
Por: Susana Fernández — 27 de agosto, 2008
Con un amplio panorama teatral –que bien puede compararse con el existente en las ciudades más cosmopolitas del mundo–, la Ciudad de México cuenta con una diversidad escénica que va desde el texto Barroco de Los empeños de una casa de Sor Juana Inés de la Cruz hasta la recientemente estrenada Desaires de Elevadores de Alberto Villarreal.
La multiplicidad de obra que llega al escenario a través del trabajo de distintas compañÃas ha permitido al público ir conociendo y definiendo autores de acuerdo a sus preferencias, sin embargo es en este punto donde el trabajo actoral no sólo determina nuestro gusto por el teatro sino que en él recae el peso de hacer del acto dramático un hecho gustoso y no una mera reproducción de los textos.
Es una gran responsabilidad y logro ponerse literalmente los zapatos del personaje, llevar al público a vivir y creerse ese otro que cobra vida en el espacio escénico, en este sentido Willliams Sayago, director, actor e integrante de la institución teatral independiente Contigo América comparte con los lectores de Interescena, sus reflexiones y conclusiones sobre el significado de ser actor.
EL HACEDOR DE VERDAD
Creo firmemente que el talento es la disciplina, he visto a compañeros con recursos sorprendentes que se pierden en el tiempo y nunca llegan a ejercer la profesión, pero muchos otros, que no poseen tanta riqueza actoral, la van adquiriendo con el tiempo y permanecen para bien del teatro. El teatro necesita nutrirse de esta gente, la que ha entendido que primero se aprende a ser actor y después a actuar.
En la mayorÃa de las escuelas de teatro se enseña al aspirante a actor a desarrollar sus capacidades histriónicas, olvidándose de hacerle entender el compromiso tan grande y el rigor que implica el ser actor, propiciando asà que la práctica escénica sea un barco fácil para gente que deprecia nuestra labor.
Nunca nos detenemos a explicarles que el teatro es el conjunto de todas las artes, es por esto que nuestra preparación tiene que ser mucho más amplia, nuestra disciplina tiene que ser mayor o –por lo menos– igual a la de un bailarÃn o a la de un cantante. La herramienta fundamental del actor, es el cuerpo y el instrumento es el propio ejecutante. Cabe aclarar que cuando digo el cuerpo me refiero a todo el territorio corporal, incluyendo la cabeza y los sentidos por donde se detonan los sentimientos, sino tengo cuerpo ¿cómo siento?, ¿cómo pienso?, ¿cómo transformo el aire, más aún, las ideas en palabras? De ahà que como cualquier músico que pone a tono su instrumento o el pintor tensa su lienzo, el actor afina su cuerpo, lo cuida, lo valora, pero principalmente lo conoce.
Después viene algo más complicado, hacer que ese aspirante desarrolle la capacidad de estar aquà y ahora. AquÃ, no pensando en otro sitio y ahora no pensando en otro tiempo, sólo atendiendo el trabajo creativo que va a desarrollar para llegar a un buen puerto, a la creación no sólo de un personaje creÃble, si no a la de un microcosmos verosÃmil, es decir lograr hacer verdad, todo los componentes de la estructura dramática: Entorno (escenografÃa, iluminación, escenofonÃa), Acción (situación), Conflicto (acciones que se contraponen), Personaje (cuerpo, sentimiento, voz, vestuario, maquillaje) y el Texto (palabra, literatura).
El actor debe asumirse como la única realidad sobre el escenario y por lo tanto como hacedor de verdad; sobra decir que la otra realidad en este mundo de ficción es el espectador el cual también crea sus verdades. El teatro es la coincidencia con el otro, los otros, lo otro. Es decir, dejar que el mundo de ficción incida en mi y yo incida en el mundo de ficción, todo a favor de la verdad escénica.
Pero ¿cómo se logra una obra de gran intimidad, verosimilitud y organicidad?, lejos de la baba escurrida, la escupidera visceral, de los azotes, gritos estridentes y flageles donde el único que se regocija con su sufrimiento es el actor. ¿Cómo llegar a eso de lo que hablaba el maestro Héctor Azar? refiriéndose a las figuras Calderianas, que a pesar de estar quietas parecen en constante movimiento, muy acorde a la propuesta de Raúl Serrano, la represión como forma de la acción, este tener ganas de reventar con el cuerpo y reprimir con el pensamiento, el quiero pero no debo o puedo pero no quiero, el conflicto entre el pecho y la cabeza que se desgarra en el cuello, el lugar de las dudas. El cuerpo con un gran movimiento interno pero que el exterior no estalla y goza de gran mesura, lo cual no demerita lo intenso de la acción, los cuerpos puestos en una situación y dejando que el alma venga dentro.
Primero que nada que hay que difuminar la idea de buscar al personaje en un más allá, para traerlo a un más acá, flotando en el espacio, o parado frente a mi y después ocupando al mismo tiempo mi lugar, contradiciendo a todas las leyes de la fÃsica, alejar la idea del personaje como un traje que aparece de la nada pero que está hecho a mi medida. Después de todo, nunca hemos visto al alma del personaje flotando en el espacio, pero si con seguridad hemos presenciado cuerpos con almas, hay que ponerle el cuerpo a la situación que seguro viene el alma dentro, esto suena sencillo pero es mucho más complicado, de ahà que otros de los problemas de la verosimilitud –considero– radica en lo siguiente.
El orden de los factores en actuación si altera el producto, pienso que el actor primero debe de conocer y comprender en toda su extensión el texto, luego rescatar las situaciones y ponerle el cuerpo a esas situaciones, abrir los sentidos y dejarse sentir para después llegar a la palabra. A menudo vemos compañeros que se aprenden el texto y salen a recitarlo, ignorando este proceso solo se convierten en decidores, o aquellos que de alguna manera creen entender lo que el personaje siente y buscan sentirlo y lo único que vemos es un actor frustrado por no llegar al sentimiento, esto también es equivocado puesto que no somos sentidores, finalmente somos accionadores, hacedores.
La mejor definición que he escuchado es aquella que dice “personaje, es lo que el actor haceâ€, nos ubica como edificadores, como creadores y reivindica la profesión, no somos ilustradores, no somos sentidores, no somos habladores, ni oradores, ni decidores, somos creadores, hacedores, constructores, accionadores, hacedores de verdad y lo hacemos a partir de infinidad de caminos, sin embargo, me gusta defender en especial este con el siguiente ejemplo: voy a colgar un cuadro en la pared, coloco el clavo y golpeo con el martillo, por error le doy un golpe a mi dedo, siento dolor y después digo pestes, no primero digo pestes después siento y al final pongo el golpe en el dedo, ni mucho menos primero siento después digo pestes y hasta el último pongo el golpe en el dedo.
En resumen, el problema pasa desde mi humilde opinión por una cuestión de orden, desde el principio de la formación hasta el momento de encarar un trabajo. La errada formación, como la mala dirección y la equivocada manera de acercarse a un trabajo actoral, siempre influyen en la verosimilitud de una puesta en escena, considero que sólo con la visión de un actor Ãntegro, aquel que conoce y ejecuta pulcramente la disciplina, que cuida su instrumento y lo ejecuta con dignidad; con la mente del actor creador, que se asume como la única realidad en el escenario y por lo tanto como dador de verdad; y con el alma del artista capaz de ver el mundo con esa sensibilidad poética dentro de una ficción cotidiana o extracotidiana, poco importa, podemos aspirar a realizar lo que hacen todos los artistas, una obra de arte.
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