
Por: Roberto Sosa — 1 de junio, 2011
Amarillo, no sólo es una obra sobre emigrantes, va mucho más allá, es una especie de cartografÃa de un mal social con un fuerte contenido emocional y mental…
En el municipio de Amatlán de los Reyes, Veracruz, existe una organización de mujeres llamada La patrona que se dedica a dar agua y alimento a los migrantes que pasan por este municipio en tren, hacia la frontera norte. Amarillo, Texas, es el destino para muchos indocumentados en el intento por cruzar hacia el paÃs vecino en la búsqueda del “sueño americano†(que termina en la mayorÃa de las veces, en la pesadilla mexicana). Amarillo es una puesta en escena que pone en contexto este fenómeno social y apoya a La patrona en la labor con los migrantes.
¿Qué es Amarillo? ¿Una obra más sobre indocumentados?, va mucho más allá; es un texto que no sólo trata el problema de la migración y lo que acontece con los indocumentados en el camino hacia el sueño americano, el cual pocos alcanzan. Amarillo es una obra pragmática, es el compromiso, es proponer un cambio, es aportar y no sólo denunciar. Ver Amarillo es actuar, es hacer algo y hacerlo ya; la temporada lo que se recaudé en la taquilla, será destinado a La Patrona.
Presenciar está visión escénica de Jorge Vargas, no es para quedarse sólo viendo y salir del teatro con la sensación de querer que las cosas cambien. No, ahora en el momento de pagar un boleto cuyo valor monetario servirá de apoyo a estas personas que abandonan su paÃs al no tener las oportunidades y las condiciones para una vida digna; mismos que padecen todo tipo de vejaciones en su camino hacia los Estados Unidos, y ahora con otro agravante: exponer su vida al convertirse en presas del crimen organizado.
El apoyo es para todos, sin importar que sean mexicanos o centroamericanos, sin importar el género, sólo basta saber que van de paso por nuestro territorio, que necesitan recibir ayuda de alimentos, agua y ropa. El teatro en esta ocasión no sólo es el espejo donde se refleja nuestra triste realidad, es como poner manos a la obra, es poner todos un grano de arena en la construcción de un futuro mejor.
Amarillo es un proyecto que lleva un compromiso social y Teatro LÃnea de Sombra lo pone sobre el escenario del Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque; una obra que nos compromete y nos pone de frente al fenómeno de la migración.
Es una creación resultado de un laboratorio para actores cuyo proceso va de la instalación a la acción escénica, muy dentro de la tendencia experimental de Teatro LÃnea de Sombra y su búsqueda constante de nuevos lenguajes, una experiencia que conluye en un excelente trabajo histriónico de Raúl Mendoza, Alicia Laguna, MarÃa Luna, Vianey Salinas y AntÃgona González.
“En el laboratorio trabajamos a partir de un actor que más que construir desde el interior de un personaje o de una situación, trabaja construyendo paisajes, relaciones entre la objetualidad mÃnima que el migrante lleva en su viaje, un bidón de agua y una mochila en la espalda. A partir de esos dos objetos vamos creando una especie de paisajes móviles que los actores van construyendo y deconstruyendo durante el trabajo en escena. De alguna manera buscamos en la creación de estos paisajes o microcosmos los motivos y el sustento de la narrativa sustentada en estos elementos mÃnimos. Más que un actor intentando darle vida a personajes, se trata de actores constructores que elaboran arquitecturas, edificios, relaciones entre objetos durante la puesta en escena. Es asà que Amarillo, no plantea una narrativa convencional sino una especie de cartografÃa, huellas superpuestas de un itinerario, de un mal social con un fuerte contenido emocional y mentalâ€, Jorge Vargas.
Con un lenguaje alternativo, el desarrollo de Amarillo está lleno de simbolismos; sobre el escenario se integra multimedia, teatro del cuerpo, música y voz. Todo en un desierto que se representa con bolsas de arena que se vierten en la escena, es un desierto que mata de sed, de hambre, de falta de sueño; personajes que no tienen nombre, nacionalidad… que pierden su identidad.
En el escenario se expone un enorme muro como sÃmbolo de lo infranqueable, de la ignominia. Una barrera fÃsica enorme, del tamaño del miedo de quien la construye. Es la frontera al primer mundo y la promesa de una vida mejor, una utopÃa para la mayorÃa, aún cuando el suelo, el cielo, el aire… son los mismos de ambos lados. Al salir de la función, me preguntaba ¿Qué serÃa del mundo, de la sociedad, del ser humano, sin teatro? Seguramente estarÃamos peor.
“Hablamos de la reconstrucción de este cuerpo, de su identidad, de su probable itinerario e intentamos elaborar a partir de ahà un discurso imaginario del ausente, como una recuperación de los trazos y las huellas desde donde surge el paisaje, la orografÃa de su recorridoâ€, Jorge Vargas. Foto: Blenda.
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