
Por: Enrique R. Mirabal — 16 de abril, 2019
Cualquier punto de partida es válido para crear un musical, desde retomar a los clásicos hasta una nota de la prensa amarilla. Finalmente, la música y la puesta en escena se harán cargo de llevarlo al éxito o al fracaso. Casi normales, obra de Tom Kitt y Brian Yorkey triunfó desde su debut neoyorquino sin haber apostado por el derroche de vestuario ni por una escenografÃa suntuosa.
Bastó un libreto bien estructurado, una correspondencia adecuada entre música y letra y un propósito definido desde el inicio: mostrar la esencia de lo que puede ser una familia promedio en el despegue del Tercer Milenio, con patologÃas y disfunciones incluidas.
La familia Bueno (Goodman en el original) podrÃa ser la de los vecinos del frente o la nuestra, aquà o en Nueva Inglaterra. El equilibrio y la estabilidad penden de un hilo que puede quebrarse en cualquier momento, el concepto de normalidad se cuestiona y se convierte en un canon obsoleto… pero Casi normales no es ni pretende ser un ensayo de antropologÃa social ni sicológico, es una obra muy ágil, divertida cuando se requiere y ¡qué maravilla! ajena a la solemnidad y a los discursos terapéuticos al uso. Es puro teatro con sentido del humor.
La bipolaridad, tan mencionada como incomprendida, la etiquetada “familia disfuncional” y el lugar común de la “brecha generacional” como justificación de toda conducta de los jóvenes de hoy y comprender qué significa ser normal y qué define lo disfuncional es vocabulario del dÃa a dÃa. Todos estos conceptos tienen cabida en Casi normales.
Sin pretender ser un muestrario, jugando con los estereotipos pero confirmando su existencia, este musical hace cómplice al público de los avatares de los personajes, con un resultado cercano a la empatÃa. Diana Bueno, la madre, no es una mártir pero está a punto de serlo cuando navega por las aguas turbias de los tratamientos clÃnicos. ¿Los electroshocks pueden regresarnos la felicidad… si alguna vez se tuvo?
En esta producción de Toca Teatro, se conjugan talentos para llevar a buen término la obra: la idoneidad del casting y la selección de los creativos. Juntar a un elenco en el que los integrantes no desafinen ni vocal ni actoralmente, es el primer acierto. Susana Zabaleta encabeza, con dominio absoluto, su papel de mater familia, explota todos los recursos que la han acompañado desde sus inicios, fuera de lo común, en sorpresas hasta la madurez de su carrera en la que su ductilidad la hace candidata a los más difÃciles papeles más allá de los musicales.
Sabe dosificar sus dotes, desde una contención inicial hasta las catárticas escenas del final con su salida por la puerta grande como la Nora de Ibsen. Con luz propia, una joven y madura actriz, MarÃa Penella, se desempeña tan segura como para mostrar la vulnerabilidad de su personaje con fuerza contrastante, en intenso desafÃo con el mundo que la rodea, rebelde sin llegar a lo irracional. Asà crece en escena su Natalie en Casi normales.
Mariano Palacios como Superboy confirma su expresiva destreza gestual y corporal. El escenario es su medio como un pez en el agua. En todo momento, se siente seguro de sus cualidades y sabe muy bien cómo explotarlas
El director de escena, Diego del RÃo, no elude las complejidades que le demanda el libreto y el diseño escenográfico de Jorge Ballina: escenas fragmentadas con vasos comunicantes que se complementan o replican lo que sucede en los diversos espacios de la estructura dividida en tres niveles y varios compartimentos que se transforman de salón de clases a consultorio médico o habitaciones de la casa familiar.
La disposición coral en la que las diferentes voces tienen sus solos correspondientes o derivan en dúos, trÃos o canon a cinco voces, agilizan el curso dramático, permiten refrescar a una cierta tendencia a la monocromÃa de la partitura.
Ese ritmo incesante, el timing que define los buenos (casi todos) musicales de Broadway, el non-stop y la respuesta rápida de una frase que lleva a otra escena con singular concordancia, el no permitirse el menor tropiezo y que todo se solucione sin errores, armónicamente (no sólo en el sentido musical), el tan manido pero siempre ambicionado adjetivo flawless para calificar una puesta, puede definir esta puesta mexicana de Next to normal.
Casi normales, una historia concebida en el siglo XXI, se ve como lo que es, teatro contemporáneo con el que se identifican los jóvenes de hoy y los no tan jóvenes también. El éxito de esta obra actual está cimentado en no haber obviado las enseñanzas de los clásicos. Toda relación familiar que aparezca en el teatro está en deuda con los clásicos griegos cuyas familias han sido disfuncionales por excelencia.
Del teatro norteamericano (sin desvelar ningún twist), Brian Yorkey (probablemente en su inconsciente) utiliza un recurso que Thorton Wilder explotó en Our Town y también el británico Noël Coward en Blithe spirit, lo cual nos parece muy bien, tanto como el guiño al noruego Ibsen al final de la obra. En lo musical, la primera aparición de un matrimonio norteamericano promedio como protagonistas de una ópera, se la debemos a la iniciativa de Leonard Bernstein con su Trouble in Tahiti de 1952.
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Completamente de acuerdo, un musical que con tanto que se ha visto de familias desde los clásicos hasta los más agudos contemporáneos, sopla con un aire renovador el género y lo muestra fresco y hasta innovador.