
Por: Oswaldo Valdovinos — 1 de junio, 2008
Los alcances de la estupidez humana rara vez son perceptibles. O mejor dicho, rara vez son aceptados como tales, pues la desesperanza, la asfixia, la desesperación, pero sobre todo la necesidad de supervivencia colapsa la visión de quienes tienen que escoger entre dos posiciones antagonistas: ser las vÃctimas o los victimarios, aunque en la transmutación hacia tales engendros —al fin y al cabo la hidra es mutable y camaleónica— se pierda la óptica de que en realidad quienes “hoy son los verdugos, mañana serán las vÃctimasâ€, como dice el dicho.
Ante tal panorama —quizás la consecuencia lógica e histórica de todo régimen basado en las desigualdades sociales y la ambigüedad entre la miseria material y la miseria humana— las posibilidades para cambiar de rumbo son pocas, muy pocas, sobre todo cuando la presencia castrense es el bastión de un Estado debilitado por las intrigas y la corrupción al interior de las instituciones, frágiles de por sà al estar encarnadas en una monarquÃa en picada —que perfectamente puede ser sustituida por una democracia naciente sin mayor problema—, próxima a colapsar ante el inevitable descontento social.
En este contexto es que se puede inscribir la más reciente puesta en escena de Luis de Tavira, Bajo la piel de castor, versión libre del propio De Tavira, Andrés Weiss y Stefanie Weiss sobre la obra Der Biberpelz, del dramaturgo alemán Gerhart Hauptmann (Premio Nobel 1912), quien goza de fama como autor de piezas maestras de teatro y novela, y en el que destaca la compasión por el sufrimiento de los marginados y una postura humanitaria ante situaciones sociales extremas.
Con una tendencia naturalista desde el texto mismo y una escenografÃa que cuida hasta el más mÃnimo detalle, la historia se desarrolla en un sitio cercano a BerlÃn en 1880, antes un lugar idÃlico para sus habitantes y los veraneantes, donde impera la corrupción del poder, la trivialidad de quienes tienen el encargo de aplicar la ley, de quienes tergiversan el orden; donde la agobiante división de clases sociales da lugar a toda serie de atrocidades, hasta tal punto de volver justificable el delito como consecuencia de la hambruna y la opresión. Asà pues, el montaje habla de una sociedad herida, decadente en sus percepciones y consumida por un sistema autoritario militar, estrangulando el desarrollo y el derecho a la libertad.
En ese miasma, la familia Wolf lucha por sobrevivir ante la situación de miseria. La madre (muy cercana a la Madre Coraje de Brecht) recurre al robo, la mentira y la devastación de la naturaleza con el propósito de beneficiar a su familia integrada por el señor Wolf, un hombre acobardado por la desesperación y el alcoholismo, y sus hijas, Leontine y Adelheid, una abnegada, la otra más rebelde, en una Alemania en la que se está decidiendo el futuro de un paÃs en esa pequeña comunidad de pescadores y veraneantes, nido de intrigas y robos ante la mirada cómplice de las autoridades.
El montaje ofrece una espectacular concepción escenográfica de Phillip Amand, elaborada minuciosamente hasta el más mÃnimo detalle. De este modo la cabaña de los Wolf se cimienta en una enorme plataforma giratoria, cuyas vistas dimensionales hacia diversos puntos completan la atmósfera campirana en diversas perspectivas, por lo que es posible a un mismo tiempo ver lo que pasa tanto en el exterior como en el interior, de tal suerte que el espectador prácticamente se adentra en la intimidad de los personajes, tanto en su vida cotidiana como en su decadencia existencial.
Algo similar ocurre en la sala de tribunal, donde ejerce el secretario del juzgado Von Wehrhahn, pues al ser un espacioso lugar, una oficina y una sala de espera carente de muros, se llega hasta lo más intrincado en los manejos facinerosos de la autoridad.
Los personajes se rigen por una personalidad formal, adecuada a la época, con debilidades arraigadas en su carácter, sometidos a fuerzas biológicas y las de su entorno.
En general las interpretaciones son buenas, a excepción de dos actrices, quienes al ser intermitentes, y por tanto no terminan por asumir al personaje, no mantienen el mismo nivel actoral que el resto del reparto.
Por supuesto todo estreno tiene accidentes, los cuales, dicho sea de paso, pueden ser inmensamente divertidos y dar lugar al humor involuntario, pero bien sorteados cuando se cuenta con un elenco integrado con actores de muchas tablas, como es el caso de Julieta Egurrola, Arturo Beristáin, Andrés Weiss, Fernando Rubio, José Carlos RodrÃguez y Ana Elena Mora, entre otros, quienes hace que las casi cuatro horas del montaje pasen muy rápido.
A caballo entre la pieza y la comedia, Bajo la piel del castor se presenta en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM hasta el 6 de julio los jueves, viernes, sábado y domingos a las 18:00 horas.
La antesala a lo aberrante no siempre es el vacÃo, sino el canto de la sirena.
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