
Por: Claudia Magun — 26 de enero, 2017
“Fue una mujer valiente que se abrió paso sola por el mundo siguiendo sus convicciones y rompiendo con muchas tradiciones de su tiempo. En su creación musical su trabajo se caracteriza por el empleo mÃnimo de recursos para lograr la mayor efectividad expresiva y estética…”, Leticia Varela, presidenta de la Fundación Emiliana de ZubeldÃa.
La soprano Elena Rivera acompañada al piano por Jorge Robaina, presentan este jueves 26 de enero en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, Soles y Brumas, producción discográfica que recuerda el arte sonoro de la española Emiliana de ZubeldÃa, una mujer que en sus obras plasma las tendencias del tiempo y el lugar donde le tocaba vivir, un mundo de muchos colores que le dio sentido a su expresión musical.
Es el imaginario de una mujer de recia personalidad que nació en Salinas de Oro, en la región de Navarra (1888) y fijo su camino en la música como estandarte de vida. Su trabajo la llevo a conocer las grandes capitales de paÃses como Bélgica, Suiza, Alemania, Italia e Inglaterra, asà como una las más bellas de Francia, el ParÃs de los años 20 donde se dejo influir por la vanguardia de la época.
Después de sus experiencias en el viejo continente, en 1928 realizó diversas giras por América, llegó hasta los lejanos paisajes de RÃo de Janeiro y Sao Paulo, la vida también la llevarÃa a Montevideo donde nació su pasión por los poetas latinoamericanos que enriqueció al visitar Buenos Aires. Además, conoció los modismos musicales cubanos, ese sabor alegre y nostálgico que se sentÃa en ese paraÃso tropical que la acogió como directora de la Filarmónica de la Habana, un acierto para su carrera.
Al inicio de los treinta, cambia el rumbo de las tierras latinas por América del Norte, se instaló en Nueva York, aquella sofisticada y refinada y un tanto alocada sociedad neoyorquina trastocó su esencia, esa cosmopolita capital que le ofreció la oportunidad de conocer a muchas personalidades de la cultura como Andrés Segovia, Nicanor Zavaleta y sobre todo al mexicano Augusto Novaro en quien encuentra además de una profunda amistad, una complicidad de sus proyecciones artÃsticas.
Con Novaro descubre nuevas sonoridades y formas de expresión que el musicólogo suscribe en el Sistema Natural de la música, una teorÃa más libre que le ofrece un nuevo sentido a su trabajo como instrumentista y compositora, elementos que incorpora en muchas de sus obras: 9 Danzas Vascas, Suite en tres tiempos Ritmo Vasco y Poema de mis montañas, tres piezas para dos pianos que como intérprete estrenó en el escenario del Town Hall de Nueva York.
“Un sistema que contiene dificultades técnicas, asà como una gran capacidad de abstracción auditiva y potencia musical que para mà significa el reto de encontrar esa delicadeza en su manera de componer y ser fiel a la idea que tuvo en cada momento”, Leticia Varela.
En 1937, siguiendo a Novaro, la autora de origen vasco se muda a la Ciudad de México, donde conseguirÃa la ciudadanÃa mexicana, diez años después la música la llevó a vivir al norte del paÃs, una invitación de Manuel Quiroz MartÃnez, quien como rector de la Universidad de Sonora le ofrece dirigir la Escuela de Música y el Coro de esta institución donde formó pianistas y diversas formaciones corales, casi un noviciado que con el tiempo sirvió para concretar la formación de licenciaturas en arte que hasta hoy se imparten en este centro universitario.
Fue asà que en el otoño del 57 se estableció en la capital, Hermosillo, ciudad donde vivió por cuatro décadas y murió un 26 de mayo de 1987, dejando atrás una larga trayectoria que se resume en un amplio repertorio para todos los géneros: obras corales, ensambles de cámara y orquesta, asà como para diferentes instrumentos como piano y guitarra, un basto legado reflejado en una infinidad de partituras como la SinfonÃa ElegÃaca, estrenada por lo que era en aquellos años la Orquesta Filarmónica de la UNAM en 1956 bajo la batuta de José Vázquez.
AsÃ, el repertorio de Soles y Brumas parte del archivo de la “exigente y perfeccionista” Emiliana de ZubeldÃa, integrado por casi 300 composiciones para piano solo, voz y piano, orquestas de cámara, arpa, guitarra y coros, propiedad del gobierno de Navarra pero resguardado por la Universidad de Sonora. Un legado recibido por el pianista sonorense Julio Cubillas, quien lo recibió de la propia compositora española que se lo entregó en una maleta que contenÃa partituras de sus obras musicales y objetos personales, el religioso decidió que la musicóloga Leticia Varela resguardara los documentos.
En este concierto en el Palacio de Bellas Artes que se desprende de las actividades del Festival Alfonso Ortiz Tirado (FAOT), Elena Rivera y el pianista canario Jorge Robaina interpretarán 17 canciones que rinden homenaje a la trayectoria de la compositora “más importante del PaÃs Vasco” a través de Soles y Brumas, un compendio de piezas que resume la amplia gama de obras de esta artista, desde las más apegadas al estilo del siglo XIX y a sus orÃgenes vascos hasta su apertura al nuevo lenguaje de Novaro.
“La interpretación consiste en utilizar más sonidos de los que contiene la escala musical tradicional y la combinación es infinita. En eso consiste su genialidad”, Elena Rivera.
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