
Por: Enrique R. Mirabal — 1 de mayo, 2007
La Opera de Bellas Artes apuesta por lo singular
Después de refunfuñar durante años por las trilladas temporadas de ópera en el Palacio de Bellas Artes, el público alternativo y la crÃtica reticente se han quedado sin reclamos de programación, al menos, por el momento. La nueva dirección de la CompañÃa Nacional de Opera, con el maestro José Areán al frente de la tropa (o de la trouppe, si le suena más operático y menos grillero) ha comenzado por decir, eso percibimos, “tendremos óperas más especiales que las de costumbre”.
Y no podÃa haber mejor inicio que la puesta en escena en México de L’Orfeo de Monteverdi, 400 años después de haber sido representada, por primera vez, en Mantua, el 24 de febrero de 1607.
El viaje de Orfeo para rescatar a su amada EurÃdice del Hades, Furias al asecho por el camino y la clemencia de Apolo al quite, ha dado lugar a varias adaptaciones escénicas y no pocas musicales. Desde la EurÃdice de Peri, predecesora de ésta de Monteverdi y la más representada en todos los teatros, Orfeo y EurÃdice de Gluck, cuya más reciente puesta en el Palacio le encomendamos a Mnemosina, el tema alcanzó al chispeante Offenbach como materia prima de su opereta Orfeo en los infiernos, can-can incluido.
La importancia capital del Orfeo de Claudio Monteverdi (Cremona 1567-Venecia 1643) radica en la consolidación de la ópera como un género musical y teatral bien definido, no exento del todo de su ancestro el madrigal pero con toda la estructura que servirÃa de base para la posterior evolución de la ópera, prevaleciendo el dramatismo o estilo representativo y una manera especial de emitir la voz entre la declamado y el canto para una óptima comprensión del texto en oposición a la intricada polifonÃa imperante en su tiempo.
Monteverdi fue, asimismo, un puente lógico y sin sobresaltos entre el Renacimiento y el Barroco, un orquestador de primera lÃnea y un artista prolijo, en su acepción positiva, y también prolÃfico. Lamentablemente, muchas de sus óperas se perdieron y sólo le han sobrevivido algunas como La coronación de Popea y El retorno de Ulises a la patria, eso sÃ, representadas y grabadas con cierta tendencia al alza.
Para esta solemne ocasión, el director concertante, el italiano Guido Maria Guida, ha preferido (quizás fue la mejor opción ante el peligro de una puesta gurrorÃfica) la versión en concierto con acompañamiento obligado de la Orquesta y el coro de Bellas Artes. Los solistas son el barÃtono Jorge Lagunes, la mezzosoprano Carla López Speziale, el tenor Octavio Arévalo, la mezzosoprano Belem RodrÃguez, además de Guillermo RuÃz, Oscar de la Torre, LucÃa Salas, Josué Cerón, Mayte Cervantes y Alba Marina Ramos.
Las funciones de L’Orfeo, sólo tres en este mes de mayo, serán los domingos 6 y 13 a las 5 de la tarde y el martes 8 a las 20:00 horas. La sede habitual y lógica, el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.
Claudio Monteverdi intentó expresar en L’Orfe toda la emoción contenida en el discurso del actor, alcanzando un lenguaje cromático de gran libertad armónica.
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