Por: Colaborador Invitado — 1 de noviembre, 2011
Luis Enrique Gutiérrez “LEGOMâ€, una de las voces más renovadoras y vibrantes dentro de la actual dramaturgia mexicana, nos brinda un retrato tan ácido e ingenioso como profundo de nuestros gobernantes y la corrupción que corroe al sistema polÃtico nacional en Civilización, una obra que con gran sentido del humor y presencia actoral de Héctor Bonilla y Juan Carlos Vives, dos magnÃficos actores en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz en el Centro Cultural Universitario, con la excelente dirección de Alberto Lomnitz.
Sobre este proyecto de Teatro UNAM, Lorena Maza, a quien después de haberla invitado en su papel de espectadora y por supuesto como protagonista de la escena teatral –hoy por hoy se le reconoce por el excelente trabajo que realiza en la dirección de escena de la obra Rojo que se presenta en el Teatro Helénico– nos ofreció una entrevista donde amablemente respondió a una serie de preguntas que –editadas por falta de espacio– se utilizaron para realizar el artÃculo Desde la butaca, una interesante charla con directores que mes con mes se publica en la Revista Dónde ir, y en este caso se publicó en la edición de este mes de noviembre.
La entrevista fue tan larga como interesante, es por esto que ahora para beneplácito de nuestros lectores publicamos en su totalidad en este espacio cibernético de InterEscena, donde no tenemos problemas de cuantos caracteres o palabras componen el artÃculo.
Un texto que sin duda resulta sustancioso para adentrarnos en el mundo del teatro desde otra perspectiva, la visión de una profesional que tiene todas las tablas y vive dÃa con dÃa el acontecer detrás de la escena.
Asà que sin más preámbulos Lorena Maza nos lleva por los pormenores de Civilización, obra ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia Manuel Herrera 2006 escrita por el talentoso LEGOM…
Civilización es una ficción en nuestro paÃs, una simulación, una burla. Un espejo implacable de nuestra civilización, de nosotros mismos, el público mexicano que sólo observa su tragedia. Ese es el valor de esta historia y ese es el valor del teatro, pero aquà no hay catarsis, porque nuestra tragedia es una farsa, asà que no hay posibilidad de redención, nos reÃmos a carcajadas pero no hay purificación ni compasión, solo queda el miedo.
Como en una pesadilla recurrente, la trama es más que conocida, es un lugar común, la vemos y oÃmos a diario, en la calle, en las casas, en la televisión, desde hace décadas: un empresario corrupto se asocia con un funcionario corrupto en un negocio ilegal, con dinero del pueblo, que vende barato sus principios.
Corrupción, mediocridad, ausencia de gobierno, certeza de impunidad, carencia de escrúpulos. Todos caen, todos “le entranâ€, nadie se salva. Los vicios del sistema polÃtico y empresarial son expuestos sin pudor con un humor corrosivo que duele hasta la médula y da pena ajena, porque alude a nuestra pasividad, a nuestra complicidad. Civilización nos grita a la cara, no somos ciudadanos, somos simples espectadores que desde “lo oscuritoâ€, en el anonimato de nuestra butaca, nos reÃmos de nuestra propia miseria como nación.
La excelente dirección de Alberto Lomnitz logra dimensionar esta gran farsa polÃtica desde su primera imagen. Al entrar al foro vemos a un hombre de rasgos indÃgenas y semidesnudo recostado sobre pasto sintético. De fondo un telón pintado con nuestros volcanes en el Valle del Anáhuac. Junto al hombre, un Ãdolo prehispánico reducido a esqueleto y semienterrado que parece sonreÃr entre la maleza.
El cliché de la mexicanidad y la estética kitch, tan propias de la carpa, logra que el espectador inadvertido se siente cómodo en su lugar y sonrÃa ante esta imagen bucólica, para en seguida descubrir una tensión más profunda y terrible: el sÃmbolo de una civilización olvidada y enterrada que se niega a desaparecer, como el Ãdolo que ahora parece emerger de su tumba y que inevitablemente nos remite a los cuerpos mutilados y abandonados de campesinos, migrantes, mujeres y decenas de miles de vÃctimas de nuestro presente. Ahà comienza el espejo.
Sin embargo te rÃes, el cinismo, las leperadas, la desvergüenza, la desmesura, la estupidez, la mediocridad soez. Aunque conocemos la trama, la dirección y la interpretación, en gran complicidad, logran matices y relieves deliciosos en cada personaje y situación dramática para dar complejidad a la frase.
El empresario, interpretado magistralmente por Héctor Bonilla, está desahuciado, no puede comer ni beber, apenas puede caminar, pero quiere “hacer algo grande†antes de morir, algo que trascienda, como una torre de cristal de 20 pisos “que parezca de canteraâ€, puesto que estará en el centro histórico colonial, que por cierto se está hundiendo, de una pequeña ciudad de provincia, que ha sido declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
El edificio será ocupado por los burócratas encabezados por el Presidente Municipal, aspirante a la gubernatura del estado y compadre del empresario, quien financiará la construcción con dinero del erario público, mediante un proyecto arquitectónico improvisado y cálculos falseados.
Es hilarante, si, pero una vez más surge la tensión, la ironÃa, los sÃmbolos: la enfermedad, la torre de cristal, los peldaños a escalar, los cimientos movedizos, el hundimiento sistemático, la muerte latente de todo lo civilizado. En el centro de la historia están otros dos personajes que dan equilibrio a la narración y contrastan con los personajes de poder. Un joven ingeniero, Mauricio Isaac, responsable de los permisos de construcción, quien a pesar de sus principios sucumbe a la seducción, amenaza y chantaje del presidente municipal.
El verdadero drama de esta personaje es que termina auto-degradándose por su propia ineptitud para negociar y por culpa. La fragilidad de la integridad ante el aparato demoledor de la corrupción.
El otro personaje es el Indio, Salvador Velázquez, que vimos al principio de la obra, ahora vestido con “ropas civilizadas†sirviendo al polÃtico y al empresario indistintamente. El indio, pues no tiene nombre en la historia, es nombrado con diferentes apelativos racistas y humillantes: como “Indio Patarrajada”, “Juan Diego”, “Huanzontle”, Tizoc, Cacahuamilpa, “Xoconoxtle”, etc. Él es la única constante, está siempre ahÃ, invisible y atento. Nunca habla, ve todo y sabe todo, pero es sistemáticamente ignorado. Es el único que no cambia, no tiene trayectoria dramática, no le sucede nada, por que no forma parte del sistema, no existe en la trama de la vida nacional.
El desenlace de la historia se precipita para iniciar un nuevo ciclo que no necesitamos ver pues una vez más lo conocemos de sobra: todos traicionan y se traicionan. El proyecto de la torre de cristal se “caeâ€, el predio millonario vuelve a los propietarios originales, Los Legionarios de Cristo quienes lo venden para la construcción de un McDonald’s. Es hilarante, si, no hemos dejado de reÃrnos, pero a estas alturas ya nos sentimos incómodos, un poco heridos, acaso por nuestro propio silencio y complicidad en esta farsa.
LEGOM escribe: “PodrÃamos reestrenar esta obra cien años y cien años seguirÃa teniendo vigencia, porque a nuestras clases polÃtica y empresarial les falta imaginación, siempre actúan igual. Y nosotros siempre los dejamosâ€.
La dirección de Alberto Lomnitz es justa, precisa, sin concesiones teatrales. Su montaje es de una simplicidad aplastante, la gran economÃa de recursos permite que los personajes y la historia cobren una fuerza expresiva enorme, sin que nada les estorbe. El texto pasa directo, con gran transparencia al público y nos rebota en la cara. Lomnitz usa todos los elementos a favor de su historia y no hay dónde esconderse. Estamos demasiado cerca de la acción. La distancia está en la farsa, en el tono lúdico y ácido, que comparte con el diseño de escenografÃa a cargo de la genial Edyta Rzewuska que sabe perfectamente cómo traducir lo mexicano a distintos géneros por su trabajo previo en La TrilogÃa Mexicana.
Civilización es uno de esos afortunados montajes donde todos trabajan para la historia con gran honestidad y libertad. Las actuaciones son excelentes. No puedo imaginar a un mejor actor para interpretar al Empresario que a Héctor Bonilla, maestro del escenario, brillante actor, director y dramaturgo y gran activista polÃtico, siempre comprometido con su arte y con su tiempo.
Celebro enormemente este montaje de dramaturgia nacional contemporánea y “teatro brutal” que nos invita, o más bien obliga a mirar y a reflexionar acerca de nuestra civilización como individuos, como ciudadanos y como nación. Fotos: José Jorge Carreón.
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