
Por: Miguel G. Calero — 12 de agosto, 2017
“Meto la mano en la muerte para controlar la vida, eso es ser Rey…” Creonte.
La idea popular que se tiene sobre los griegos está casi siempre ligada a su mitologÃa fantástica y sus épicas batallas divinas, sin embargo, muchos de los más grandes espacios de lucidez literaria y creativa que los antiguos griegos tuvieron no son solamente lo mitológico o lo fantástico, también existe una estrecha relación con la realidad, con lo que dÃa a dÃa sucede en la polÃtica actual.
Es por ello que encontramos en la tragedia, como género de excelencia crÃtica y subversiva, las pugnas de vigencia actual. Estos conflictos trastocan justo en aquellos problemas que el ser humano no puede dejar de lado, son fundamentos que finamente han tocado las fibra sensibles de lo antropológico y por lo tanto, se puede pensar como aquello que nunca podemos dejar atrás como individuos de una sociedad contemporánea.
Una problemática tan añeja como actual que sustenta nuestra identidad en más de un sentido. El trabajo de Sigmund Freud es un ejemplo de lo dicho: ocupando como arquetipo la tragedia clásica de Edipo Rey encontró su propia explicación sobre la psique humana y su entendimiento con la sexualidad.
Estas yuxtaposiciones entre las escenas trágicas, los personajes y los conflictos que emanan de la literatura griega se puede decir que son atemporales, y por lo tanto están relacionados con la identidad de nuestra actualidad polÃtico-social. Como parodias de nuestro tiempo comparten un núcleo similar a la tan trillada problemática del XXI.
Además, en su esencia los clásicos griegos revelan el carácter antropológico que hacen de su idiosincrasia una perfecta lectura teatral, aquella cuya reflexión tiene vigencia sin importar tiempo, lugar y circunstancia. Como AntÃgona, la gran tragedia de Sófocles, basada en el mito de la hija de Edipo y Yocasta, una obra representada por primera vez en el año 442 antes de Cristo, que en el entorno teatral, con algunos matices y detalles diferentes, es tan actual como cualquier dramaturgia que hoy se escriba.
En ella descubrimos que la búsqueda de dignidad en el cuerpo humano muerto puede ser un fuerte guiño a 43 cuerpos desaparecidos de estudiantes normalistas a los que no se les ha podido honrar ni hacer la justicia debida. En este contexto, podemos hablar de la adaptación que David Gaitán hace de AntÃgona, una dramaturgia que se transforma en una propuesta escénica totalmente actual, llena de fuerza y profundidad.
Gaitán, quien también dirige la trama, lleva a AntÃgona hacia el desafÃo que significa hacer lo correcto en una sociedad en la que es más sencillo buscar rutas alternativas que son más benéficas en lo individual, pero en el panorama estatal se presentan como una retorcida forma de callar a las fuerzas opositoras.
En materia de escenografÃa, AntÃgona no escatimó en esfuerzo, la narrativa se mueve como si se tratará de un escabroso juego en el escenario, la historia avanza y se detiene en cada espacio que se dibuja detrás del telón. El todo, se sustenta en muchas manos implicadas en una producción osada y de vuelos ambiciosos, como la escenografÃa de Auda Caraza y Atenea Chávez, una mancuerna que logra un diseño simple y a la vez generoso para enmarcar la historia, ese elemento esencial en cualquier dispositivo escénico que en este caso se complementa con la iluminación de MatÃas Gorlero, además de un vestuario variopinto que surge del imaginario de Ricardo Loyola. Y que decir del planteamiento sonoro de Xicoténcatl Reyes, ese que otorga sentido a la acción y a la ficción.
El reparto, es amplio, la actuación es formidable, sensible y envolvente: AntÃgona es representada por Marianella Villa; Adrián Ladrón es Creonte; SabidurÃa es caracterizada por Haydeé Boetto; Alan Uribe Villaruel logra un excelente Hemón; Ana Zavala es la perfecta Ismene; y, asà otros tantos histriones hacen de esta trama un debate, una discusión, en la que más de dos o tres voces son escuchadas.
En AntÃgona, la voz de hacer lo correcto encuentra oposición en el demagogo discurso estatal, pero también en las voces que pese a no estar de acuerdo con el poder son atraÃdas al beneficio personal antes que a la confrontación hacia lo injusto. Los pretextos, las excusas o las falsas intenciones de que hay otras maneras de hacer justicia son simples sombras que intentan convencer a AntÃgona de que su lucha y su causa no son lo mejor.
AntÃgona quiere dar sepultura a su hermano, quien fue traidor y luchó contra Tebanos, el Rey Creonte no lo permite y hace uso de su poder para imponer su voluntad caprichosa a una ley divina que habla de sensibilidad humana. La rebeldÃa de AntÃgona abre paso a un espectáculo teatral donde se discute el por qué de su desobediencia, esa mujer que termina por sepultar a su hermano a pesar de la pena capital impuesta.
Entre AntÃgona y Creonte se entreponen las voces del espectro “de hacer lo correcto y mi capricho es ley”; sin embargo, solamente existe dos opciones, obedecer el mandato que aun cuando es injusto te pone ante la disyuntiva de seguir la ley divina que defiende la dignidad humana a cualquier precio…
AntÃgona, se presenta hasta el 27 de agosto, de viernes a domingo en el Teatro del Bosque Julio Castillo, una obra lúdica que encierra tragedia y lucha, un ejercicio que nos invita a pensar en el irreverente mundo de la polÃtica actual, y a reflexionar sobre los actos de resistencia que los ciudadanos podemos lograr desde la escena diaria.
Es esa disertación que David Gaitán propone al espectador para descubrir con cuál de las voces se siente identificado, en gran medida es una sutil manera de hacer reflexionar al público de AntÃgona sobre dónde se encuentra nuestra identidad, cuál es el discurso en el que ha vivido y cuáles son las consecuencias de llevar la vida como la lleva.
Un debate que guiado por la SabidurÃa hace pensar en cuál es el origen de nuestra lucha o nuestra pasividad, de nuestra comodidad o nuestra persecución, de nuestra subversión ante lo injusto o nuestra asimilación al sistema… AntÃgona es un sinfÃn de cuestionamientos que nos hacen cavilar si somos imparciales o nos escondemos en el sofisma para decir que la justicia es sólo una ilusión discursiva. En términos metafóricos, la ceguera, herencia de Edipo, materializa la injusticia del Estado. Fotos: Pili Pala y Andrea López.
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