
Por: Enrique R. Mirabal — 10 de marzo, 2016
De entre el extensÃsimo catálogo operático que comienza entre el Renacimiento y el Barroco hasta llegar a nuestros dÃas, no hay duda de que los mismos tÃtulos se reciclan una y otra vez en los teatros de ópera, salvo aquellos en los que una mano maestra en la dirección artÃstica más sustanciosos apoyos de patrocinadores de la iniciativa privada o gubernamentales, auspician el desempolvar antiguas joyas de la lÃrica que por diversas e inexplicables razones han permanecido olvidadas o la resurrección forzada de obras que nada agregan a la historia del género ni al oÃdo del público.
Algo similar sucede con el ballet, cuyo repertorio habitual se reduce a diez o quince tÃtulos- en un estimado optimista- condenados a la repetición ad nauseam. Asà nos podemos seguir con pianistas, violinistas… y directores de orquesta a la caza de alguna rareza que avive el número de contratos y grabaciones.
En la ópera, hay que reconocer la iniciativa de algunas divas como Callas y Caballé, la Sutherland, en menor medida, los trucos de magia de la Bartoli o las exquisiteces entresacadas por Schwarzkopf en los lieder y canciones folklóricas en alemán.
La puesta al dÃa de las óperas estrenadas por los castrati en los años señeros del bel canto, la inclusión del barroco como parte habitual de las temporadas de los grandes teatros y la obsesión de revivir los instrumentos originales con los que se acompañaron las óperas de Monteverdi, Rameau o Purcell forman parte de la tendencia o moda del rescate a ultranza.
Todo es válido a medida que los resultados coincidan con las expectativas. Extensa introducción o premisa para llegar a El viaje a Reims, una ópera de Gioacchino Rossini, estrenada en 1825 y perdida parcialmente por más de un siglo aunque, si nos atenemos al número de grabaciones y puestas en escena de las últimas décadas, ha corrido con modesta fortuna en Europa y Estados Unidos.
La Ópera de Bellas Artes, a través de su actual directora artÃstica, Lourdes Ambriz, ha escogido esta ópera de Rossini para comenzar el 2016. No es mala elección, a reserva de ver y oÃr el producto final; nos aleja de la rutina de lo mismo de siempre, hay, aparentemente, menos riesgos por aquello de las comparaciones que no podrá o no sabrá hacer una buena parte del público; las libertades que pueda tomarse o no el director de escena, Carlos Corona, en ésta que creemos es su primer acercamiento a la ópera más la pertinencia de otorgar los papeles de la ópera a los intérpretes idóneos son factores a tomar en cuenta, máxime con la abultada cantidad de personajes y variedad de tesituras que requiere El viaje a Reims.
La dirección musical recae en Iván López Reynoso, un entusiasta del género que ya nos habÃa ofrecido otra ópera de Rossini, Le Comte Ory, en una mini temporada en la Sala Covarrubias del UNAM. Curiosamente, esta ópera tiene en común con El viaje… el compartir más de una frase musical. Como la mayor parte de la producción operática de Rossini, el libreto que las inspira gira en torno a lo bufo.
En el caso de El viaje a Reims, la fuente literaria nos lleva a la mismÃsima Madame de Staël, una de las primeras escritoras románticas, mujer polémica y de vida compleja y con anecdotario casi rossiniano en su relación con Napoleón Bonaparte.
Abundan en las óperas de Rossini, los enredos amorosos, equÃvocos que propician los mejores momentos para lucimiento de la vis cómica (o su total ausencia) de los intérpretes. Vocalmente, sus óperas siempre son demandantes, es necesario también dominar los recursos belcantÃsticos sin confundir fiorituras ni trinos con chirridos. No es fácil poner en escena a Rossini pese a dar la impresión opuesta por el alegre desparpajo de sus argumentos.
Es muy fácil y común caer en la astracanada pensando que se homenajea a los Hermanos Marx. Hemos visto naufragar a varios genios del teatro mexicano en montajes rossinianos ¿Alguien recuerda, por ociosidad, La Cenerentola de Juan Ibáñez en 1992? Puntadas, ocurrencias y chascarrillos, mucho menos fallidos aggiornamenti, no bastan para sostener una puesta en escena. Si no se cumplen los requisitos, mejor abstenerse.
Vayamos con optimismo a Reims como si fuera Chalma. Los milagros existen y la estela de bendiciones de Francisco puede alcanzar a la Ópera…
El viaje a Reims, se presenta el 13, 15, 17 y 20 de marzo en el Palacio de Bellas Artes, con la Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes y un elenco de voces mexicanas, Gabriela Herrera en el papel de Corinna, Guadalupe Paz como Melibea, Claudia Cota en el rol de la Condesa de Folleville y Alejandra Sandoval, quien interpreta a la Madama Cortese.
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