
Por: Enrique R. Mirabal — 1 de enero, 2006
Comparar la cartelera de las grandes casas de ópera en USA y Europa, inclusive la Opera de Sydney, Australia y el Teatro Colón de Buenos Aires, con la Opera de Bellas Artes resulta tan ocioso como ponernos a contar el lugar que ocupa la UNAM en la lista de las mejores universidades del mundo. El fiel siempre nos devolverá a una realidad cuasi cruel que a nadie satisface, por ello, repasemos el panorama nacional en tabula rasa y sin cartabones.
Después de un inicio nada promisorio con Orfeo y Euridice de Gluck en montaje cuasi escolar, desangelado y carente de iniciativas escénicas, podrÃa esperarse cualquier cosa en lo sucesivo; sin embargo, hay que reconocerlo, la ópera echó mano del crescendo como apoyatura y salió adelante. La tercera parte por entregas de El anillo del nibelungo de Wagner, compromiso previo hasta completar la tetralogÃa, ya traÃa escenografÃa y tratamiento dramatúrgico anunciados. La dirección escénica de Sergio Vela, la escenografÃa de Jorge Ballina y la dirección musical de Guido Maria Guida, en fin, el equipo conformado hace tres años, continuó en su camino, ruta que podrá agradar o no pero que sustenta su validez en la obligada diferenciación con puestas tradicionales en las que casi siempre se vio envuelta la música de Wagner por estas tierras. Los cantantes, no más allá de la corrección vocal, permanecerán en oblivion como destino final.
La hija del regimiento de Donizetti , con dirección musical de Patrón de Rueda, tuvo tres funciones disponibles para atraer al público infantil y juvenil al género lÃrico. No sabemos si se logró o no pero el intento es loable. Esta perspectiva nos lleva a considerar producciones modestas en horarios convenientes de óperas como Bastián y Bastiana, Rita, La serva padrona, La oca del Cairo, Amahl y Los visitantes nocturnos o El gato con botas de Montsalvatge en matinées especiales para los futuros melómanos que reemplacen las cada vez más escasas cabecitas blancas del Palacio.
Lo espectacular vendrÃa más tarde con Turandot, ópera en la que el exotismo se da la mano con el verismo. Para decidirse a este montaje, la dirección de la Opera de Bellas Artes, con Raúl Falcó a la cabeza, se jugaron al ciento por ciento su idoneidad. La suerte estaba echada y también, muy bien seleccionado, el equipo creativo. En primer lugar, lo visual, la primera impresión, la que decide la aprobación del público y que se prolongarÃa a lo largo y ancho del espectáculo tuvo responsabilidad total de un artista singular: David Antón, uno de los pocos escenógrafos mexicanos que siempre ha salido airoso de su trabajo con Bellas Artes. Luis Miguel Lombana en la dirección escénica y Rettig en la orquestal complementaron esta producción, cuya máxima estrella fue su escenografÃa.
Romeo y Julieta de Gounod fue la otra carta de la baraja y aquÃ, el éxito se debió al elenco seleccionado: Ainhoa Arteta, Fernando de la Mora en las funciones iniciales y un broche de oro para las dos últimas: el tenor mexicano de mayor proyección en el extranjero, Rolando Villazón y el debut en nuestro paÃs de la soprano del momento, la rusa Anna Netrebko. Más allá de lo previsto, la pareja cautivó, exaltó y llevó al paroxismo al tÃmido y pudoroso auditorio del Palacio.
El Homenaje a Falla pasó con pocas penas pero casi también sin glorias. En esta ocasión, la estrella fue el director musical español, José Luis Castillo, una sensible e inteligente batuta que deberÃa ser un consuetudinario de la Opera.
Fin de año, fin de fiesta con toda la compañÃa, de nuevo Olivia Gorra para validar su posición preeminente en un panorama no muy halagador entre las sopranos mexicanas, de nuevo, los diseños ejemplares de David Antón para convencernos de que La Traviata hay que hacerla comme il faut . El maestro Silipigni, como siempre, bienvenido en estas latitudes por su mesura y equilibrio entre lo meramente musical y lo estrictamente vocal.
¿Qué nos depara el 2006? Contened las ansias, lo único seguro es el cierre de El señor de los anillos para la primavera.
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