Por: Enrique R. Mirabal — 20 de febrero, 2008
Entre el romanticismo y el naturalismo, la literatura dramática europea osciló del melodrama a las tragedias de corte épico muy al gusto del público burgués y, casi simultáneamente, del popular. En Francia, Victorien Sardou (1831-1908) alcanza la fama con un teatro dado a la solemnidad y al desborde pasional de sus personajes con dramas históricos e historias de cortesanas.
La Tosca (1887) fue precedida por Fedora (1882) y Teodora (1884), inspirada en el mundo bizantino. Fedora pasó al mundo de la ópera por la partitura de Umberto Giordano estrenada en 1898, (fue representada en años recientes en Bellas Artes con Plácido Domingo como invitado especial). Tanto en Fedora como en La Tosca, aparte de provenir de la misma pluma y haber alcanzado los teatros lÃricos, está la actriz Sarah Bernhardt quien hizo de ambos textos unos de sus caballitos de batalla y vehÃculos ideales para explayar sus dotes escénicas.
La Tosca que veremos en Bellas Artes (los dÃas 24, 26 y 28 de febrero y2 y 6 de marzo), estará dirigida musicalmente por Enrique Patrón de Rueda, experto en Puccini y, por lo tanto, de solvencia garantizada. En lo escénico, César Piña se encargará de hacer actuar a los cantantes y la escenografÃa se debe al conocido arquitecto Ricardo Legorreta, incursionando en una variante de la que no han salido bien librados muchos pintores y otros artistas plásticos. La ópera de Giacomo Puccini (1858-1924) se divide en tres actos y el libreto, basado en el drama homónimo de Victorien Sardou, fue escrito por Illica y Giacosa, colaboradores cercanos al músico. Su estreno fue en Roma (no faltaba más) el 14 de enero de 1900, trece años después del estreno de Sardou en ParÃs, lo que demuestra el instinto natural del compositor para acercarse a textos de probada eficacia, máxime el conocido anecdotario de la Bernhardt en el primer registro fÃlmico de la obra y la consabida caÃda al vacÃo a la que muchos atribuyen la pérdida de una pierna (no fue sino hasta 1914 que se le amputó).
El argumento de Tosca acontece en Roma, 1800, en tiempos de invasiones napoleónicas y los personajes centrales de la trama sortean el arquetipo con gran dignidad y, sobre todo, deleite de los espectadores melómanos. La diva Floria Tosca encuentra en su metier un pretexto a la medida para toda soprano de amplio registro al enterarnos que vive para el ¿arte?, el concupiscente Barón-barÃtono Scarpia, jefe de la policÃa romana, se topa con un Te Deum espléndido al final del primer acto para contrapuntear deseos carnales y santurronerÃa mientras el pintor Cavaradossi cuenta a su favor con dos arias espléndidas, entre las más socorridas del repertorio de tenor, con recónditas armonÃas y muchas estrellas fulgurantes a su servicio, en el primer y tercer acto, respectivamente.
Las locaciones o escenarios no podrÃan ser más teatrales, una hermosa iglesia con pintura al fresco y un siniestro castillo, paradójicamente hermoso en arquitectura, con altura suficiente para que la protagonista pueda ensayar las teorÃas de Da Vinci con relación al vuelo de los humanos. Pasiones tortuosas y entes torturados, fusilamientos goyescos, sacrificios por amor y asesinatos frente al público en perspectiva tridimensional. El marco para el drama, una orquestación brillante, sombrÃa a ratos pero plena de cromatismos -lo consabido de todas las descripciones al uso sobre Puccini-.
Para concluir, una de las óperas más efectistas en lo teatral y en lo musical, mucho más fluida y sincera que Turandot en cuanto a creatividad y de obligada asistencia para todo fan de la ópera aunque la haya oÃdo y visto cientos de veces.
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