una nadadora de alto rendimiento, un nadador que gusta vivir del presupuesto, una cantante alemana de ópera y un octavo violinista que estuvo becado como contrabajista, tienen un primer encuentro en un escenario poco común: una extraña alberca donde se ponen al descubierto las diversas formas en que se puede sobrevivir en un paÃs como el nuestro.
AsÃ, se ve a la nadadora, que presume ser la primera en su disciplina, fascinada por todo lo que esto conlleva (los patrocinios, su presencia constante en los medios de comunicación, su participación en comerciales publicitarios, los reconocimientos, el jet set) conversando con un nadador, quien sabe a la perfección que para sobrevivir y estar vigente no todo es cuestión de entrenamiento, constancia, disciplina y entrenadores, sino que hay algo fundamental e insoslayable: el fino arte de la corrupción. De ahà que se desprenda un primer altercado marcado por lo pretencioso de ser un “atleta de alto rendimiento†y los tejes y manejes para corromper al Comité OlÃmpico, en un diálogo constante en que las morcillas y las referencias marcan un sentido del humor ácido y dinámico.
Cosa parecida ocurrirá cuando se encuentran la cantante alemana de ópera y el octavo violÃn de una orquesta mexicana (quien por otra parte también en integrante de un mariachi), conversación en la que se da un juego de enredos a partir de aprovechar la distancia y las diferencias sociales y verbales entre dos formas diversas de ver la realidad: el racionalismo del primer mundo y la inventiva (no siempre reconfortante) de los paÃses en vÃas de desarrollo.
Estos cuatro personajes, hombres mediocres y mujeres ambiciosas, capaces de sobrevivir un feroz accidente aéreo rumbo a las Olimpiadas en pleno mar Atlántico, terminarán por sucumbir ante sus propias limitantes, ya sea por envidia y temor (la nadadora, horrorizada ante la posibilidad de dejar de ser la mejor ante la nacionalización de una atleta de origen alemán; y la cantante de ópera, condenada a ser siempre la suplente) o por el conformismo y la inercia de buscar siempre la opción fácil, el menor esfuerzo y la tranza de la corruptela.
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