El caballero de la triste figura de Tomás Marco triunfa en la fiesta cervantina

Por: Claudia Magun — 14 de octubre, 2012

Entre emulaciones de caballos, molinos de viento que asemejan gigantes, rebaños de ovejas y carneros que simulan pueblos en guerra, un fatídico encuentro con el caballero de la blanca Luna y otras aproximaciones escénicas, Don Quijote, se abrió paso en el Teatro Juárez, en El caballero de la triste figura…

Una creación de Tomás Marco –comisionada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales en ocasión del Cuarto Centenario del Quijote– que se estrenó en el 2005 con la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, en el Teatro Circo de Albacete de España y que se presentó con motivo de la 40 años del Festival Internacional Cervantino en el Teatro Juárez de Guanajuato, con la total aceptación de un público que como cada año participa en este encuentro de las artes donde se sucede aquello que marca la diferencia.

Una noche muy especial fue la función del jueves 11 de octubre –también se presentó el viernes 12–, con la misma Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid dirigida por José Luis Castillo y Félix Redondo en la parte coral, la cual significó una muy grata experiencia para aquellos que tuvimos la suerte de encontrarnos con la representación de este texto dirigido escénicamente por Guillermo Heras, quien sintetiza perfectamente aquellos pasajes caballerescos que encierran el humor y el misterio de este personaje que representa a un hombre que quiso ser héroe en una época donde nadie quería ser salvado… El caballero de la triste figura.

Un espectáculo polivalente que sin perder su calidad en la construcción musical penetra en la obra de Cervantes a partir de una partitura que pareciera que el compositor madrileño creó con esa sonoridad que se escucha en nuestro tiempo, porque no es una pieza que nos transmite la belleza armoniosa de otras obras, por el contrario en algunos momentos hasta se apreciaba como una concepción electrónica.

El caballero de la triste figura es una obra para un ensamble pequeño –conformado por flautas, trombones, violines, violonchelos y percusionistas–, que el compositor realizó para promover la ópera de cámara de creación contemporánea, constituida por diálogos, descripciones y poesía en una equilibrada asociación entre la ópera y el arte teatral.

Poesía lírica que en voz de la mezzosoprano Ana Cristina Marco nos llevó –apoyada por un coro de voces femeninas que comentan la acción–, por una atmósfera que se adentra en la profundidad de los textos del Quijote.

Alfredo García y Emilio Sánchez –Don Quijote y Sancho Panza, respectivamente– interpretan algunas de las escenas más emblemáticas del Manco de Lepanto, fuerza y carácter que transmiten en escena y que les fue reconocido con el aplauso de un público que descubrió otra lectura del hombre que buscaba justicia para el más pobre. La parte femenina, tan importante en la obra literaria, correspondió a la soprano María Rey-Joly que como la bella Dulcinea también se llevó el aplauso de los presentes.

El concepto escenográfico de Rafael Garrigós, se apoyó en un ambiente minimalista donde el blanco acentuaba la fuerza de los personajes, un blanco tenue que nos remitía al texto de Tomás Marco, pero que en conjunto visualmente resaltaba la importancia de la música. Cabe destacar la parte coreográfica que enriquecía la narración a partir del trabajo corporal de Mónica Runde, Mar López, Pedro Aunión y Javier Ferrer.

El Caballero de la triste figura, una perfecta síntesis sobre la obra de Cervantes que ofreció múltiples perspectivas de las relaciones humanas. Sí porque este sublime texto además de poético es un retrato de aquello que sucedía en la España del siglo XVII, pero es también, aquello que nos marchita a esta nuestra sociedad del hoy, que aun cuando en la ciencia y en la tecnología avanza a pasos agigantados, sufre las mismas dolencias del espíritu.

Es por eso que esta evaluación de Marco, además de una propuesta representada con elementos totalmente actuales, descubre un lamento que parece no acabar a pesar de las mil batallas que ha padecido y subsiste en esta cada vez más extenuada comprensión humana, que pareciera se antepone a las mismas batallas imaginadas en la descontrolada mente del gran enamorado de Dulcinea.

“Respeta y realza el texto cervantino sin criterio arqueológico, sino con una proyección de actualidad, extrayendo del mismo los pasajes caballerescos, los humorísticos, los misteriosos y su profundo y pesimista convencimiento de que el esfuerzo humano acaba siempre de la misma manera y que al final todo y todos pasamos. Lo cual no quiere decir que sea una obra trágica sino que mantiene el sano equilibrio entre humor y destino que se refleja en El Quijote”, Tomás Marco para el periódico El País, diciembre 2005.