
Por: Oswaldo Valdovinos — 8 de noviembre, 2007
Lo osado suele estar acompañado del asombro, tanto de quien observa como de quien ejecuta, pues ambos establecen un vÃnculo tácito que los lleva a una complicidad mutua. De ahà que el encanto sea efÃmero y se reduzca a un instante, unos minutos, una hora, o un periodo breve en el que todo es permitido y todo es posible gracias a coincidencia de imaginaciones y a la predisposición por lo asombroso en sus diversas manifestaciones: el horror, la fantasÃa, la nigromancia y, quizás uno de los más difÃciles de conseguir, lo maravillosamente realista.
Un buen ejemplo de esto último es la puesta en escena En la suspensión, de Stephen Mottram (artista, artesano y titiritero que vive y trabaja en Oxford) dentro del marco del XX Festival Internacional de Teatro de TÃteres, Conmemorativo, dirigido para el público infantil principalmente, organizado por la CompañÃa Internacional de Teatro Mihail Vassilev, que se lleva a cabo en las instalaciones del Teatro Wilberto Cantón, de la Sogem, entre otras sedes, hasta el 5 de diciembre.
A la vista del público, y con el concepto del equilibrio como eje central de toda la puesta, Stephen Mottram inicia con un número circense con diversas marionetas de colores brillantes —un equilibrista, un trapecista, un “monociclistaâ€â€¦â€” y con una personalidad bien definida por la manipulación limpia, precisa y bien estudiada de lo que es el cuerpo humano llevado a marioneta, de tal manera que por momentos se tiene la sensación (que sólo la osadÃa y una técnica sumamente depurada da) de estar ante un hombre en el que casi es posible ver el movimiento de cada músculo si no fuera por la premisa de que se está frente a un objeto de madera; sensación que trasmite a cada una de las marionetas al caminar por la cuerda floja, mecerse en el trapecio, levitar a la vista del público o andar en monociclo.
A esta muestra de equilibrio evidente sigue un número en el que tal caracterÃstica es encarnada por un ave muy parecida a una garza, de andar delicado y en ocasiones un tanto desparpajado; ave de la cual emerge un pequeño polluelo (de la panza que es al mismo tiempo un huevo) que se ve frente a otro idéntico. Tan pronto se reconocen, ambos entablan una pequeña danza donde la coordinación de movimientos es prácticamente de espejo, acorde a un ambiente tropical creado por la iluminación y el audio.
Un tercer número es lo que podrÃa denominarse con “el sueño de la mosca†o algo similar, donde a partir de la conocida anécdota de este bicho molestoso e impertinente que acaba siendo aplastado, Stephen Mottram teje una historia de misticismo vudú en la cual el asesino implacable —el rufián que puede llegar a ser cualquiera que se va acosado por un insecto tan necio— se ve acosado en sueños por una mosca bailarina que lo seduce al mismo tiempo de atormentarlo a través de una danza en la que el quiebre de caderas y el movimiento de los tres pares de patas son el resultado de una plasticidad onÃrica y desafiante de la gravedad.
Acto seguido, viene una interpretación que todo mimo desearÃa conseguir: la creación del cuerpo a partir de una cabeza, dos manos, y dos pies capaces de trasformarse en un sinnúmero de criaturas que lo mismo pueden ser reptantes, elevarse por los aires o manejar las proporciones y el espacio a su antojo, y donde los lÃmites responden a la voluntad y no a las leyes de la fÃsica o la lógica. Y por supuesto, y casi para cerrar, viene un acto de nigromancia y faquirismo, número en el que lo imposible es no asombrarse ante los prodigioso de un mago-marioneta.
Cabe mencionar que las actuaciones de Stephen Mottram siempre son sin texto y están acompañadas por música que crean los escenarios y los ambientes de cada uno de los diversos cuadros. Para En la suspensión la música es de Glyn Perrin, Simon Waters y Pete Mcphail.
En la suspensión, de Stephen Mottram, se presentará el 8 y 9 de noviembre en el Teatro Gilberto Cantón (José Ma. Velasco #59, Col. San José Insurgentes). Para mayor información sobre la cartelera puede comunicarse al 5593-8534 ó 5337-0230 ext.: 261.
Todo asombro, pues, parte de la capacidad de imaginar que lo imposible no siempre es lo inesperado.
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