Teatro

Al amparo de las sombras

Por: Oswaldo Valdovinos — 2 de mayo, 2006

Proyecto Domino, de Elba Cortez Villalpando El abandono es el primer acercamiento a la decadencia, aunque se puede correr el riesgo de quedarse en el límite, en una especie de sopor muy cercano a la indifrencia o a la total apatía ante una vida que, en la medida en que los días pasan, se deteriora cada vez más, aunque sin llegar a sus últimas consecuencias.

Resulta fácil confundir la rutina con el desencanto (que, no obstante lo más frecuente sea que la una conduzca a lo otro), pero para abismarse en lo decadente ha de ser necesario un elemento indispensable: olvidarse de uno mismo. Más allá cuestiones físicas o contextuales, el desmoronamiento es de adentro hacia fuera, de las entrañas al exterior, y es por ello que resulta más lacerante cuando es una desición propia y no una consecuencia del entorno.

En este último sentido es que puede ubicarse a Proyecto Dominó, de Elba Cortez Villalpando, bajo la dirección de Elizabeth Muñoz, como una propuesta multidisciplinaria conformada por pintura, fotografía, video, música y teatro que pretende estimular al espectador y acercarlo a otras artes por medio de un ambiente que sensibilice y agudice sus sentidos. Proyecto Dominó se presenta en el Teatro La Capilla.

Proyecto Domino, bajo la direccion de Elizabeth Munoz, Proyecto Domino, se presenta en el Teatro La Capilla “Dominó no es sólo una puesta en escena, sino el confluir de todas las demás artes inspiradas por la magia, el amor, la soledad. Dominó es pintura, escultura, fotografía, video y música. Artistas que muestran sus obras creadas a partir de lo que ellos encontraron en esta puesta en escena.”

Situada en un departamento deteriorado y sombrío (metáfora visual del caos interno y la desordenada psique de los personajes) confluyen Luisa, Fernando y Fabián, tres personajes que, a pesar de su juventud, transitan por senderos tortuosos: uno por el el alcohol y la paranoia, otro por el camino de la infidelidad y la lástima, y uno más por la autocompasión y un ilusionismo anacrónico cada vez más quebradizo. El resultado es una relación de tres donde la inercia es el principal motor que impulsa a los personajes a dejarse llevar y seguir con esa vida rutinaria, rayada en el masoquismo, de la cual sólo podrán salir mediante un evento decisivo y estremecedor.

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“Uno no debe permitirse salir al escenario sin estar preparado en cuanto al conocimiento del personaje que se interpreta, si el ballet tiene una historia hay que contarla y vivirla lo mas real posible. Como intérprete, el reto es hacer llegar y entender al público la historia solo con los movimientos del cuerpo”, Raúl Fernández, diciembre 2009.