Por: Paola Olivares — 25 de marzo, 2009
Fue parte de la XXV edición del Festival de México en el Centro Histórico, fue el pasado 14 de marzo en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Fue Solar, espectáculo de danza contemporánea y multimedia que sugirió al espectador otra manera de presenciar una función volviéndolo parte esencial del mismo.
El público que hacÃa fila para entrar a Solar hablaba de “un nuevo concepto de danzaâ€, otros no tenÃan idea de lo que iban a ver y se conformaban con sólo escuchar. La puerta se abrió a las 7:20 pm. En la primera parte del espectáculo, los esperaba un grupo de personas caminando por todas direcciones en un lobby iluminado. Aquel recinto en Tlatelolco, lleno de recuerdos y memorias, tenÃa pocas paredes lisas, un tapiz formado por cuadros de madera es su cara.
Arriba, en una de las paredes lisas se proyectaba la imagen de una célula que representaba la homogeneidad de todos los que se encontraban ahÃ. La gente caminaba alrededor y en medio de los intérpretes. Hubo quiénes prefirieron sentarse a observar la manera en que se movÃan. Bailarines con la mirada perdida conformaban movimientos cortos y tajantes de manera sincronizada. Vestidos de manera común, representaban la alienación e indiferencia de la sociedad actual.
Quienes querÃan subÃan las escaleras y se encontraban con otro escenario en que habÃa un laboratorio humano. Una sala de exposiciones totalmente oscura con una red entretejida de la que colgaban péndulos. Uno a uno se encontraban sobre micrófonos prendidos que el público tocó y miró con cierta duda.
Dentro de la misma, dos bailarinas vestidas completamente de negro caminaban por toda la sala, de cuando en cuando sorprendÃan a la gente con alguno de sus movimientos, después observaban a la gente, pero no a los ojos. En el fondo del lugar una pantalla contaba la manera en que se fabrican las cosas en serie. Todo igual y sin detalles, frÃo, solemne. A su vez aparecÃa la imagen de una ventana de avión desde la cabina, dando la perspectiva de un piloto en pleno vuelo.
A través de los ventanales de esa sala se podÃan observar la zona Arqueológica de Tlatelolco, iluminados por los faroles de la colonia.
En su tercera fase la instalación –curada por Mariana Arteaga y la argentina Tania Solomonoff–, los intérpretes se mostraban como piezas de museo, sobre una plataforma no muy alta. Todos acostados, con poca ropa, entre ellos unos cuantos niños, que disciplinadamente seguÃan su papel de estatua sin moverse. La iluminación subÃa y bajaba, de repente azul, de repente verde.
De este espacio el público entendÃa cosas diferentes. Para unos, como Tania RodrÃguez, estudiante que paseaba solitaria “Es la representación de nuestras mentes ante un sistema y una sociedad enajenadaâ€. Cada quien asimilaba a su manera, la única opinión unánime fue: “Es un concepto en el que el espectador deja de ser pasivo y descifra lo que puedeâ€.
El espectáculo duró poco más de dos horas. Los espacios no tenÃan un orden de visita, el público decidÃa el ritmo de lo que querÃa ver, algunos se quedaron largo tiempo en una sola sala. La más visitada fue el laboratorio de péndulos. Casi al final de la presentación dos espectadoras jugaron con sus sombras y las de los péndulos frente a un proyector. Después, bailaron y desaparecieron.
La gente se confundió entre los bailarines en el lobby. Poco a poco ellos iban desapareciendo hasta que dejaron los laboratorios solos. Algunos se fueron, otros no se percataron hasta que un amable joven se limitó a decir: Hemos terminado. Fotos: Christian Legorreta y Benedicte Desrus.
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