La llama de mi vida: Ironía, desparpajo y humor cáustico

Por: Oswaldo Valdovinos — 1 de septiembre, 2007

La llama de mi vida bajo la dirección de Manuel Ulloa se presenta en el Teatro Santa Catarina El espectáculo de la desgracia ajena es parte de la naturaleza humana, sobre todo de quienes gustan ver la desdicha como algo cotidiano y lleno de oportunidades para comprobar que no se es tan infeliz, puesto que existe alguien más desgraciado aún. De ahí que la escala de humillación a la que se puede llegar esté en función del grado de morbosidad e invasión a la intimidad de los otros, sin importar qué tan bajo haya que caer para conseguir lo que se quiere, una de las razones que explican que durante los últimos años los llamados realities show hayan tenido un auge importante en la barra de televisión abierta y de paga en nuestro país.

Así pues, la comodidad de ser un espectador impune, libre de cualquier compromiso o identificación con lo que se ve, es un fascinante aliciente para permanecer en el anonimato y juzgar y condenar con una facilidad rayana en la estupidez, cuando no en el cretinismo, sólo comparable a la conciencia que da el saber que todo cuanto acontece alrededor puede ser objeto de trivializarse y banalizarse sin el mayor remordimiento.

Es en este contexto que puede inscribirse la puesta en escena La llama de mi vida, del dramaturgo francés Fabrice Melquiot, bajo la dirección de Manuel Ulloa Colonia, con las actuaciones de Antonio Rojas, Sophie Gómez y Pablo Castel, obra que plantea en un tono de humor cáustico y desenfadado la relación amorosa de una pareja (él, un vendedor de seguros siempre provisorio, siempre adelantado a las vicisitudes de la vida; La llama de mi vida del dramaturgo, obra de Fabrice Melquiot se presenta en el Teatro Santa Catarina ella, una mujer dedicada a organizar “eventos sin precedentes” en el mundo de la farándula, una verdadera emprendedora acostumbrada a “hablar con pendejos, cenar con pendejos, reír con pendejos…”) que de pronto es invadida por un tercer personaje surgido de las filas de la industria televisiva, un “showman”, para quien acostarse con cuanto top model se le cruce enfrente es algo tan natural como ser alabado o reconocido a donde vaya; de ahí que la fascinación por ese vendedor de seguros a quien no parece importarle todo este oropel triunfe y lo lleve a enamorarse perdidamente.

La primera sátira surge en el momento en que el “showman” decide por voluntad propia aguantar cuanto maltrato tenga que sufrir para conseguir el amor de su vendedor de seguros, situación que propicia que mantenga una postura cínica y desparpajada durante la mayor parte de la obra, con interrelaciones con el público asistente a la manera de los “realities show”, es decir con alusiones como “yo sé lo que les gusta”, “eso es lo que quieren ver”, “aplaudan como se los diga” y demás frases propias de este tipo de programas, lo que da lugar a una constante juego de intromisiones en ambos sentidos, dirigidas por supuesto por el “showman”, quien sin el mayor remordimiento humilla, se humilla y deja humillarse con tal de dar un espectáculo digno y a la altura de los espectadores.

La llama de mi vida del dramaturgo, obra de Fabrice Melquiot se presenta en el Teatro Santa Catarina De esta forma, a la manera de cualquier vouyerista consumado, los asistentes son testigos de la rutina a la que el matrimonio ha llegado: se hace el sexo en escena de una manera hilarante, no con encuentros carnales ni sugerencias ocultas en la penumbra, sino con palabras y frases que en realidad son una verdadera tomadura de pelo por el discurso reiterativo y lo alusivo a un automatismo que deja de lado cualquier oportunidad de excitación genuina (“me desnudo, te quito la camisa, me tomas, te la mamo, me vengo sobre ti, terminamos y dormimos”); se discuten los problemas como si se siguiera un guión previo en el cual se han establecido las frases, las intenciones, las emociones; se establece un vínculo consistente en sólo saber que el otro está ahí para poder repetir una y otra vez lo que ya se sabe de memoria… una rutina que pudo haber seguido si no fuera por la intromisión del tercero, quien de manera cínica sabe que propiciará un caos y una incertidumbre en su amado vendedor de seguros con sólo inculcar la idea del adulterio de parte de su esposa.

A partir de ese momento, con un tono medido que evita caer en el melodrama o la sobreactuación, el vendedor de seguros se dejará conducir por sueños enfermizos y reiterativos en los que su esposa copula de manera furiosa con una cantidad de hombres comparables a un listado de la sección amarilla, en una cantidad de lugares igual de extensa, condición que propiciará que pierda el sentido de la realidad (por supuesto con la ayuda de su admirador omnipresente) y llegue a un punto en el que no sepa qué hacer, y en vez de tomar decisiones propias recurra a buscar una respuesta en el “showman”, quien de la manera más indolente e impúdica, y ante el “pudor” y “escrúpulos” de algunos asistentes (que tal vez no quisieron involucrarse en el juego por temor a ser juzgados como unos “machos de quinta”) ante la pregunta: “¿Quieren que le pegue?”, le ordena que la golpee.

La llama de mi vida con las actuaciones de Antonio Rojas, Sophie Gómez y Pablo Castel se presenta en el Teatro Santa Catarina Y es entonces cuando se ha llegado al clímax justo en que todo está listo para el espectáculo, para el reality; el momento para que el “showman” vuelva a tomar su papel y presente al público asistente el drama de la vida, un matrimonio que puede llegar a destruirse con el único propósito de poder tener una segunda oportunidad, ante un auditorio anónimo, para rehacer su vida, o de terminar el asunto de tajo a través de la violencia y un revólver.

La llama de mi vida se presenta en el Teatro Santa Catarina (Jardín de Santa Catarina 10, Coyoacán) de viernes domingo, hasta el 4 de noviembre.

Arriesgada desde el punto de vista de apostar a la participación del público (no siempre dispuesto a entrometerse en el espacio escénico y sí, en cambio, a juzgar desde la comodidad de la butaca mediante un silencio pesado, aplausos vacíos o definitivamente con el acto de salir de la sala), La llama de mi vida es una puesta en escena que apela a la ironía, el humor ácido, la fascinación por la desgracia ajena y la capacidad del espectador de burlarse de sí mismo, sin tomarse demasiado en serio eso del espectáculo que es hoy en día la televisión y sus audiencias de raintig.

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“Uno no debe permitirse salir al escenario sin estar preparado en cuanto al conocimiento del personaje que se interpreta, si el ballet tiene una historia hay que contarla y vivirla lo mas real posible. Como intérprete, el reto es hacer llegar y entender al público la historia solo con los movimientos del cuerpo”, Raúl Fernández, diciembre 2009.