
Por: Enrique R. Mirabal — 18 de noviembre, 2015
De octubre a noviembre, pudimos escuchar en la Ciudad de México a tres cantantes de obligada referencia en los escenarios lÃricos del mundo en las últimas décadas. Por orden de aparición en escena: Juan Diego Flórez, Diana Damrau y Plácido Domingo, entre los cuales, sólo Damrau pisaba un escenario mexicano por primera vez y el más visto y escuchado, Plácido Domingo.
Dos de ellos, Domingo y Flórez, se presentaron en el Auditorio Nacional, espacio en el que, dada sus dimensiones y sus condiciones acústicas para el canto en vivo, es indispensable el uso de amplificación, es decir, micrófono obligado. Damrau cantó, sin micrófonos, en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario. En los tres casos mencionados, el acompañamiento recayó en la Orquesta Sinfónica de MinerÃa con diferentes conductors: Srba Dinic, José Areán y Eugene Kohn, con satisfactorios resultados en todos los conciertos.
Juan Diego Flórez, el primero en aparecer, ofreció una gala Perú–México en la que el compromiso institucional y las relaciones entre los paÃses mencionados obligaba a un equilibrio entre el acervo musical de ambos además de incluir el repertorio operÃstico que identifica mundialmente al tenor peruano. Flórez declara estar en una etapa de reacomodo de su voz en la que su tesitura de tenor ligero se abre a otras posibilidades con más peso en la voz y acercándose con cautela a Verdi sin dejar a los belcantistas que le dieron fama.
Correcto siempre y con momentos de mayor inspiración que por suerte fueron los más, Flórez que inició inició con el tema Principe piu non sei de La Cenicienta de Rossini, se sintió seguro y muy confiado de su talento aunque dando la impresión de que tomar riesgos no es lo suyo. Algunos casos recientes y otros más sonados como el de Maria Callas, demuestran que el querer abarcar demasiado más que soberbia es una irresponsabilidad asà que la decisión de Flórez es tan plausible como sus interpretaciones y le asegura una larga vida en los escenarios.
La soprano alemana Diana Damrau, a la que agradecemos el que nos haya visitado en un momento de gran esplendor de su carrera, al contrario de otras divas que, con varios ceros en su contrato por delante, miden el alcance y repercusión de sus conciertos según la plaza. Hay que decirlo con todas sus letras, México, por varias razones, no es una plaza prioritaria para muchos cantantes.
Aparecen cual golondrinas, al principio de su carrera o en la etapa final en la que cualquier contrato es bienvenido. ¿Alguien o algunos recuerdan el triste desempeño de Kiri Te Kanawa en Bellas Artes y/o el recital de Caballé en el Auditorio? Por suerte existen buenas grabaciones para quitarnos el mal sabor de boca.
En su concierto en la Sala Nezahualcóyotl con la Sinfónica de MinerÃa dirigida por Srba Dinic, Damrau brilló, se ganó al poblico desde su aclamada aparición, cantó sin escatimar esfuerzos, dio lo major de sà (y tiene mucho que dar), se mostró amable hasta con las impertinentes e inoportunas petición de autógrafos en el proscenio (Por favor, controlen en la sala la ridÃcula imprudencia de estos neófitos).
Se mostró exultante, con sentido del humor y, puede decirse, cada interpretación fue magistral. Un concierto redondo en el que no hubo lleno total pero, los presentes, compensamos el déficit con mucho entusiasmo. Nos queda el recurso de ir al Auditorio a verla en Los pescadores de perlas de Bizet el próximo 16 de enero en las transmisiones en vivo desde el MET.
Finalmente Plácido, el hispano mexicano, consentido por el gran público de todas las latitudes, airoso tras el paso de varias dificultades y consciente de lo que representa México para el inicio y arranque de su carrera de tenor (para ser más exactos, empezó cantando en la tesitura de barÃtono a la que ha regresado con los años).
Plácido Domingo, con gran sabidurÃa, ha dado un giro en su repertorio sin traicionar sus orÃgenes zarzueleros y sus años de gloria en la ópera en los que se dio el lujo de cantar un repertorio tan vasto con el no puede equiparase ningún tenor del siglo XX ni hasta la fecha.
Con amplio y envidiable registro, cantó (excepto como tenor ligero) ópera italiana, francesa, alemana (incluido Wagner) y no se amilanó ante la lengua rusa ni el portugués. En castellano, por supuesto, no ha dudado en cantar óperas, zarzuelas y canciones del repertorio romántico y popular.
Plácido Domingo sigue cantando con aplomo, seguridad, con algún breve instante para tomar aliento (fiato) y continuar en sus arias y dúos con todo el entusiasmo de un joven tenor.
En el concierto del pasado martes 10 de noviembre en el Auditorio Nacional, el tenor cantó desde arias de Macbeth y La Traviatta de Giuseppe Verdi, esta última a dúo con la soprano mexicana MarÃa Katzarava, invitada especial a esta celebración, con quien también interpretó Tonight del musical West side story de Leonard Berstein, hasta instantes significativos de zarzuela como Luisa Fernanda del español Federico Moreno Torroba.
Por supuesto que en este concierto no faltaron boleros ni rancheras, Plácido Domingo vestido de charro interpretó muchas de las canciones que conoció en su patria mexicana. Esa noche, AgustÃn Lara y Consuelo Velázquez deben haber estado muy felices con la interpretación del tenor de sus icónicas Solamente una vez y Bésame mucho, respectivamente.
En fin, sin especular, lo que sà podemos es desear que siga cantando Plácido. Nadie ha podido acercarse, ni remotamente, a su triunfante carrera que ya alzanza la cifra de 55 años en tierras mexicanas.
Como dato adicional, remarcamos: ninguno de los tres conciertos mencionados tuvo lugar en la principal casa de ópera del paÃs, el Palacio de Bellas Artes del INBA ni se requirieron, por fortuna, los servicios de la Orquesta del mencionado teatro.
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