
Por: Miguel G. Calero — 10 de julio, 2017
“La vida nos da mucho más de lo que le pedimos; pero nunca lo que le pedimos”, fragmento de Obituario, obra escrita por Guillermo Schmidhuber de la Mora, autor y crÃtico mexicano.
¿Qué es aquello que hace del teatro lo que es en esencia? ¿Actor, dramaturgo o director? Es difÃcil poder valorar cada elemento del todo, hay aspectos importante que muchas veces el público no puede apreciar a primera vista, lleva tiempo y sensibilidad conectar con todo lo que hay detrás de un telón. Pero, sin dudarlo, si algún elemento faltara –actuación, dramaturgia o dirección y, demás colaboradores que toda puesta en escena conlleva–, el teatro no serÃa ese fenómeno estético que conmueve y remueve a los espectadores.
“Un suicidio no puede darse en escena por cuestiones de higiene dramática”, dice Rudolph Gottlieb, viejo dramaturgo retirado, protagonista de Obituario.
En una bien lograda composición de un solo acto que reúne tensiones difÃciles de ignorar, Gonzalo Valdés MedellÃn, como director de Obituario, nos lleva por una paradoja que retrata a un hombre que escribe su propio obituario (texto post-mortem que hace recuento de los hechos de un recién fallecido), en el cual pretende utilizar como eje central la tensión que ocurre en su última obra: una lucha entre la Vida y la Muerte, Eros y Tánatos. Creación artÃstica desde los bordes y las fronteras de la pulsión.
El contenido dramático de la contienda está finamente detallado en los diálogos y en la trama de Obituario, un texto generoso que escribe Guillermo Schmidhuber, quien maneja con maestrÃa la mezcla e intercambio del contenido y forma de una entrevista que hace un periodista de grandes vuelos y poco éxito a un reconocido dramaturgo. Asà se encuentran dos personalidades disÃmiles que tornan la conversación en una situación harto puntillosa.
Las palabras pugnan el derecho sobre la pluma en un juego siniestro donde un artista quiere demostrar su magnificencia a quien rechaza su capacidad histriónica y se ve fácilmente seducido por el poder que adquiere la máscara del actor y todo aquello que puede ocultar. La facultad de ser escritor y ejecutor de la vida es una intensa emoción para quien siempre ha tenido un guión enfrente. El whisky, la obra maestra, una pistola, la pluma sobre el tintero, la palabra ejerciendo la acción y, al final un desenlace que queda sin repuesta alguna.
“Quiero dejar de ser hombre, quiero dejar de ser actor, para ser únicamente un personaje”, se escucha decir a Adam Ludman en la obra.
La dirección de Gonzalo Valdés MedellÃn brinda el toque irónico (tal vez biográfico) a esta sÃntesis teatral de lo que es practicar el periodismo cultural ejerciendo al mismo tiempo el trabajo como hacedor de teatro. De forma inteligente, el cuestionamiento queda planteado: ¿qué es un artista hablando de un artista? Es un hombre definiéndose a sà mismo a través de un personaje que se revela ante el otro.
La confrontación artÃstica ejerce la segunda tensión: actor, dramaturgo y director, composición, lugares, fronteras y autoridad… En el momento del acto, en el particular acontecimiento: ¿a quién le pertenecen las palabras, al que las escribió, al que las descubre en la escena o a quien las enuncia? Tal vez la debilidad más grande de los artistas sea el narcisismo, el poco espacio de posibilidad para mirar la belleza fuera de sà y de su creación. En este sentido, el Teatro es un desafÃo, es un entrecruce de egos que tienen que resistir para que la función se enriquezca de todos por igual, el mÃnimo desequilibrio significa no solamente tiranÃa, sino el fracaso estético.
“Esa es mi desgracia: ser más actor que hombre y más personaje que actor”, Adam Ludman.
Para redondear esta excelente puesta en escena se cuenta con dos magnÃficos histriones que dan vida los personajes. El primer actor Sergio Klainer (Rudolph Gottlieb, dramaturgo retirado) y Leonardo Mackey (Julia Serpe y Adam Ludman, periodista cultural y actor de teatro), dos grandes exponentes del circuito teatral de México. La iluminación está a cargo de Miki Molina, el maquillaje y vestuario son realizados por Katia Mendoza y la dirección de arte escenográfico corrió por cuenta de Ulises Palatto, un equipo que logra un excelente resultado en el escenario.
Considerado un trabajo fundamental en la dramaturgia de Guillermo Schmidhuber de la Mora, quien este año cumple 50 de creación artÃstica, Obituario se presenta todos los viernes (hasta el 28 de julio) en Casa Actum (Héroes del 47 No.9, Col. San Diego Churubusco, Coyoacán), una historia de dos frustraciones y una mentira… una reflexión sobre el teatro como concepto en sà mismo.
“Los dos entes teatrales ovacionan, luego hacen mutis como un clown o acaso simplemente se esfuman. La escena ha quedado solitaria por un instante. Una luz blanquÃsima transforma el espacio teatral hasta dar al público la sensación de insolación, como si esa luminosidad se reflejara en un inmenso espejo. Repentinamente, el Procesador de Palabras comienza a escribir por sà mismo por un milagro secreto. Sus tic-tacs invaden la escena. Oscuro instantáneo. Final…” Obituario de Guillermo Schmidhuber de la Mora. Fotos: Eder Zárate.
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