
Por: Enrique R. Mirabal — 1 de enero, 2009
Cualquier olvido es absolutamente voluntario
Entre Tegucigalpa y Nueva York, sin necesidad de que algún meridiano nos una, la oferta musical de la Ciudad de México se aparta tanto de una ciudad como de la otra. Por un lado, prácticamente todo el año, salvo los injustificables paréntesis de fin de año y Pascua, hay actividades a escoger, tres Orquestas Sinfónicas con temporadas regulares, otra para el verano, conjuntos de cámara y corales, casi todos adscritos al INBA, y una compañÃa de ópera que, mal que bien, nos regaló varios tÃtulos durante el 2008 que despedimos.
Lejos, muy lejos de Nueva York y de otras ciudades mucho más pequeñas que la nuestra pero con tradición musical, la variedad y trascendencia de nuestros eventos manifiestan una deteriorada imagen de desamparada laxitud. Sin entrar en detalles logÃsticos ni polÃticos, excepto remarcar el excesivo peso que las dependencias oficiales ejercen en este gris panorama en proporción directa a la ausencia de patrocinios particulares o empresariales, repasemos, nominal y un poco subjetivamente, lo que vimos y oÃmos.
Con pocas sorpresas y por el camino trillado, la programación de las orquestas no rebasó el nivel de complacencia exigido por el gran público, en detrimento de oÃdos menos castos a los que nos gusta aventurarnos, de vez en vez, en herejÃas del pentagrama, sin referirnos a los vacÃos ejercicios postmodernos ni a las monotonÃas minimalistas. Por ejemplo, la OFUNAM programó una obra de Hans Werner Henze y otra de Charles Ives ¿cuándo volveremos a oÃrlos, sobre todo al segundo? Una pregunta sin respuesta.
La Sinfónica Nacional estrenó en México la ambiciosa obra del finlandés Sibelius, Kullervo ocasión a la que se invitó a un estupendo coro masculino de Helsinki. Sin llegar al grado de excelsitud de contemporáneos suyos, la obra del finés se dejó escuchar con agrado, estuvo bien interpretada y nos ayudó a olvidarnos por un rato del clasicismo vienés.
Entre los solistas invitados, predominaron los pianistas (con la Filarmónica de Israel pudimos apreciar los nuevos trajes, prendedores y la bien conservada cabellera del cuasi virtuoso violonchelista Mischa Maisky). De regreso al blanco y negro del teclado, Francesco Libetta, un pianista italiano del que se ha hablado bastante en años recientes, estuvo, al igual que Valentina Lisitsa, en la sala Nezahualcóyotl.
Phillip Quint, violinista sobrevalorado dejó un espacio para que, a fin de año, Natalia Korsakova demostrara buen gusto y exacta lectura de Shostakovitch sustentada con virtuosismo técnico en función del compositor.
En el canto, de Estados Unidos nos visitaron tres sopranos en muy diferentes y contrastantes etapas de sus carreras. Julia Migenes -a quien no vimos pero recordamos de anteriores visitas con fatiga vocal- mostró su etapa de diva alternativa echando mano a un repertorio ecléctico y paródico de la ópera que le dio fama y sustento años ha.
Otra neoyorquina, Catherine Malfitano, festejó sus sesenta años en el Festival del Centro Histórico al cual fue invitada para cantar un personaje secundario de la ópera checa de absoluto estreno nacional, Jenufa de Leos Janacek. Malfitano se robó la ópera al elevar a categorÃa estelar su personaje y dio cátedra de control vocal, dramatismo a flor de piel y una presencia arrolladora, capaz de eclipsar a cuanto cantante con quien compartiera la escena.
En un momento en el que no hay que lamentar descalabros vocales ni estridencias ni vibratos de voz cascada por los años, la Ãtalo-rusa que convirtió a Salomé en estandarte de belleza vocal y fÃsica, ha sabido ajustarse a un repertorio acorde con sus posibilidades y parece ser que ha renunciado a hacer recitales con retazos de viejos éxitos que hemos sufrido con otras divas.
Renée Fleming, la soprano in, hot o, simplemente, en el candelero, vino a ganar una cauda de fans que la han seguido con gran fervor en vivo hasta el Met… pero en trasmisiones control remoto con tecnologÃa digital en pantalla gigante HD en el Auditorio Nacional. Del concierto presentación del mes de marzo en el cada vez más lejano Palacio de Bellas Artes, La Fleming dejó un grato recuerdo y la aproximación al assolutismo a través de un programa variado en épocas, lenguas y tesituras.
Del belcantismo verdiano que, definitivamente, no es lo suyo a My Fair Lady, pasando por el verista babbino caro de Puccini y la ópera francesa de su predilección sin dejar la veta germana con los lieder de Richard Strauss, la soprano de buen ver y oÃr, atrajo a cientos de melómanos a la Gala de inicio de la temporada 2008-2009 del Metropolitan Opera House en su sede alternativa del Auditorio de la Avenida Reforma.
Con una óptima visibilidad de alta definición y un sonido inmaculado y próximo a la perfección, Renée Fleming constató su estudiado y aséptico repertorio y la mejor forma para abordarlo, vestida por Lagerfeld o Lacroix pero siempre encantadora, guapa y, lo más significativo, esbelta y elegante como ninguna.
A fines de diciembre, Thaïs de Massenet confirmó lo que ya puede catalogarse como legión incondicional de flemingnistas dispuestos a hacerle llegar, de vuelta por las ondas satelitales, un caluroso aplauso que equivale a “Regresa cuando esté listo el Palacio. Ojalá sea antes de que te retiresâ€. Frase que resume Nuestros mejores deseos para este 2009… y 2010.
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