
Por: Enrique R. Mirabal — 7 de agosto, 2019
Con la visita de uno de los favoritos huéspedes de honor de la Orquesta Sinfónica de MinerÃa, el violinista ruso-americano Philippe Quint, el público consuetudinario de la Sala Nezahualcóyotl recuperó sus vigorosos “bravo” y la insistencia por uno o varios encores porque el cometido del solista asà lo ameritó. Quint es virtuoso, posee un repertorio amplio y no se ha limitado a repetir los clásicos de siempre, también explora el lenguaje sonoro del siglo XX, ya sea en obras con violÃn solista o con la música de cámara.
Hace algunos años, pudimos apreciar una faceta diferente con un trÃo integrado por magnÃficos músicos con programas de exquisita factura y, en este 2019, con el estreno en México del Concierto para violÃn del estadounidense William Bolcom, nacido en 1938, por lo tanto, inferimos sus principales ejemplos a seguir fueron los maestros americanos y europeos que tuvo.
El Concierto de Bolcom se deja escuchar con agrado por la conjunción de ritmos y melodÃas inspiradas en diferentes orÃgenes: desde la música popular norteamericana (muy reconocible en varios momentos) hasta los recursos utilizados por varios de los compositores del siglo XX que le antecedieron.
Para el solista, la obra da margen para el lucimiento técnico y expresivo mas la obra, en su totalidad, es agradable, puede oÃrse por segunda vez, pero no trasciende. Igual ha pasado con otras obras norteamericanas para violÃn como el Concierto de Copland, por ejemplo.
Quint extendió su presencia (y el sonido de su violÃn de abolengo) con tres obras del singular y genial Charles Chaplin, compuestas, ya sea para acompañar la proyección de sus pelÃculas silentes o en la banda sonora de otras de la etapa sonora del cine como Tiempos modernos y Candilejas. El chico (The KID) de 1921 fue uno de los primeros éxitos de Chaplin.
La melodÃa que identifica el amor paternal del vagabundo por el niño de marras es una de las composiciones más emblemáticas de la buena música para cine, la que debe subrayar la acción en cualesquiera de sus modalidades, desde una persecución de coches hasta la separación más cruel como en este caso.
Chaplin sabÃa cómo tocar las fibras más Ãntimas del espectador y éste es uno de los mejores ejemplos. Igual sucede en Tiempos modernos y en Candilejas, cuyas melodÃas centrales han sido imitadas, parodiadas, pero siempre tomadas en cuenta a la hora de hablar de música para cine.
Las melodÃas de Chaplin en manos de Quint vienen arregladas por Leon Gurvitch quien varió lo sentimental por lo rÃtmico. Válido como acercamiento para un público joven pero ausente del pathos que le imprimió Chaplin.
De todo lo escuchado en el mes de julio por la OSM, dirigida por su titular Carlos M. Prieto, destacaron, más allá de los buenos solistas invitados, la ejecución de la SinfonÃa No. 11 de Shostakóvich, el tercer programa con el Moldava de Smétana y el quinto par de conciertos con la Obertura La gran Pascua rusa de Rimski-Korsakov y Cuadros de una exposición de Mussorgsky/Ravel. Con la ventaja de 3 a 1 de las obras mencionadas, los rusos salen vencedores en cuanto a brillo orquestal y contundencia creativa.
La Obertura de Korsakov es una lección de orquestación (como todo lo que escribió el ruso), una oportunidad dichosa para toda orquesta de lucir a todos sus integrantes, comenzando por la concertino Shari Mason y continuando con los metales.
De manera similar, los Cuadros de una exposición, originalmente para piano y posteriormente orquestada por el francés Maurice Ravel es otra obra para presumir de la orquesta con que cuenta el director y funcionó de maravilla, con energÃa y especial atención en el virtuosismo, tanto por los ocasionales pasajes de los solistas como por el ataque de la orquesta. Ravel se pone a la altura de Rimski-Korsakov quien casualmente orquestó también obras de Mussorgsky, con discutibles resultados como sucedió en Boris Godunov.
En el mes de agosto, con la subida final de la cuesta veraniega, quedan varias obras de gran interés que ya hemos comentado con anterioridad: La tumba de Couperin de Ravel, orquestada a partir de su propio original para piano y asà poder seguir calibrando la impronta orquestal del francés y su influencia en la música del siglo XX.
En este programa del 17 y 18 de agosto, el pianista español Javier Perianes, quien dejará una buena impresión previamente, tocará el Concierto Emperador de Beethoven. Esperamos un toque especial y no la inercia de lo acostumbrado. La Quinta de Chaikovski cierra la sesión. Otra partitura de la que se espera siempre que se resalte algún pasaje que no haya sido explotado por tantas batutas previas.
Recordamos del octavo programa el placer de poder escuchar La tumba resplandeciente de Olivier Messiaen, una de sus primeras obras que raras veces se puede escuchar en salas de concierto. Destacamos, de nuevo, la feliz oportunidad de tener a la pianista rusa Lilya Zilberstein tocando el Primer concierto para piano y orquesta de Tchaikovski.
Con Zilberstein está garantizada la intención de origen del compositor y la conjunción de la técnica pianÃstica rusa en función del temperamento y la sensibilidad de la solista. Finaliza el octavo programa, 24 y 25 de agosto, con El poema del éxtasis de Alexander Scriabin, otro ruso, excéntrico, pero con firmes bases en la composición para resplandecer y poner en vilo al auditorio. El estreno mundial de Antrópolis de la compositora mexicana Gabriela Ortiz es el cierre de un programa excepcional.
El concierto final, 31 de agosto y 1 de septiembre, lo ocupa una obra monumental, de larga duración y momentos vibrantes como toda la obra del italiano Giuseppe Verdi. Nos referimos a su Réquiem, con cuatro cantantes solistas: la soprano Joyce El-Khoury, la mezzosoprano Susan Platts, el tenor Kang Wang y el bajo Kevin Deas; además, una masa coral con dos coros: uno importado, VocalEssence dirigido por su fundador Philip Brunelle, y el propio de la Orquesta Sinfónica de MinerÃa. Un programa para cerrar temporada y dejar un buen sabor de boca para la próxima ocasión en el Verano 2020.
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