
Por: Colaborador Invitado — 7 de diciembre, 2010
“Porque, en la relatividad de los tiempos polÃticos, los 45 minutos de Pedro Lascurain son suficientes para retratar la vertiginosa y enloquecida transformación que cualquier otro Presidente sufre en los 6 años que dura su mandatoâ€
Una idea muy socorrida en nuestro paÃs cuando pensamos en las facultades que tiene el Presidente, es que son todopoderosos, que sus deseos son órdenes, que se hace lo que ellos manden… en fin, que estas ideas permearon a todos los niveles y ejemplos sobran: “La presidencia imperial†de Enrique Krauze, o bien la maravillosa anécdota que el imaginario popular ha creado al respecto y que narra la ocasión en la que el Presidente –cualquiera para no entrar en detalles–, pregunta a uno de sus subordinados: “qué horas son, a lo que éste responde, las horas que usted diga señor Presidenteâ€, por consiguiente, como bien se dice, a un presidente no se le puede contradecir.
Pues bien, todas estas ideas y visiones son presentadas en Lascuráin o de la brevedad del poder, obra escrita y dirigida por el dramaturgo mexicano Flavio González Melo quien con su brillante pluma nos muestra como se pudieron dar los sucesos acaecidos después de la Decena trágica, momento en que Victoriano Huerta decide asesinar al Presidente Madero y se fragua la breve presidencia, la cual sólo duró 45 minutos, del Licenciado Lascuráin quien fungÃa como Secretario de Relaciones Exteriores, antes de cederle el puesto al propio Huerta.
Es en este breve periodo de tiempo que se recrea todo lo que pudo haber ocurrido durante esos tres cuartos de hora, enfatizando en los cambios que ocurren en el alma de un gobernante y también –y aquà el buen tino de la obra- en quiénes generan dicho cambio, actitud que no se observa tan cÃnicamente en gobernantes de otras latitudes.
Cómo explicar que alguien –esto de acuerdo a la trama imaginaria de González Melo–, que cumple una misión con el fin de hacer un bien al paÃs se vea abrumado por la sombra del poder y, sobre todo, por la idea de que el Presidente y el poder encuentran a su alrededor ese halo de suprema voluntad.
Quizás la respuesta se encuentre en esos bien logrados personajes que comparten ese breve periodo de tiempo con Lascuráin (personificado por Erando González): el fotógrafo oficial de los presidentes (representado por Carlos Cobo/Jorge Zárate) quien insiste en encontrar en el Presidente interino esa dignidad y fuerza que el cargo le confiere y que no cesara hasta lograrlo; un leal teniente (Moisés Arismendi) que siempre está a las ordenes de lo que el presidente quiera y, finalmente, una joven telefonista (Evangelina Sosa) cuya colaboración será importantÃsima para la definición del presidente.
Estos personajes bastan para hacer cambiar la idea de LascuraÃn, quien a través de diversas llamadas al despacho presidencial y sus respuestas, va cambiando su actitud, –aparte de increÃblemente humorÃstica- ésta da muestra de cómo el poder no sólo corrompe sino que también enloquece cuando se carece de lÃmites como lo demuestra la escena de la foto final presidencial. La última hecha a Lascuráin antes de que su tiempo acabara, donde se descubre un pueblo, gobierno-burocracia y ejercito (representados por estos tres maravillosos personajes) a sus pies enalteciendolo, llenándolo de ideas que realmente no existen, como lo demuestra la historia que todos conocemos.
Aquella que se da cita, un 19 de febrero de 1913, cuando son capturados por quienes durante dÃas habÃan fingido defenderlos de los militares amotinados en La Ciudadela, el presidente de la República Francisco I. Madero y el vicepresidente Pino Suárez renunciando a sus cargos y, dejando libre el camino para que Victoriano Huerta asuma el poder; de este modo terminan 10 dÃas de negociaciones ocultas y combates abiertos —la Decena Trágica— que dejan un impresionante saldo de destrucción y muerte en la ciudad de México.
Pero el usurpador opta por darle un barniz de legitimidad a su ascenso al poder: es por ello que, siguiendo los preceptos constitucionales en vigor, la Presidencia de la República no recae de inmediato en Huerta, sino en Pedro Lascurain, quien ocupa el Poder Ejecutivo durante 45 minutos. Los únicos actos de gobierno que el llamado “Presidente Relámpago†lleva a cabo en su fugaz interinato son nombrar a Huerta como su único Ministro, y renunciar para que éste asuma automática y legalmente el poder.
Lascuráin o de la brevedad del poder, que bien podrÃa ejemplificar cualquier paisaje de nuestra vida polÃtica contemporánea se estrenó en 2005 en el Palacio Nacional como invitada del Festival del Centro Histórico, y ahora ha realizado un breve temporada en el Teatro Casa de la Paz en el marco del Centenario de la Revolución, como uno de los pocos actos, dentro de estas desdibujadas celebraciones, que bien vale la pena conocer pues invita a reflexionar sobre el poder, sus consecuencias y más aun de sus usos y abusos y quién (o quiénes) son responsables de estas situaciones que a cien años de distancia se ven lejos de desaparecer.
Cabe destacar que Lascuráin o de la brevedad del poder cumplió el pasado 21 de noviembre doscientas representaciones con la develación de una placa para la cual fungieron como padrinos de honor el Rector General de la UAM, el Doctor Enrique Fernández Fassnacht y el escritor Paco Ignacio Taibo II, quienes junto al director Flavio González Melo, comentaron la originalidad de la obra y que lamentablemente a diferencia de lo que en ella ocurre, no es posible reÃr tan a ligera con los problemas que hoy ocurren en el paÃs. Porque aunque en su vertiginoso ascenso al poder el gobernante va quedándose solo, en su caÃda casi siempre termina por arrastrarnos a todos.
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