Por: Amanda GarcÃa L. — 2 de octubre, 2018
Tic-tac. Tiempo. Fracciones de segundo. El reloj parece perdido en el espacio. Avanza. Sigue avanzando. No se detiene. El segundero sigue su curso mientras el cuerpo pareciera no entender el significado de éste; se pierde en la inmensidad de instantes sin principio ni fin, en acciones que son un enigma al no dejar indicio alguno de cuándo iniciará la siguiente.
La relatividad del tiempo y el cuestionamiento de su origen son conceptos que cobraron visibilidad ante la presencia de la compañÃa holandesa Nederlands Dans Theater 2 (NDT2), que llegó al Teatro de la Ciudad Esperanza Iris –el 27 y 28 de septiembre– para perpetuar la poética del cuerpo a través del movimiento.
En un programa de casi dos horas y media, los 16 bailarines provenientes de diferentes partes del mundo dilataron la sensibilidad de los espectadores a través de obras dancÃsticas que rompen con cualquier estructura coreográfica, para poner bajo el reflector al cuerpo humano como único y especial punto de atención.
La pureza de la fisionomÃa humana cobró sentido a través de una obra como Wir Sagen Dunkles, de Marco Goecke, en la que se permite apreciar con lupa cada uno de los impulsos provenientes del interior de los cuerpos. No hace falta nada más que eso; entes sin identidad que permanecen en diálogo ininterrumpido para recordarnos el origen de lo que somos.
Sin la necesidad de recurrir a discursos narrativos, los bailarines elongaron el sentido del tiempo y espacio a través del uso impecable de la técnica; nos sumergen en la profundidad del océano que habita en cada uno de ellos para descubrir las criaturas que nacen, se expanden y contraen, como medusas capaces de hipnotizar a cualquiera con su simple existencia.
Las explosiones corporales dinamitaron con Sad Case, una obra dentro del repertorio de Nederlands Dans Theater estrenada en 1988. Ésta es un contraste cultural que evocó la memoria musical de los mexicanos con piezas como MarÃa Bonita, de AgustÃn Lara; FrenesÃ, de Alberto DomÃnguez; Perfidia, de Alberto DomÃnguez que hizo popular el TrÃo los Panchos y Mambo No. 8, un clásico de Dámaso Pérez Prado que pone a cualquiera a mover los hombros y contar del uno al ocho.
La ausencia de elementos escenográficos en las obras acentuaron el minimalismo propuesto por la compañÃa holandesa, lo cual nos remonta a los inicios de la danza moderna, en los que la libre expresión y naturalidad del cuerpo eran la base de creación para los bailarines y coreógrafos propios del siglo XIX y principios del XX.
Otros referentes, como las esculturas griegas, fueron trasladadas a escena, quienes rompieron con distintos moldes para encarnar en la piel de seres con corporalidades camaleónicas. A pesar de ello, la unidad de los bailarines llegó a su punto climático en Cacti, una obra de Alexander Ekman que recurre a la sonoridad, generada a partir de la percusión del cuerpo contra lienzos a gran escala.
Sin embargo, no sólo es sonido el que abre los poros del espectador para abrirle paso a las ondas sonoras, sino también la utilización de la luz proyectada sobre estas pequeñas paredes de color blanco, las cuales se pintan gracias a la sombra de los cuerpos reflejados en ellas.
El frenesà de los cuerpos, la exploración de la asimetrÃa y la alteración del tiempo a través del movimiento, fueron algunos de los componentes que hicieron una noche memorable. A casi 60 años de la fundación de NDT, en 1959, esta compañÃa se ha convertido en un referente de la danza contemporánea a nivel mundial.
Actualmente Nederlands Dans Theater 2, bajo la dirección de Paul Lightfoot, es un institución creada para el desarrollo y crecimiento de sus integrantes con mayor trayectoria, mientras que NDT2 está conformada por bailarines jóvenes que buscan experimentar nuevos procesos de creación e investigación corporal. Ambas son una muestra de que mientras la danza exista la finitud del cuerpo es una fantasÃa. Fotos: Gloria Minauro Isoptica.COM.MX.
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