
Por: Oswaldo Valdovinos — 17 de marzo, 2008
La vivencia, la anécdota recurrente -siempre cambiante según el estado del narrador, siempre innovadora en la medida de la sutileza en los detalles-; la capacidad de hilar una historia tras otra, aunque no tengan nada que ver entre sÃ; la realidad trastocada por la semántica y la fuerza de la palabra enunciada como vehÃculo de reinvención, de burla, de sátira personal, de desparpajo lingüÃstico, de ironÃa como forma de enfrentar los descalabros cotidianos; pero sobre todo las ganas de contar algo, de hacer de lo intrascendente, a fuerza de voluntad y de palabras, un hecho extraordinario, un motivo por el cual vale la pena seguir adelante aunque la vida sea una verdadera patraña y todo esté del carajo y se derrumbe en un entorno cada vez más desencantado, es uno de los aspectos imprescindibles cuando se trata de sacar lo mejor (o lo pero según se quiera ver) de sÃ.
Porque, ¿acaso no es mejor sucumbir ante la propia miseria que ser una persona “normal†en una sociedad tan “normal†como un tumor en el cerebro, una enfermedad venérea en un eunuco, una pandemia de peste negra en pleno siglo XXI o un canÃbal en una comunidad vegetariana?
Claro que esa sociedad tiene su precio y para integrarse a ella han de seguirse ciertos parámetros más o menos sencillos de cumplir cuando se sabe acatar las normas sin chistar: la simulación es la regla, la mentira lo cotidiano, las apariencias lo más importante, las sonrisas huecas y la zalamerÃa el lenguaje diario, las mentiras lo verdadero, el empoderamiento de la palabra el mejor medio para apropiarse de la verdad absoluta… en fin, la paradoja como el discurso casi oficial.
Claro, habrá que renunciar a la necesidad de gritar en medio de la calle (por aquello de las faltas a la moral) todas aquellas estupideces cometidas en nombre de la cordura, de las buenas conciencias, de los atropellos a la razón y las vejaciones al sentido común; habrá que cerrar los ojos para no ver lo grotesco, la mediocridad y el conformismo del hombre común.
En pocas palabras, habrá que a alinearse para no ser tildado de inadaptado y lacra social, como un tal Chinansky (personaje de uno de los escritores estadounidenses más provocadores del siglo XX: Charles Bukovsky), quien por medio de los artÃfices teatrales y en una adaptación muy bien lograda de Adrián Vázquez en su obra No fue precisamente Bernardette.
Anécdotas sin pudores ni reticencias de un hombre indecente, logra colarse hasta los escenarios del siglo XXI para demostrar que la estulticia siempre necesita de personajes que no tengan pelos en la lengua para decir las cosas tal y como las perciben.
A partir de tres relatos: En el hipódromo, Deje de mirarme las tetas, señor, y No fue precisamente Bernardette, Adrián Vázquez, quien también actúa y dirige, logra crear un personaje consistente, sólido, vivo, tanto a través de la narrativa de Bukovsky, como desde una perspectiva completamente teatral, caracterizado por su buen trabajo actoral, quien, con un escenario vacÃo y el apoyo de una iluminación enfocada a crear los ambientes indispensables para cada especio escénico, se enfrenta al público con la mejor herramienta que puede tener un actor: su capacidad interpretativa.
De este modo se explica que él solo sea capaz de interpretar a casi una decena de personajes distintos en un monologo ágil, divertido, lleno de una ironÃa y un humor ácido que dejan ver la esencia de Bukovsky como de Chinansky, en una dualidad en la que resalta el balance entre el valor de la palabra, asà como el trabajo escénico tanto del actor como del director.
Si bien es cierto que Bukovsky por sà solo es capaz de lograr un entendimiento cómplice con el lector que va más allá de una lectura superficial para leer entre lÃneas lo visceral, Chinansky como personaje teatral evidencia que dicha complicidad también es posible en un espacio efÃmero, donde durante poco más de 90 minutos las limitantes de la cordura y las formalidades son intrascendentes por la propia naturaleza del hecho teatral; 90 minutos que puede ser mucho tiempo para un monólogo, pero que en este caso en particular se pasan con la mayor ligereza.
No fue precisamente Bernardette. Anécdotas sin pudores ni reticencias de un hombre indecente, de, con y la dirección de Adrián Vázquez, se presenta los martes en el teatro La Capilla a las 20:00 horas.
Asà pues, más allá de las tres anécdotas de Bukovsky-Chinansky, historias, cabe decir, divertidas, llenas de un humor espantosamente ácido, con personajes igual de absurdos y cotidianos como puede ser el propio Bukovsky (una mujer encontrada nuevamente por casualidad, y además desesperada; un jockey perdedor convertido por azares del destino en una esperanza tangible; y el propio Chinansky como un ente lúbrico con una capacidad imaginativa desbordante); con una fuerte carga sexual dos de ellas y de un sentido irónico hasta la médula la otra; con una irrealidad con bastante sentido si se ve desde la perspectiva del hombre desencantado pero no por ello obligado a permanecer indiferente, No fue precisamente Bernardette es una puesta en escena bastante inteligente, divertida, con un fuerte compromiso del equipo escénico que vale mucho la pena ver.
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El pasado mes estuve en Xalapa y tuve la oportunidad de ver este trabajo, me encant{o, todavÃa traigo algunas frases dándome vuelta en la cabeza… Felicidades al actor…
En Tijuana se te kiere mucho eres un super actor Muchas Feliidades!!!!!!