Por: Enrique R. Mirabal — 16 de febrero, 2012
La primera de las estrellas de la ópera internacional que nos visitarán en la primera mitad del año es la soprano lÃrico-dramática Deborah Voigt. Conocida por el nuevo público de ópera que asiste a las trasmisiones en vivo HD desde el Met de Nueva York por sus interpretaciones en algunas de las producciones vistas en el Auditorio Nacional –La fanciulla del West y la tetralogÃa wagneriana en la que cantó a la walkiria Brunhilda-, es también identificada por su papel de anfitriona de algunas representaciones entrevistando a cantantes, creativos y directivos en el backstage de estas grandes producciones o en las entrañas del escenario, si se prefiere.
Voigt es, a la fecha, una de las más respetadas sopranos en su tesitura que muchos restringen a dramática. En realidad, su flexibilidad vocal le permite extenderse a papeles menos oscuros y graves que las dramáticas como lo demostró con La fanciulla… Liberada del sobrepeso que le impedÃa explayarse en buena forma escénica, en este momento, se ve y se oye a la soprano con mayor soltura pero quizás con menos brillo que en años anteriores como cuando nos visitara en Bellas Artes en un Concierto-muestrario a manera de presentación al público mexicano con excelentes interpretaciones de los alemanes Wagner y Strauss y con una rica lÃnea melódica en el I could have danced all night de My Fair Lady.
Este sábado 25 de febrero, Deborah Voigt dará un recital en el Palacio de Bellas Artes acompañada al piano por Brian Zeger y en el que no podÃan faltar sus favoritos alemanes más Puccini, Bernstein y Respighi entre otros.
En lo particular, quien escribe estas lÃneas prefiere, en el caso de sopranos de esta tesitura, un concierto con orquesta que permita una mejor proyección de estilo y poderÃo en el repertorio. En caso de recitales, son más acorde los lieder y canciones de procedencia no operática en lugar de escuchar a Wagner con piano. En todo caso y, en temporada de sequÃa operÃstica, lo importante es oÃr a esta cantante en plena posesión de facultades y con la cercanÃa que nos da el proscenio.
Abundar en virtudes y en citas de alabanzas emitidas en cualesquiera de los medios que han calibrado positivamente a la soprano sale sobrando. La mejor carta de presentación de Deborah Voigt es su consecuente carrera, la elección atinada del repertorio, la toma de riesgos y la propiedad con la que arremete con obras y personajes.
Desde la lÃrica italiana, indispensable para darse a conocer al gran público (con antológica Gioconda en el camino), hasta los compositores del siglo XX, incluidos los norteamericanos y algunas incursiones en géneros considerados menores (que no lo son) como la comedia musical y cierta veta popular, el repertorio de la Voigt apunta hacia los alemanes antes citados. A este tenor, no se puede omitir la escasez de cantantes femeninas con fuerza suficiente para acercarse a Wagner y la inevitable (tarde que temprano) despedida de figuras prominentes como Waltrud Meier y las habituales en Bayreuth o Viena. Legendaria y canónica se antoja la época de Flagstad y Nilsson.
Siguiendo los pasos de Deborah Voigt y, si no hay cancelaciones de último minuto, oiremos en sendos recitales, a la soprano Sondra Radvanovsky en el mes de marzo y al muy estimado barÃtono Dmitri Hvorostovsky en el mes de junio. En el Palacio de Bellas Artes, por supuesto.
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