Música para cine… Morricone en el Auditorio Nacional

Por: Enrique R. Mirabal — 1 de mayo, 2008

Ennio Morricone en concierto con la Sinfonietta Roma en el Auditorio Nacional Musica per il cinema es el programa con el que se presenta Ennio Morricone en concierto -el 27 de mayo en el Auditorio Nacional- y como director de la Sinfonietta Roma que comprende a 200 ejecutantes entre orquesta y coros, más seis solistas.

El compositor y director de orquesta tiene cincuenta años de componer música para más de quinientas películas ¿cien por año?, de las cuales, seguro, usted ha de haber visto más de una. El italiano se coloca, de esta manera, en la lista de ilustres compositores de la península mediterránea que han destacado por acompañar y, en ocasiones, superar las imágenes visuales con otras sonoras con las que muchas personas identifican y recuerdan más a las películas que por la propia anécdota o las actuaciones de eminentes figuras del celuloide.

No es Morricone el único pero sí uno de los más reconocidos músicos de la cinematografía contemporánea. Sus grabaciones de sofisticada tecnología se venden como pan caliente y le han redituado también premios entre ellos, el más preciado para cualquier músico: el OSCAR honorario de la Academia de Cine de los Estados Unidos de Norteamérica.

Ennio Morricone en concierto con la Sinfonietta Roma en el Auditorio Nacional Vienen a la memoria sus primeros éxitos de la mano del fallecido director Sergio Leone quien con sus spaghetti-westerns de los 60 pudo competir con Hollywood en un género que parecía exclusivo del oeste americano, entre esos títulos que hoy se pueden conseguir gracias a la aparición del DVD, encontramos Por un puñado de dólares, Ringo y secuela, El bueno, el malo y el feo hasta llegar a en los 90 a Los intocables de Brian de Palma e incluyendo, por el camino, la última gran epopeya de Leone, Erase una vez en América: sin embargo, en los sesenta escribió también música para cintas muy disímiles como I Pugni in tasca (1965, Marco Bellochio) o Teorema (Pier Paolo Pasolini, 1968) o La batalla de Argel de Pontecorvo, todas estas producciones en las que se aventuró con formas experimentales aproximándose, por un momento, a las vanguardias.

Después, el éxito inmediato y la incansable demanda, dentro y fuera de Italia, derivaron en una manera de hacer de fácil reconocimiento, convertida en fórmula que funciona y muy bien.

Contrario a lo que muchos cineastas propugnan como la música ideal para cine que es aquella apenas perceptible, que sólo debe apoyar la acción o la atmósfera de la película y pasar casi inadvertida para el espectador, la estética de Ennio Morricone es ampulosa, Ennio Morricone en concierto con la Sinfonietta Roma en el Auditorio Nacional grandilocuente, protagónica al grado sumo de pasar a un primer plano en detrimento de la anécdota o de fijarse a la imagen de manera tal que se hace imprescindible ¿Podría alguien imaginar, aunque fuera por un cuadro de los 24 que vemos por segundo, a The Mission (Roland Joffé, 1986) sin la seudo-cantata del soundtrack? Así ha forjado el artista su sello inconfundible, con relucientes orquestaciones que reflejan sus años de estudio en la Academia de Santa Cecilia en Roma, alma máter de grandes músicos.

No sabemos cuántos años pasen antes de que la influencia de Morricone pierda peso en los hacedores de melodías para cine y comerciales pero, lo más probable es que las tonadas almibaradas con dejo melancólico y exóticas resonancias tienen todavía una larga vida por delante. Gustan al gran público, a productores y éstos son los que definen y deciden el mercado.

Sin poder afirmarse, se ha comentado que el crédito atribuido a Nicola Piovani en varias películas como La vida es bella de Benigni corresponde en realidad a Morricone. Cierto o no, nos hace pensar en un proceso a la inversa: la labor de los negros en la literatura, aquellos que realmente escriben por una módica suma para engrosar la bolsa de famosos escritores.

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“Uno no debe permitirse salir al escenario sin estar preparado en cuanto al conocimiento del personaje que se interpreta, si el ballet tiene una historia hay que contarla y vivirla lo mas real posible. Como intérprete, el reto es hacer llegar y entender al público la historia solo con los movimientos del cuerpo”, Raúl Fernández, diciembre 2009.